Lienzo Maldito: El Despertar

Capítulo 26. Seducir o ser Seducido 

La tarde caía con una serenidad engañosa. El jardín, bañado por una luz dorada y suave, parecía el escenario perfecto para la danza que Ohime practicaba con delicadeza. Su abanico se abría y cerraba como una flor al ritmo del viento, pero hoy algo no fluía como de costumbre. Se tropezaba, perdía el compás, y su concentración se desvanecía como humo en el aire.

Amelia, atenta desde una esquina, notó la tensión en sus movimientos. Se acercó con cautela y una sonrisa cortés. “¿Está todo bien, Ohime-sama?”

La joven se incorporó con esfuerzo, sacudiendo el polvo de su kimono. Su mirada baja, la traicionaba diciendo que había algo más profundo que un simple error técnico.

“Sí… solo estoy algo distraída”, respondió con una voz suave, cargada de un pesar que no podía ocultar. “Hoy es mi última presentación… después de esto, partiré con la familia Fujiwara. La boda será en un par de días”

Amelia sintió un nudo en el pecho. Ohime apenas tenía catorce años. Una niña aún, obligada a dejar atrás su hogar, sus costumbres, su niñez… para cumplir un destino que no había elegido. Intentaba mantenerse firme, pero sus ojos vidriosos hablaban por ella. Se sentó junto al estanque de carpas, mirando el agua como si buscara en ella las respuestas que le habían negado.

Amelia se acercó y, con dulzura, le tomó las manos. “Tranquila… estoy aquí para lo que necesites, antes de que se vaya, puede pedirme lo que quiera”

Algo dentro de Ohime se quebró. Por primera vez, alguien no le hablaba como a una princesa o a una futura esposa, sino como a una persona. Una joven asustada, atrapada en una red de deberes y silencios. Ya no podía más., aquella extranjera, que no debía saber nada de su mundo, le ofrecía la única chispa de consuelo que había sentido en mucho tiempo.

Sin decir palabra, Ohime se levantó, guiando a Amelia por un estrecho sendero de piedras hasta el jardín interior. Takeda había salido por un encargo, y por unos instantes, estaban completamente solas. La brisa traía consigo el aroma de los cerezos, y el murmullo del bambú resonaba como un lamento lejano.

Allí, rodeadas por el silencio y los suspiros del viento, Ohime tomó aire… y comenzó a hablar. Su voz era tenue, pero cargada de memorias que pesaban más que sus años. Le contó la historia de su familia, del compromiso pactado, de la presión constante por ser perfecta, por cumplir con lo esperado. Le habló de sus miedos, de sus sueños rotos, de cómo cada sonrisa suya en público era solo una máscara.

Amelia la escuchaba en silencio, con respeto, sabiendo que cada palabra que salía de los labios de la joven era un acto de valentía. Quizá, pensó, robar el abanico no fuera la única misión que tenía ahí dentro. Tal vez, solo tal vez, debía intentar salvar algo más que un simple objeto.

“Cuando tenía diez años”, continuór Ohime, mientras sus dedos acariciaban con suavidad las hebras de hierba a su lado, “conocí a Akihiro Takeda, mi guardia. Él tenía dieciocho en ese entonces… era un joven samurái, reclutado entre los que se ofrecieron voluntariamente para la guerra. No sé por qué mi padre lo eligió, quizás porque era hábil con la espada, o tal vez por su lealtad ciega. Pero la verdadera razón siempre debía estar oculta, querían a alguien como él para vigilarme… para evitar que yo saliera de la mansión sin permiso”

La brisa agitó levemente los cerezos, como si quisieran susurrar también esa historia.

“Yo no lo entendía todo… era solo una niña. Pero aun así, notaba la diferencia. Todos me hablaban con reverencias, con miedo o con falsas sonrisas, pero Takeda-kun no. Nunca me trató como si yo fuera un objeto valioso que debía protegerse, ni como una carga. Me hablaba como si fuera... una persona, y con el tiempo, se convirtió en lo más cercano que tuve a un amigo.

Los recuerdos le brillaban en los ojos. Amelia apenas se movía, sintiendo la verdad vibrar en cada palabra.

“Gracias a él, esos años encerrada no fueron tan pesados. Me enseñaba pequeñas cosas, como lanzar una piedra para que rebotara en el agua, o cómo leer un poema y sentirlo. Me escuchaba, incluso cuando mis palabras eran torpes. Me enseñó a ver más allá de las paredes que no podía atravesar”

Hubo una pausa. El silencio se volvió más íntimo. “Pasaron dos años y me di cuenta. No era solo cariño… me había enamorado de él. No sé en qué momento pasó, tal vez fue una tarde en que me dejó ver la cicatriz de su brazo, como si me confiara algo. O la noche que me habló de su hermana menor, como si sintiera que podía contarme algo personal. Yo solo… empecé a verlo distinto, pero ¿qué importaba? Yo no tengo libertad. Ni para amar, ni para elegir, ni para huir”

Bajó la mirada. Una hoja cayó junto a ella.

“Cuando cumplí trece, pensé que debía hacer algo. Me armé de valor y traté de acercarme más, de que él notara lo que sentía. Pero Takeda-kun… siempre se mantuvo distante, era cortés y amable… pero distante. Me decía que no era apropiado, que no debía cruzarse esa línea. Que yo tenía un futuro ya escrito, y él no era parte de él.

Sus labios temblaron, pero una pequeña sonrisa melancólica se formó en su rostro.

“Y tenía razón. Pero eso no hizo que lo sintiera menos, solo lo mantuve oculto aquí… —se señaló el pecho— como algo secreto y hermoso. Como un jardín que florece en silencio... No sé si él alguna vez lo supo… o si solo fingió no verlo. Pero mientras lo tenga cerca, mientras pueda verlo de vez en cuando cruzar el pasillo o vigilarme desde lejos, eso basta”

Ohime la miró con los ojos húmedos, pero cargados de una determinación serena. “Lo que quiero pedirte es...”, susurró, “que me ayudes a hacer que Takeda-kun me diga lo que siente por mí. No sé si es solo mi imaginación, o si estos años fueron un espejismo, pero… necesito saber la verdad, antes de que sea demasiado tarde”

Amelia guardó silencio por un momento, observando el rostro de la joven. Tan dulce y tan fuerte, atrapada en una jaula dorada desde que tenía memoria. Y pensó en Takeda… en cómo la miraba cuando creía que nadie lo notaba, en su incomodidad cuando ella se acercaba demasiado, en el leve temblor de sus manos y su sonrojo cuando rozaban las de Ohime al ayudarla. Todo eso no era casualidad, Akihiro definitivamente la amaba. Pero se obligaba a enterrarlo bajo la disciplina y la lealtad.



#2198 en Thriller
#875 en Suspenso

En el texto hay: fantasia, misterio, terror paranormal

Editado: 26.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.