La mano de Gulf estaba sobre la llave pero por alguna razón no deseaba arrancar la camioneta. Tenía su mirada clavada en el río. Parecía hipnotizado por los reflejos que aparecían en las aguas cuando la Luna Llena lograba liberarse un poco de las nubes.
Gulf no quería irse. No quería que lo abandonara aquella sensación de paz e intimidad que lo había envuelto tan cálidamente mientras hablaba y escuchaba a Mew.
Gulf deseaba con todo su corazón pedirle a Mew, que volviera con él, a ese mismo lugar otro día. Pero la vergüenza no lo dejaba.
Suspiró y giró la llave en el contacto y la vieja camioneta se encendió con un estruendo.
Pero esta vez, Mew, sentado a su lado, no dijo nada. Gulf intentó hablarle pero las palabras no le salieron.
Y ninguno dijo nada durante el camino de regreso.
Mariam y Josep los esperaban en la entrada, con el portón abierto. Pero Gulf les hizo señas para que se acercaran.
–¿No vas a...entrar con nosotros?
–No. Tengo que irme. Voy a trabajar un rato para reponer las horas de esta tarde.
Mew vio que Josep se acercaba a la camioneta y entonces se apresuró a decir:
–¿Podemos volver otro día a ese lugar, Gulf?
Gulf suspiró aliviado.
–Cuando quieras...– una sensación repentina de felicidad lo invadió–Dame tu número...Así será más fácil arreglar...
Mew lo miró serio.
–Tú dime tu número y yo te llamo...
"Indirecta recibida", pensaba Gulf un minuto después, viendo como Josep entraba a la casa con Mew en sus brazos. Y otra vez, se encontró paralizado, con la mano fija en la llave de contacto, como lo había estado veinte minutos atrás, pero con una sensación completamente distinta en su pecho.
Frustrado miró hacia la habitación de Mew, en la planta alta y vio que las luces se encendían.
Allí arriba, Mew se dejó tapar por Josep y apenas fue consciente de lo que éste le dijo antes de marcharse. Aunque no se le escapó el hecho de que lo había sentido temblar en varios tramos de la escalera. Y no pudo evitar sentirse avergonzado.
Miró hacia la ventana apenas abierta, y otra vez suspiró frustrado. Odiaba aquellas cortinas oscuras, que no le permitían ver el cielo nocturno.
Dolorosamente, se hizo consciente de que volvía a estar solo, en esa habitación que parecía oprimirle el pecho y no lo dejaba respirar.
–¡Gulf!– pronunció desesperado a la nada, al silencio, sintiendo que ya no le quedaba aliento.
–¡Aquí estoy!– una mano primero y después la otra, aparecieron por el marco de la ventana. Y luego el cuerpo completo.
Gulf entró a la habitación por la ventana, como si fuera lo más normal del mundo.
–¿Por qué...? ¿Qué...? ¿¡Gulf!?
Gulf se rió.
–Es que quería hablar contigo. Y justo vi que estaban llegando tus padres. Y me vieron en la entrada con Mariam, pero antes de que me pudiera presentar, me dijeron que éstas no son horas de visita...y me invitaron a irme...
Gulf hablaba rápido y agitado pero casi susurrando. Y Mew al verlo así, no pudo evitar suspirar.
–Creí que no querías darme tu número.–siguió diciendo Gulf mientras se sentaba frente a él en el borde de la cama– Creí que eso de que tú me llamarías era tu forma educada de decirme que...
–¡Hace años que dejé de tener celular!
–¡Lo sé! Mariam me lo acaba de decir.
–Es que...no tengo con quién hablar...
–¡Ahora sí tienes!– dijo Gulf en un susurro.
Tomó su mano con mucha suavidad y cuidado y le depositó algo en la palma.
–Quédate con mi celular, hasta que te consiga uno.
Mew sintió que todo su cuerpo vibraba súbitamente.
–Llámame...dice "taller Budapest". Llámame. Después de la escuela, siempre estoy ahí.
–Llámame tú, esta noche, cuando llegues, para saber que llegaste bien...– le rogó Mew, también en un susurro, sintiendo que se sonrojaba.
Se miraron fijamente. Las respiraciones de ambos, agitadas y los ecos de ambos corazones galopaban alocados al unísono.
Mew pensaba en qué pasaría si se atreviera a robarle un beso a aquellos labios tan tentadores que tenía a un suspiro de distancia.
Gulf pensaba en qué gusto tendría aquella boca que se abría levemente mientras esos ojos rasgados y hermosos lo traspasaban.
Pero de repente, unos pasos retumbaron en el corredor, cerca, muy cerca.
Gulf llegó hasta la ventana tan rápido como pudo, tropezándose con un par de cosas en el camino. Se colgó del marco de la ventana y comenzó a descender por la tubería por la que había subido, justo cuando unas voces parecían estar retando a Mew por haber salido con un desconocido, sin permiso.
–Ya llegué . Y tú..., ¿estás bien?– los quince minutos que Gulf había tardado en llegar al taller le parecieron horas.
–Sí, ahora que te escucho, sí...– la voz dulce de Mew hizo que el nudo que Gulf tenía en el pecho desapareciera como por arte de magia.
–¿Nos vemos mañana?
–Sí, pero...no cuelgues aún, Gulf. Por favor, háblame otro poquito más...
¿Cómo negarse? Gulf no entendía qué tenía aquel joven pero supo mientras se acomodaba en un rincón del taller silencioso y oscuro, entre latas de aceite y herramientas, sujetando en su oído el viejo teléfono de línea, que no podría negarse nunca a ningún pedido suyo.
Y mientras le contaba divertidas anécdotas del taller, Gulf se rendía al hechizo de la risa de Mew que no dejaba de oírlo completamente extasiado y desvelado.