Temblaba como si estuviera llendo a una batalla, desarmado, a enfrentarse a un enemigo cien veces más poderoso que él. Ni siquiera las veces que fue operado había sentido tanto miedo como ahora.
¡Hacía tanto que no veía rostros humanos desconocidos!
Gulf era consciente del pánico que Mew estaba sintiendo. Por eso había estacionado la camioneta al frente del taller, apagado el motor y, con una leve seña a sus hermanos, éstos siguieron en sus cosas sin acercarse ni mirar.
Mew, sentado a su lado, se refregaba las manos, nervioso.
– Debes pensar que...tengo algún problema mental. ¡Y no te culpo! Hasta entendería que estuvieras arrepentido de haberte hecho mi amigo. Temerle a la gente...debe ser uma enfermedad...
Gulf respiró profundo y sin mirarlo comenzó a hablar con un tono bajo y sostenido:
– Cuando mi madre me echó de la casa, era invierno, llovía y recuerdo haber caminado sólo bajo la lluvia helada por muchas horas sin saber qué hacer. Intenté refugiarme bajo los techos de algunos negocios pero en todos me echaron a escobazos como si yo fuera un animal sarnoso. Recuerdo que caminé hacia la ruta y me senté a un costado, bajo un árbol. Estaba empapado, congelado y hambriento. Creo que por eso mismo, y por el cansancio, en algún momento me quedé dormido. Cuando desperté el sol brillaba tenue pero aún hacía mucho frío. Y me puse a llorar cuando me di cuenta de que me habían robado la mochila, la ropa y hasta los zapatos. Me dejaron desnudo, atado al árbol y temblando. Tardé horas en desatarme. Y tenía un fuerte dolor de cabeza por lo que creo que me dieron un golpe mientras dormía para que no me resistiera. Me costó varios días y un par de robos furtivos, ropa secándose al sol del patio de una casa, llegar hasta este pueblo. Lo único que deseaba era encontrar a mi padrino. No lo veía muy seguido pero tenía de él un recuerdo lindo. Todo el camino pensaba en el abrazo fuerte que iba a darle cuando lo encontrara. Llegué al pueblo al tercer día de ruta y pregunté por él. Aquí todos lo conocían por su trabajo. Alguien llamó a la policía y un patrullero me acercó hasta su taller cuando le conté una parte de mi historia. Y cuando vi salir a mi padrino con su ropa aceitada, su rostro empapado en sudor y sus manos renegridas por la grasa, exactamente la misma imagen que yo tenía guardada en mi memoria, me puse a llorar. Pero cuando él llegó a mí y me reconoció, intentó abrazarme, pero yo me hice un ovillo en el asiento del patrullero, agazapado y temblando como si fuera un animalito salvaje. No pude hablar con coherencia hasta después de una semana. Y tardé mucho tiempo en permitir que alguien volviera a abrazarme.
Mew lloraba con desconsuelo. Gulf por fin lo miró y secó sus lágrimas con mucho cuidado.
– Así que tómate todo el tiempo que necesites. No tiene que ser ahora. Nos vamos a otro lado, si prefieres. No tienes que hacer nada que no quieras...
– Estoy listo...– fue lo único que Mew, varios minutos después, se sintió capaz de decir mientras se rendía al calor de las caricias de Gulf.