–¡Feliz cumpleaños!
–Nuestro hermanito ya es mayor de edad...
–¡Dieciocho años!
–¡Hasta se puede casar!
Dos chicas cargadas con bolsas llegaron al taller y literalmente se abalanzaron sobre un Gulf que se reía a carcajadas.
Sus dos hermanas fueron presentadas a Mew. Y comenzaron a llenar la mesa baja, frente al desgastado sofá en el que Mew estaba sentado, con botellas, platos y todo lo que habían traído.
Las mellizas eran las más jóvenes de la familia. Pero pese a no tener un parentezco biológico con Gulf, tenían exactamente la misma cálida sonrisa que él. Por lo que sólo le llevó a Mew, un par de minutos, comenzar a sentirse cómodo frente aquellas dos desconocidas.
Gulf se sentó a su lado, mientras se limpiaba las manos, tratando en vano de quitar las manchas de grasa.
–No me dijiste...que hoy es tu cumpleaños...– le susurró Mew, sonrojándose.
Gulf le sonrió a modo de disculpa.
–Todos los años, nuestro Gulf nos pide hamburguesas para celebrar. ¡Ama las hamburguesas! Pero este año, y nadie entiende porqué, nos pidió pizzas caseras. Estuvimos amasando todo el día...– contó una de las mellizas.
–Nos sorprendió el cambio, pero aquí le cumplimos.– dijo la otra melliza destapando las fuentes que habían traído– Hay pizza cuatro quesos, jamón y morrón, champiñones y fugazzeta...¿Te gusta la pizza, Mew?
Mew asintió conmovido y miró a Gulf.
–Gracias...– le susurró– Tú eres quien cumple años...y el regalo es para mí...
Gulf le guiñó un ojo. Pero no dijo nada.
Un par de horas después todos comenzaron a despedirse. Y mientras Mew los veía partir, Gulf le preguntó:
–¿Estás listo para que te lleve a tu casa?
Mew miró inconscientemente hacia el segundo piso del taller.
–Creí que...
–Prefiero que pases la noche en tu casa...
Apenas hablaron durante el viaje.
Mew no lo miró ni una sola vez mientras Josep empujaba la silla de ruedas hasta la entrada.
Gulf tampoco esperó a que lo saludara, como hacía siempre antes de entrar.
Pero cuando Gulf llegó al taller, oscuro y silencioso, supo que había sido un error el dejarlo ir.
Desenredó el largo cable del teléfono de línea, marcó nervioso los números de su propio celular y esperó... Sentía desesperadamente que debía pedirle perdón a Mew. Y explicarle sus razones... Pero en cuanto el primer tono de llamada se escuchó, se escuchó también el sonido tan familiar de su propio celular.
Y allí, sobre el sillón, a un par de metros, una pantalla iluminándose lo hizo sentirse como la peor persona de todo el mundo.
Así, con la culpa carcomiéndolo por dentro, subió hasta el segundo piso. En cuanto entró, un frío glacial lo hizo temblar.
Miró a su alrededor, en la semipenumbra: su casa, una habitación rectangular, con las paredes alisadas sin pintar, un techo bajo, delgado, una cama estrecha, una mesa y dos sillas; una vieja cocina de dos hornallas, que se atascaban casi siempre, una estufa eléctrica que cuando no se sobrecargaba y hacía saltar los tapones, apenas daba calor por las noches, y un baño, en el rincón que casi nunca funcionaba bien y que sólo a veces tenía agua caliente en la ducha...
Gulf siempre se había sentido afortunado. Aquel pequeño y humilde hogar, tan pequeño y humilde como el de sus hermanos, siempre se había sentido como su refugio. Pero esa noche, Gulf sintió que estaba en un lugar desconocido, desagradable. Y apenas se imaginó a Mew durmiendo sobre aquel colchón finito y gastado, que hasta ahora había sido suficiente para él, ubicado justo en un rincón donde un frío casi violento se colaba por las rendijas de la ventana destartalada, dejó de sentir culpa por no haberlo invitado a subir.
Supo entonces, y a pesar del dolor que sentía, que había hecho bien.
Y mientras se tapaba hasta la cabeza con las viejas mantas, una idea dolorosamente real comenzó a tomar posesión de su corazón: Mew se merecía a alguien mejor que él...
Y en aquella oscuridad, Gulf se sintió tan poca cosa, que pensó que cualquiera podía ser mejor que él... Y que hiciera lo que hiciera, jamás podría hacer a Mew feliz, como se lo merecía...