El ruido ensordecedor de otro relámpago trajo a Gulf de vuelta a la realidad.
Mew realmente estaba allí, tiritando de frío y con una mirada de dolor que partía el corazón.
–¿Qué hacemos, Jefe?– uno de los hermanos de Gulf se había acercado hasta la cortina de rejas metálica– Lo que tú decidas, Jefe, es lo que se hará...
Gulf recorrió con la vista los rostros de sus hermanos. Los conocía lo suficiente como para saber que estaban muy enojados. Pero también sabía que eran almas que amaban y perdonaban. Y que aunque no estuvieran de acuerdo, apoyarían cada decisión que él tomara. Entonces miró a su otro hermano y asintió.
–Está enamorado...– susurró uno– Lo hemos perdido...
Algunos sonrieron ante aquel comentario pero nadie dijo nada más.
El joven que había abierto la reja, empujó la silla de ruedas hasta el sillón. Gulf se levantó, buscó una toalla y se la dio a Mew prácticamente sin mirarlo. Luego le pasó su taza de café, la misma que uno de sus hermanos le había preparado.
–Tendrá que quitarse esa ropa...Se va a enfermar...– dijo Gulf.
– Veré si encuentro algo tuyo, limpio y seco.– dijo uno de los jóvenes a Gulf y subió las escaleras hasta el pequeño departamento que ocupaba la parte de losa, a un costado.
Cuando diez minutos después, Mew estaba cambiado y seco, sentado en el sillón, nadie supo qué decir. Gulf percibía que el ambiente estaba tenso. Y sabía que si aquello no se resolvía pronto, podrían empezar a decirse cosas que acabarían empeorando la situación.
Y justo cuando decidió comenzar a hablar, Mew dijo de repente:
– ¿Es cierto? ¿Eres su Jefe? Pero, ¿cómo puedes ser su Jefe si eres el más joven de todos...? Y además, ni siquiera llevan la misma sangre. Ellos, y no tú, son los dueños herederos de todo esto...
– Así que...el niño cree en la meritocracia...
Mew sintió las miradas de todos, excepto la de Gulf, sobre él y se dio cuenta que otra vez había hablado sin pensar.
–Dinos, niño, ¿en serio crees que vives en una casa que ocupa casi una manzana entera sólo porque te lo mereces...?
– No...Yo...No...Lo lamento...
–Suficiente.– susurró Gulf al ver que sus hermanos iban a comenzar una discusión.
Y aunque apenas había sido un susurro, todos callaron.
–Lo lamento...Sigo metiendo la pata. – balbuceó Mew avergonzado– Yo vine para decirte...para decirles...que...
–¿Puedo hablar yo primero?– le preguntó Gulf en voz baja– Luego tú dices todo lo que quieras decir...
Mew asintió. Sabía lo que iba a escuchar a continuación. Se había preparado mentalmente para eso durante todo el camino. Luego de muchos insultos, que estaba convencido que merecía, Gulf le diría que no quería volver a verlo nunca más. Mew, con dolor, acataría lo que Gulf le dijera. Pero estaba dispuesto a no irse de allí hasta que supieran que iba a pagarles hasta el último centavo por su trabajo con la habitación y con la silla.
Gulf clavó unos segundos su vista en el suelo. Luego miró a Mew y dijo:
– Tengo que pedirte perdón, Mew...– Mew parpadeó confundido– Yo me metí en tu vida, sin tu permiso. Te arreglamos la silla, te saqué de aquella habitación a pasear, y te traje aquí, aún sabiendo que no te gusta salir y que no te gusta estar con gente desconocida. Y debí decirte lo que planeábamos. Nos llevamos algunas cosas de tu habitación para la planta baja sin decirte nada. Queríamos que fuera una sorpresa. Si te lo hubiera contado todo antes de hacerlo, esto no se hubiera convertido en el desastre que es ahora. Y no permití que te quedaras aquella noche conmigo, no porque no te quisiera tener cerca, sino porque ni siquiera tengo una cama decente donde puedas dormir. Perdón Mew por ser tan soberbio y querer cambiarte la vida. No te respeté y por eso esto terminó como terminó... Sólo te pido que te quedes con aquella habitación y con esa silla que mis hermanos y yo reparamos para ti. Incluso hoy acabamos de arreglar un pequeño motorcito que conseguimos. Así no necesitarás a nadie que te empuje. Podrás moverte sólo y andar por donde quieras.– Mew tenía el rostro empapado en lágrimas– Sé que no nos pediste eso tampoco, pero acepta ese último regalo, por favor...
–Me acabo de dar cuenta...– balbuceó Mew llorando– de que todo lo que me han enseñado hasta ahora en mi vida ha sido una mentira. Yo soy el soberbio en esta historia. Yo vivía enterrado en vida antes de conocerte, Gulf. Ya me había rendido hace tiempo. Y estaba convencido de que mi final sería como el de ese libro que tanto odias... Pero apareciste y me hiciste amar la vida otra vez.¡No permitas que me vuelvan a enterrar en vida! Por favor, no lo permitas...– la voz de Mew terminó por quebrarse y su llanto desconsolado provocó que los demás se abalanzaran sobre él.
– Ya basta, niño...– dijo uno mientras lo abrazaba– Nos has hecho llorar a todos.
Algunos rieron mientras Gulf le secaba el rostro con dulzura y le imploraba en susurros que dejara de llorar...