–¡Mariam estará tan enojada conmigo por haberme escapado en aquel taxi que probablemente no me hable hasta el día del Juicio Final...!
Gulf sonrió. No podía quitar su vista de Mew. Verlo avanzando sólo, cruzando el patio delantero, utilizando aquel pequeño control como si lo hubiera hecho toda la vida, era simplemente maravilloso.
Gulf reprimió una carcajada, cuando recordó que unos minutos atrás, en el taller, le mostraban a Mew la silla modificada.
–Son dos pequeñas baterías de plomo, de unos doce voltios, las de litio serían mejor pero son más caras. Con estas podrás andar unas veinte millas...Debes poner a cargar la silla todas las noches...– le intentaba explicar Gulf.
Pero Mew ya hacía un buen rato que había dejado de escucharlo. Parecía una ave larga y desgarbada que estaba recuperando su libertad después de mucho tiempo de cautiverio. Y daba vueltas por todo el taller, acelerando y frenando, sonriendo...y llorando...mientras un par de los hermanos de Gulf lo seguían de cerca quitando alguna herramienta o repuesto que pudiera entorpecer su marcha.
–¡Allí viene Mariam! Gulf, dime, ¿la ves muy enojada?
Gulf volvió de sus recuerdos y al mirar a Mariam comprendió que los miedos de Mew eran injustificados. La mujer tenía el rostro semicubierto con sus manos, en un claro gesto de asombro. Sus ojos empañados estaban fijos en Mew. Y cuando bajó sus brazos para abrazarlo, una gran sonrisa iluminaba su cara regordeta.
–¿Tienes que marcharte? ¿De verdad? – diez minutos después, en el pequeño cuartito inundado por la luz grisácea del crepúsculo lluvioso, Mew miraba a Gulf y lloraba.
–¿Por qué lloras?– le susurró Gulf sentado cerca suyo en el borde de la cama– Mañana nos veremos. Te lo prometo.
–No lloro por eso...
Gulf lo miró preocupado.
–¡Mira cómo te he dejado el rostro! ¡Te he lastimado! ¿Cómo es que sigues aquí? ¿Cómo es que a pesar de todo me sigues queriendo en tu vida?
Gulf sentía tantas emociones y tenía tantas cosas para decirle pero se recordó así mismo de que todavía no era el momento. Por lo que lo miró fijamente y secándole el rostro empapado en lágrimas, dijo:
–Estoy aquí...
–¿Ya se lo mostraste?– la voz de Mariam los tomó a los dos por sorpresa.
–¿Mostrarme...? ¿El qué?
Gulf se levantó, tomó una bata de baño de un estante y la desplegó sobre la silla de ruedas. Miró entonces a Mew y con voz traviesa le dijo:
– Desnúdate...
El rostro de Mew pareció encenderse de un rojo intenso y Mariam reprimió una pequeña carcajada. Gulf creyó que hasta que no le diera todas las explicaciones, Mew no haría nada. Pero con asombro vio cómo Mew comenzaba a quitarse la ropa a una velocidad increíble y sin preguntar absolutamente nada.
–Mariam me ha visto desnudo desde que soy un bebé. Ella me ha bañado siempre. Hasta que ya no pudo cargarme más en sus brazos y... Hace tanto que no tomo un baño de verdad... Y tú, ya me has visto desnudo, también. Así que no entiendo el porqué del asombro...– dijo Mew revoleando su calzoncillo morado a un costado.
–No es lo que crees...– le susurró Gulf a Mariam. Ahora era Gulf el que se sonrojaba.
Pero Mariam sólo se rió.
–Lo sé, él me lo ha contado todo...
Gulf suspiró aliviado.
–Súbete a la silla y vamos al baño.
–¡No sabes cuánto tiempo llevo esperando oírte decir eso!– dijo Mew pícaro mientras se sentaba sólo en la silla y se cubría con la bata.
Mariam reprimió otra carcajada.
–¡No te ilusiones, niño!
Y los tres rieron divertidos.
–Te vas a duchar tú sólo.– dijo Gulf al llegar al cuarto de baño.– Además de ponerte el lavabo y el espejo a tu altura, hemos hecho algunas otras modificaciones...
–No puedo...mantener en pie...tanto tiempo...– la voz de Mew comenzó a apagarse.
Con mucha paciencia, Gulf le fue dando instrucciones:
"Acerca la silla a la pared aquella, de espaldas..."
"Pon el freno como te enseñé..."
"Baja el apoya brazos..."
"Ahora desliza un poco esa mampara..."
Mew hizo lo que Gulf le decía en completo silencio. Y al abrir la mampara transparente quedó fascinado. Una especie de banquito largo de cemento empotrado en el suelo, comenzaba justo al costado de la silla de ruedas. Mew se deslizó y se acomodó en el banquito apoyando su espalda en la pared.
–El asiento tiene unos pequeños relieves rugosos para que no te resbales con el agua enjabonada. Y si lo sientes muy frío puedes poner una toalla debajo.
Mew miró a Gulf de una forma tan conmovedora que por un momento éste se olvidó de lo que iba a decir a continuación.
Un sollozo de Mariam lo trajo de vuelta a la realidad. Ella también se veía conmovida por lo que estaba presenciando.
–En estos estantes, – le explicó Gulf– que están a tu altura, tienes todo lo que necesitas: esponjas, jabón, shampú y hasta un cepillo largo... Y también a tu alcance tienes la boquilla con una manguera larga y flexible. Abres la mezcladora que está allí y elijes qué tan caliente quieres el agua. Cierra la mampara para que la silla no se te moje. Te vamos a colocar una pequeña pantalla eléctrica cerca de la puerta para que te calefaccione en los días de invierno.
Dos segundos después ya se oía el agua correr y el vapor comenzó a inundarlo todo.
–¡Esto...es...maravilloso...!– se oía repetidamente cada dos ó tres segundos– ¡Esto...es...maravilloso...!
Mariam espiaba cada tanto por el otro lado de la mampara. Estaba tan o más emocionada que el propio Mew.
La ducha se extendió por largos minutos, tal como Gulf lo había esperado.
"Cosas tan simples para algunos de nosotros...y para otros, cosas extraordinarias...", pensó...
Mew corrió la mampara, se secó un poco con una toalla que Mariam le alcanzo. Luego de deslizó hasta la silla, se envolvió con la bata y salió del baño. Eligió la ropa de un estante, la llevó hasta la cama y una vez sentado allí terminó de secarse y comenzó a vestirse. Todo lo hizo solo, ante la sonrisa infinita de Gulf y el llanto silencioso de Mariam, quien miraba cada tanto de reojo a Gulf y se preguntaba de dónde había salido aquel ángel de la guarda disfrazado de humano...