Liga Del Asfalto: Hijos Del Mañana - Libro 1

Capitulo 2

 

PADRE, HIJO

 

—Sí, es mi padre —contestó el adolescente tratando de ocultar su incomodidad.

 

Christian no sabía qué hacer. Estando Circe tan cerca, tenía que aprovechar para decirle aunque fuera un «hola», pero lo primero que salió de sus labios fue un «Oh… Con permiso, tengo que buscar algo». Se levantó y se marchó del salón. Después de la respuesta de Lázaro, Circe siguió su camino. «¡No! ¡Qué idiota!», pensó Christian.

 

Para el segundo recreo, Anthony, junto con otros compañeros, se aproximaron a Lázaro.

 

—¡Epa! —Dijo Anthony, mientras hacía botar un balón de baloncesto de un lugar a otro— ¿Te animas a echar un partido? Apostemos dos litros de refresco.

—¿Ah, sí? ¿Contra quién?

—Contra los payasos de quinto B.

 

Lázaro no lo pensó mucho, una competencia era una competencia. Ya sea que se apueste dinero o un mísero jugo, la sola posibilidad de derrotar a alguien era más que suficiente estímulo para él.

 

Junto con Anthony y otros dos compañeros de clase se reunieron en la cancha para enfrentarse a los de la sección B del quinto año. Las reglas eran simples: ganaba el equipo que anotara más puntos en los quince minutos que restaban del tiempo de receso.

 

Apenas comenzó el juego se vio la fortaleza de ambos equipos, los de la B eran rápidos, suficientes como para anotar los primeros dos puntos y celebrarlo sin ningún reparo.

 

Entre los espectadores estaban Romina Romano y Circe Durán, la rubia belleza vio en los ojos de Lázaro un gran espíritu de competencia mientras este corría y sudaba.

 

Durante el partido Lázaro no se despegaba de uno de los contrarios mientras que lo marcaba, en un momento, el otro chico se tropezó y cayó de forma tan ridícula que todos rompieron en carcajadas incluyendo el mismo Lázaro que se acercó al joven que lo miraba molesto.

 

—¿Estás bien? —preguntó Lázaro extendiendo la mano con una sonrisa.

 

El otro chico se levantó rechazando la ayuda, a la vez que le acusaba de haber sido el causante de la caída. Le apuntaba con el dedo índice de manera agresiva.

 

—¡Oye, yo no fui! Tú caíste solito. No es mi culpa que seas tan estúpido que no sepas como correr.

 

El problema no llegó a mayores por la intervención de los demás jugadores, y rápidamente volvieron al juego.

 

Puntos iban y venían. Parecía que los de la B se llevarían la victoria, cuando una jugada combinada entre Lázaro y sus amigos terminó con una canasta certera de Anthony, que les dio la victoria al último momento… por un punto de diferencia. Las chicas quedaron eufóricas al ver al adolescente más guapo de la escuela derrotar a sus adversarios. Vitoreaban.

«¡Anthony, Anthony, Anthony!», y este les respondía con una sonrisa.

 

—¡Ja!, héroe de porquería —exclamó Lázaro carcajeándose, para luego celebrar con sus compañeros por la victoria, con brincos y gritos de alegría.

—Parece un niño chiquito —se dijo Circe, al verlo tan feliz por un simple juego de baloncesto.

 

Cuando salían de la cancha para volver a sus salones, Lázaro fue interceptado por Christian.

 

—Estás todo sudado —le dijo Christian—. Al profesor de Historia no le gustará, sobre todo cuando nos mira para darnos ese discurso de lo afortunados que somos de no vivir en “El período Las Repúblicas”, o “El período los Gobiernos Beligerantes” 

Lázaro no le dio importancia al comentario y acto seguido llegaron Circe y la chica llamada Romina.

 

—Oh, hola, Circe —saludó Christian al verla. Ésta le devolvió el saludo, pero la otra chica lo veía mal a través de sus lentes—. Quería hablar de eso de la música clásica. Tal vez… tal vez me pueda interesar.

—¿Qué te va a interesar eso? —Preguntó Romina acomodándose sus lentes—. Tú eres igual a todos: dices esas cosas para ver si te la levantas.

 

—Que yo sepa, ese no es tu problema —dijo el joven, con su típica mirada tranquila, aunque un poco sonrojado.

 

Circe preguntó porque se trataban así. Christian le confesó que Romina decía que él era un patán; él, en cambio, decía que ella era toda una entrometida.

 

—¡No, eso no es cierto! —dijo Romina en su defensa.

—Tranquilo. Christian. ¿No se pueden tratar mejor? —Preguntó Circe—. ¿Acaso fueron novios o algo?

—No, no —respondió el muchacho—. Ella es mi ex amiga, mi ex compañera, ella es toda «ex», hasta «extraña».




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