EXILIO
Lázaro estaba asombrado. Tenía bien guardado el dinero que había ganado en las carreras, no se compró nada caro para no llamar la atención y sus mentiras a la hora de ausentarse eran confiables, o eso creía. No entendió cómo su padre lo había descubierto.
—Papá, si es por las llegadas tarde ya te lo dije, puedes preguntar…
—¿Cuál es la excusa? La novia imaginaria que dices visitar, las reuniones de estudios de materias en las cuales vas malísimo, tu mamá esta ciega de amor por ti, creo que por eso no se dio cuenta, además el otro día entre a tu cuarto, ¿y sabes que encontré?, espuma cicatrizante.
—¡Eso no significa nada!
—Hijo, soy reportero. He descubierto escándalos en el Gobierno, en la vida privada de mucha gente, e incluso de la Iglesia. ¿De verdad creías que no me iba a enterar de lo que haces?
El adolescente, perplejo, volteó a observar las paredes para no ver a su padre.
—Ya que me demostraste lo “inteligente” que eres, me pregunto qué harás al respecto.
—Tienes dos alternativas —respondió el padre—: Se lo dices a tu madre o se lo digo yo.
Lázaro pensó por un momento. Decirle algo como eso a su madre la preocuparía; él la amaba y no deseaba que se enterara de esas cosas.
—Ya veré qué hacer —dijo Lázaro.
—Lo peor es que no se trata sólo de eso —dijo Juan con tono de decepción antes de poner un pie afuera de la habitación—, sino que eres miembro de una pandilla.
—¡No te hagas el sufrido —replicó Lázaro, molesto—, que muchos de los hijos de tus ilustres amigos también están en bandas y hacen cosas peores!
El padre fue al comedor en silencio dejando a su hijo con sus pensamientos. «¿Miembro de una banda? ¿Yo? Los abandoné hace tres meses. ¿Desde cuándo me están siguiendo?»
La hora de la cena había llegado. Juan, su esposa e hijo se sentaron a la mesa para comer. Esta vez, diferente de otras noches, hubo mucho silencio. Juan esperaba a que Lázaro hablara, pero no pronunciaba palabra alguna. No deseaba preocupar a su madre de ninguna forma.
A la hora del postre, la esposa de Juan sirvió tres pequeñas tazas de helado para cada uno.
—Hay algo que tengo que anunciar —pronunció Juan antes del primer bocado frío.
—¡Papá, déjame arreglarlo yo! —dijo preocupado Lázaro al levantarse de la mesa en ese instante.
—Perdiste tu oportunidad. Ahora hablaré yo.
—¡Bueno, si las cosas son así, entonces me voy a mi cuarto!
—¡Tú te quedas allí y no te muevas hasta que termine de hablar! —ordenó tajante su padre.
Lázaro obedeció. No era normal para él seguir los mandatos de su padre, pero esa vez lo hizo. Su madre no entendía el porqué del altercado.
—Desde hace mucho tiempo hemos tratado de darle la mejor educación a Lázaro, de que estudie para convertirlo en alguien de provecho, de que se forje un futuro, de que esté con las mejores personas a su alrededor. No sé en qué fallamos, pues le dimos todo, ¿y para qué? para que repita un año y para que esté con vagos todo el día. Su actitud me ha hecho tomar una decisión: mudarnos a Europa para educarlo allá.
Los rostros de Lázaro y su madre no daban para tanto. Las preguntas no se hicieron esperar:
¿Por qué tanta prisa?, ¿dónde vivirían?, ¿qué pasaría con el trabajo de mamá, con las estaciones de radio, con El Ciudadano? Juan explicó que tenía suficiente dinero para mudarse; su esposa podía trabajar en Europa cobrando hasta el doble; Lázaro tendría una mejor formación.
—¿Entiendes, Laura? —Preguntó su esposo—. Todo es por el futuro de nuestro hijo.
—¿Por qué no lo comentaste antes? —Preguntó Laura—. Hubiéramos hablado esto mejor y con calma. Esto no se hace de la noche a la mañana.
—Pasé tres años planeando esto. Ahora es el momento.
Laura confiaba en su marido, pero no iba a aceptar sin reclamarle por no haberle dicho nada al respecto, menos si era un plan que, según él, llevaba tres años en el silencio, le reclamaría después, sin la presencia de su hijo, pero Laura estaba de acuerdo en que la idea no era mala, toda madre quiere lo mejor para sus hijos. Vivir en otro continente posiblemente ayudaría a Lázaro.
—Ir nos hará bien —continuó el señor Ximénez—. Total, desde hace mucho quería irme a vivir afuera.
—Aún no contestas la pregunta de mamá —dijo Lázaro, molesto— ¿Por qué no dijiste nada antes?
—Porque, en primer lugar, no sabía si se podía dar —explicó Juan—. Trabajé muy duro para poder alcanzar esta meta, así que no reclames y agradécelo.
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Editado: 12.06.2020