Liga Del Asfalto: Hijos Del Mañana - Libro 1

Capitulo 8

 

ULTIMÁTUM

 

Los locales nocturnos se estaban encargando de despedir a sus clientes en horas de la madrugada, entre ellos estaba Lázaro Ximénez que se preparaba para volver a su hogar luego de horas continuas de música y bebida.

 

La noche fue buena con el joven motociclista, dinero fácil, una apetecible compañera de nombre olvidable y un buen local nocturno era lo mejor que le había pasado en la semana y unos cuantos gritos de sus padres no iba a cambiar eso.

 

Condujo su Stingray hasta su hogar, su padre estaba grabando su programa de investigaciones periodísticas, por lo que sin más subió a su cuarto, revisó en qué posición estaba dentro de la Liga Del Asfalto en la Interweb (Octavo lugar) y se fue a dormir.

 

Varias horas después Lázaro es despertado por el hambre, va a la cocina a prepararse un emparedado pensando en Damián y la maravillosa pieza de ingeniería que era su moto y en lo difícil que sería tenerlo nuevamente de oponente, aquella noche no estaban sus compañeros de pandilla, pero la próxima las cosas podrían cambiar.

 

—Oye, prepárame otro a mí también—se escuchó en la entrada de la cocina.

 

Lázaro volteó para encontrarse con su padre. Lo miro fijo a los ojos como tratando de determinar la naturaleza de su hijo.

 

—Tengo que hacer una tarea de Historia, así que tendrás que hacértelo tú —dijo Lázaro caminando hacia la puerta para ir a su cuarto pero su padre lo detiene colocando su mano en su pecho.

—No vas a comer en el cuarto —dijo Juan con voz firme — O comes en la cocina o no comes.

 

Lázaro piensa un momento el asunto.

 

—Prefiero comer —y se queda en la cocina viendo como su padre se prepara un emparedado, en el proceso le hace una pregunta muy importante a Lázaro.

—¿Por qué me desobedeciste?

 

Lázaro no quería dar los verdaderos detalles, su padre no los entendería para nada, así que se puso a escoger que motivo pudiera sonar mejor, al final respondió al motivo más superficial.

 

—Por el dinero.

—A ver —dijo Juan en tono de reflexión—, ¿arriesgas tu vida por un puñado de billetes?

—A veces pagan en dólares si eso te hace sentir mejor.

—¿Y vale la pena?

—Lo suficiente como para intentarlo la próxima noche — Respondió Lázaro desafiante.

—¿Sabes? He pensado mucho en lo que voy a hacer contigo, ya tienes 17 años y disciplinarte como antes ya no sirve, ¿castigarte?, no puedo hacer eso porque es obvio que no me obedecerás, ¿pegarte?, sería un desperdicio pegarte hasta que me ardan las manos y no cambiará nada nuestra ya disfuncional relación, ¿así que sabes lo que voy a hacer?.

—Por favor dime, me estoy emocionando — Dijo Lázaro en tono de burla,

—Esperar.

—¿Esperar? — Preguntó Lázaro con perplejidad.

—Correcto —dijo Juan—. Te seguiré dando todo lo que necesites como hasta ahora, comida, ropa, televisores, computadoras, y en el instante que cumplas 18 años, cuando la ley no me obligue a mantenerte, te valdrás por ti mismo. —La cara de Lázaro se puso muy seria y comenzó a prestar más atención—. Sabrás lo que es vivir solo en el mundo. Y veremos qué tan listo eres fuera de aquí sin ninguna real habilidad.

—No estarás hablando en serio.

—Hablo muy en serio. Esto de las pandillas y las carreras es lo último que te acepto. Primero no pones ningún empeño para estudiar y ahora esto, tu madre no tiene por qué soportar el hecho de que eres un vago.

—¡Aguarda! —dijo Lázaro, molesto—. ¡No soy un vago!

—Eso es lo que tú dices, pero ya yo tome una decisión, y las vas a respetar

 

—¿Así que cuando tenga 18 me vas a botar?

—Un poco de frío y hambre tal vez te enderece para que te des cuenta de lo afortunado que eres y aprecies todas las cosas que tienes sin merecerlas.

—¡No puedo creer que de verdad me estés diciendo esto!

—Soy capaz de muchas cosas, ¡más bien alégrate de que te trato mejor que al resto!

 

Juan termina de comer su emparedado, Lázaro aún no había termina do de comer el suyo.

 

—Buen provecho —dijo Juan antes de abandonar la cocina.

 

El joven no lo podía creer, su propio padre estaba dispuesto a echarlo. Lo que era más asombroso no fue lo que dijo sino cómo lo dijo, como si fuera un patrón hablando del término del contrato de alguno de sus obreros, sin sentimiento o remordimiento. Al menos, cuando Juan gritaba, hacía un escándalo y se podía ver la decepción, que en cierta forma es producto del amor. Nada de eso se vio en esa extraña cena, que más bien fue una entrega firmada de desalojo.




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