Liga Del Asfalto: Hijos Del Mañana - Libro 1

Capitulo 14

ENCANTO DEL PASADO

 

—Circe —dijo el joven tratando de llamar su atención.

—¿Sí, Christian? —preguntó con su dulce voz.

—Bueno… quisiera… quisiera hacerte una consulta sobre algo que no puedo resolver.

—¿¡De verdad!? —preguntó, sorprendida—. Tú eres un chico muy inteligente. Me asombra que me necesites. «Eso… sonó como un cumplido —temeroso pensó— ¿Será que le caigo bien?».

 

En ese instante se puso nervioso. Sintió que todos los chicos a su alrededor lo miraban y escuchaban, en espera de su fracaso.

 

—Dime, habla. Espero que sea algo que yo pueda hacer.

 

Para Christian, las circunstancias resultaron comprometedoras. Debajo de la calma de su rostro, sus nervios e inseguridades preparaban una venganza por haber sido reprimidas.

 

—Te lo digo al terminar las clases. Hay unos asuntos pendientes que tengo que arreglar.

 

Ella aceptó su propuesta. Poco después, sonaba el timbre de entrada a clases. «Si le hubiera dicho “hay algo que quiero decirte” o “tengo algo qué preguntarte”, tal vez se habría asustado. Pero me salió bien eso de la consulta, je, aprendí algo de mis errores del pasado».

 

Dentro del aula, Christian les contó a Lázaro y a Anthony que le pediría una cita a Circe a la salida del colegio y que necesitaba algún consejo.

 

—¡Bien! —Intervino primero Lázaro—. Llévala a la plaza de aquí mismo y luego le das un beso y le preguntas «¿sí o no?».

—Bah, esas técnicas sólo sirven con las putas con las que andas —lo increpó Anthony—. Christian, no le prestes atención a esta bestia. Hay un mensaje que uso y siempre funciona.

—¿Cuál es? —preguntó Christian.

—«Tu belleza llega hasta la perfección. Veo tu aura de esplendor, tu cabello largo me fascina. Tus labios húmedos me seducen. Y tus ojos me dicen que me amas».

 

—¡Pero Circe tiene el cabello corto! —le recordó Christian.

—No me digas que les dices esa patraña a las chicas —se burló Lázaro— ¿De qué película te copiaste?

—Esa “«patraña” me ha servido para saborear los labios de muchas mujeres. Seguramente tú no sabes nada de romanticismo.

—Tal vez no, ¡pero yo saboreo algo más que sus labios! —respondió Lázaro, altanero.

 

Entre Lázaro y Anthony se generó una discusión graciosa sobre cómo cortejar. Resultaba ser una buena distracción para aplacar los nervios de Christian.

 

En la hora de la salida, Christian fue uno de los primeros en marcharse del salón. Para seguir calmado, decidió ir a la cantina a comprar algo. Sentía que las dudas venían a atormentarlo nuevamente. «No sé si podré hacer esto. No tengo el romanticismo de Anthony o la seguridad de Lázaro. Lo peor es que ahora tendré que buscar a…». Christian sintió que alguien lo llamaba tocando su espalda con un dedo. Al voltearse, se encontró con Circe.

 

—Christian, fui a ver si estabas cerca del salón, pero no te encontré.

—Es que fui a la cantina para ver qué había, pero no conseguí nada bueno.

—Ah, ¿y la consulta?

—Eh, sí, pero… —Christian ojeó los alrededores de la cantina. Había mucha gente, así que lanzó una sugerencia previamente pensada—. Sé de un dispensador de helados que siempre pasa por la Plaza Céltica… si quieres, te brindo un helado y…

 

—¿¡Un helado!? ¡Me gustan mucho los helados! Además, no he ido a esa plaza todavía — dijo la joven violinista.

 

Anthony, Lázaro y Romina estaban caminando para ir a sus respectivas casas conversando sobre varias cosas. Por casualidad, Romina volteó y observó cómo Christian y Circe tomaban rumbo a la plaza.

 

—¡Oigan! —Dijo la chica de anteojos—. Aquellos que van allá son Christian y Circe.

—Ah, sí. Hoy, Christian se va a convertir en un hombre —dijo Lázaro en tono satírico.

—¿¡Cómo es la cosa!? , ¿¡Se le va a declarar!? —preguntó Romina, asombrada.

—No, no, sólo la va a invitar a salir —rectificó Anthony.

—¿Él pidiendo una cita? Es una de las personas más aburridas del planeta. Ya me imagino la cara que tendrá Christian cuando le digan que no —explicó Romina, después de reír a carcajadas.

 

Los chicos cambiaron de rumbo y se dirigieron a la Plaza Céltica.

 

—¡Mira, Romina! No se te ocurra intervenir —le advirtió Lázaro.

—No voy a intervenir ni nada de eso. Sólo me voy a esconder por ahí para ver la acción de cerca, nada más.




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