Liga Del Asfalto: Retribucion - Libro 2

Capítulo 4

VISITANDO AL ENEMIGO

 

Los bomberos y ambulancias llegaron desde el aire con sus vehículos para extinguir el fuego provocado por la explosión. Al arribar, encontraron las llamas danzantes y el ondulante humo negro que continuaba su camino hacia el cielo nocturno. Los médicos revisaron a todos los heridos, que habían quedado ennegrecidos por la detonación. Al mismo tiempo, los miembros de los medios se preparaban para dar a conocer la terrible noticia.

 

Poco después de la llegada de los bomberos y de los médicos, hicieron su aparición los policías y peritos, listos para iniciar sus labores en el lugar una vez que los bomberos terminaran su trabajo. Junto con ellos, el Comandante Vargas revisaba personalmente los daños provocados por el atentado.

 

Los periodistas no tardaron en acosarlo con preguntas, mientras se peleaban entre ellos por la exclusiva. El canoso y atlético hombre mandó a sus subordinados a repelerlos y a que le informaran dónde estaba el Alcalde Mayor.

 

—Está en su oficina, mi Comandante —le reportó un policía—. Gracias a Dios, salió ileso.

 

Vargas se tranquilizó, más tenía muchas ganas de verlo con sus propios ojos. Fue hasta su oficina y pudo ver a Oberon con su saco sucio, la camisa aún más sucia y parte de su cara de color negro por el humo.

 

—¡Henry! ¡Virgen Santísima, menos mal que no te pasó nada malo!

 

Ambos hombres se abrazaron con cariño. Henry, con rostro serio, fue hasta su escritorio para encender su computadora. Vargas le dio las últimas informaciones disponibles acerca del suceso: los posibles autores intelectuales y materiales, los explosivos utilizados y las muchas conjeturas sobre los motivos.

 

—Te ahorraré trabajo —dijo Henry interrumpiéndolo—. Aquí tengo al principal sospechoso.

—¿De verdad? —preguntó, extrañado.

 

Henry giró la pantalla. Se trataba de un mensaje de correo electrónico, escrito en letras rojas.

 

OBERON, REGRÉSANOS LA CIUDAD.

 

Abajo del mensaje, el logo de V.I.R.U.S. La hora del e-mail y la explosión eran casi iguales, y hasta no tener pruebas que lo refutaran, ese grupo parecía ser el único culpable.

 

—¡Quiero que pongas a tus mejores hombres en el caso! Hacerme esto, y en la puerta de mi propio edificio, es inaceptable.

—Cuenta conmigo. Si es necesario, yo mismo…

—No, tú no hagas nada —dijo Oberon levantándose de su silla—. Tienes que tener tu atención puesta en lo otro.

—Está bien, así será ¿Pero adónde vas?

—Debo ver a la prensa —respondió el hombre de barba—. ¡A la gente le encanta presenciar el triunfo sobre la adversidad!

—¿Pero estás loco? ¡Tienes que ver a un médico!

—Ya lo hice hace un rato. Tengo un pequeño golpe en la cabeza y restos de un susto enorme en el cuerpo.

—Puedes tener otra cosa, debes cuidarte —Oberon tomó con ambas manos la cabeza de Vargas y acarició su cabello.

—¿Es que aún no lo entiendes? Da igual que se rían de mí, que me critiquen o que quieran lastimarme. Que me presenten como un payaso o un idealista es irrelevante. Lo principal es que me mencionen, que hablen de mí y de mi organización una y otra vez.

 

Dio un beso en la frente del oficial y se retiró para reunirse con periodistas.

 

 

 

****

 

Ya era hora de salida en el Abraham Medina. El día había sido un martirio para Lázaro, que no había logrado dormir lo suficiente. El cansancio marcaba su rostro y caminaba semidormido al alejarse de los dos edificios que conformaba la Institución Educativa. Pudo con suerte evitar que su madre se enterara de la última carrera y de su fuga de los policías y de los carroñeros. Se excusó con sus amigos para ir directo a su hogar, pero dos señoritas se le aproximaron, ambas con falda. La de ojos verdes tenía una franela beige; la de pecas, una de color azul.

 

—¡Hola, corazón!

—Hola, Débora —respondió Lázaro saludando también a Nayive.

—¿Qué te pasa Lázaro? ¿Te sientes mal? —preguntó Nayive.

—Tuve que hacer unas cosas en la madrugada. —La mirada de Débora le dio a entender que ella sabía exactamente qué hacía a esas horas.

 

Anthony Meredos caminó entre ellos. Con su típica galantería saludó a las chicas. Su rostro y sus labios no presentaban marcas muy visibles después de la golpiza. Cuando Débora le comentó el tema de su pelea con Marcos, el joven se despachó con sus conocimientos clásicos.




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