Liga Del Asfalto: Retribucion - Libro 2

Capítulo 6

VIEJO AMOR, PRUEBA NUEVA

 

Una de las armas más poderosas conocidas por el hombre ni siquiera tiene una forma física: La palabra.

 

Con ella se puede mover multitudes, implantar ideas, crear deidades y sembrar la duda entre los enemigos.

 

Fue esa herramienta que usó Marcos contra Débora, y aunque sólo las escuchó una vez era suficiente para darle vida a la incertidumbre.

 

«¿Crees que él necesita de ti? Cuando gana en las carreras, va y se acuesta con la primera chica que se encuentra». Las palabras de Marcos resonaban en su mente.

 

Desde que se separaron hasta que lo encontró en el parque, no había sabido de él. Se decía que se había unido a una pandilla rival cuando discutió con Marcos. Otros aseguraban que era piloto del mejor postor. Algo era cierto: los pilotos que ganaban carreras, en su mayoría, no se iban solos a la cama. La idea de que Lázaro disfrutara de muchas chicas por semana no sonaba tan improbable. «Si lo hizo es seguro que lo merezco. Pero él no es Marcos, o tal vez ya tiene a alguien más que le gusta».

 

El sufrimiento podía tener varios significados. Para su madre era el envejecer; para Marcos, estar con alguien odiado, pero para Débora Seijas no era otra cosa sino estar lejos de quien amaba y no poder tenerlo. «Tengo que estar segura, tengo que saber si aún hay esperanza».

 

****

 

Era de tarde en casa de los Ximénez. En el garaje, Lázaro revisaba su moto para mantenerla en las mejores condiciones posibles. El estado de los elementos electrónicos de los componentes se mostraba en el panel de control del vehículo, y procuraba mirarlo de vez en cuando, sin ensuciar la pantalla de grasa con sus manos.

 

«Damián me ganó la carrera, pero no importa cuántas veces gane no se quedará tranquilo hasta que tome venganza, también está Ícaro y Marcos, tres al mismo tiempo es más de lo que puedo controlar».

 

Esa idea no le agradaba. Se prometió a sí mismo la victoria en la próxima carrera, no para complacer a Marcos, sino para recuperar su orgullo. El disco de su padre pasó a un segundo plano en su mente por un instante.

 

El timbre de la casa sonó y Lázaro se limpió un poco las manos de grasa para atender. A la puerta estaba Débora en su uniforme de colegio.

 

—Ho… hola, Lázaro.

 

Allí estaba ella otra vez, no andaba con lágrimas en los ojos como en aquella oportunidad en la que pensó que nunca la volvería a ver. El chico contestó su saludo con una tenue sonrisa.

 

—Me dijeron por ahí que corriste en la Villaflor y que casi te agarra la policía.

—Las noticias viajan rápido —comentó Lázaro haciendo pasar a la adolescente a su hogar —Si siguen diseminando chismes, voy a tener a los pacos en la puerta. —Los dos subieron las escaleras para ir al cuarto.

—No creo que a ellos les convenga que tengas problemas con la ley —dijo Débora.

—¡Claro que no! Yo sé de todos los negocios sucios de Marcos, si se llegara a saber, el papá lo mata y vería cómo quitarle todo el dinero, que tanto venera.

 

Entraron a la habitación y Lázaro fue directamente al baño para terminar de lavarse. Débora soltó su mochila y se le quedó viendo desde afuera.

 

—Por suerte tengo reflejos rápidos —continuaba Lázaro. El ruido de su voz y el agua que caía le impidieron que escuchara el sonido de un cierre que bajaba y unas ropas que caían—Las molotov que lanzaron fueron tremendo obstáculo, pero no me pasó nada. Cualquiera pensaría que estoy loco por gustarme competir en la calle. ¡Ja!, tal vez es que soy un tonto, ¿no te parece?

 

Lázaro se calló al encontrarse la falda y la franela de ella en el suelo. La adolescente estaba allí en medio, con un sostén que retenía su femineidad y una prenda femenina que concluía en un atractivo triángulo.

 

El chico quedó atónito. A pesar de que las delicias que el cuerpo de Débora podía dar no le eran desconocidos, le fue inevitable no reaccionar como si hubiera sido la primera vez que la veía así. Era una diosa adolescente que expedía una sexualidad comparable con la sed de lujuria de los hombres.

 

La reacción de él hubiera sido, seguramente, terminarla de desnudar para hacerse de sus delicias y deleitarse con la melodía de sus gemidos, pero eso hubiera sido antes, antes de la tragedia y también antes de muchas otras cosas.

 

Entonces se acordó de una advertencia que le hizo su padre cuando estaba en tercer año, en ese mismo cuarto, una tarde, su padre entró con una carta en la mano, Lázaro sabía de qué se trataba, era una chica que estaba enamorado de él, le mandaba cartas de amor que jamás leía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.