Liga Del Asfalto: Retribucion - Libro 2

Capítulo 8

AVENIDA CONTINENTAL

 

Los días antes de la carrera en la Avenida Continental eran un problema para Circe, prometió no preocuparse por el asunto pero era sorprendente la calma de Lázaro en el colegio, hacía todo normal como si nada fuera a pasar después. Él le agradeció las palabras que le había dicho. “Amiga”: un concepto que no deseaba que se le aplicara a ella para siempre.

 

En el conservatorio de música, Liz Jelinek tenía curiosidad de saber cómo le había ido a Circe, aquella que los maestros llamaban Oído de Dios, en los avances con Lázaro, aprovecharon un descanso a una práctica de un concierto en donde importantes figuras se darán cita, entre ellas, el Alcalde Mayor.

 

—Es que de verdad te digo, parece ser una lucha perdida —Exclamó Circe mientras afinaba su violín—. Tiene muchas cosas en la cabeza, asuntos que lo están dañando.

—¿Tiene que ver con otra chica? —preguntó Liz.

—No lo sé, aunque no me extrañaría que sea otro de los motivos por los que está tan confundido.

—Hm, si así es la cosa, si estás segura de que no puedes hacer nada, ¿no has pensado en poner tu atención sobre otro chico?, por ejemplo, el que me dijiste que hizo ese salvamento en la piscina.

—¿¡Christian!?

—Ese mismo, por lo que me contaste no parece un mal candidato.

—Pero es muy serio.

—Pero gentil.

—Y es muy callado.

—Pero valiente.

—Pero es… no sé, como una persona que todo le da lo mismo, que no le interesa nada. No es alguien malo, pero no me veo con él.

—Aun así, según tú misma dijiste, sus acciones son correctas. ¿O es que te vas a quedar sola mirando cómo Lázaro se abraza con otra? —El rostro de Circe lo decía todo—. Te digo algo por experiencia. Muchas mujeres se la pasan buscando al hombre perfecto, pero la gran mayoría de las veces terminan con alguien lleno de defectos, y es ese el que las hace más felices. Bueno, yo te di mi punto de vista, ahora te toca decidir querida.

 

El director de la orquesta arribó al lugar. Los jóvenes empezaron a practicar diversas piezas musicales clásicas, el violín de Circe se escuchaba perfecto. Aunque su técnica era impecable, no dejaba de pensar en las palabras de su compañera.

 

Al día siguiente, en la hora de salida del Abraham Medina, la violinista adolescente parecía no estar cerca de una respuesta clara, era un asunto delicado que tenía que resolver con tacto, intuía que esa “otra chica” que le dijo Liz podía ser Débora, si Lázaro estaba con ella o no quería una relación, no había nada que solucionar. «Si las cosas continúan así posiblemente salga mal parada», pensaba Circe, reunida con Lázaro, Christian y Romina. Ella notó que su compañera tenía su mente en otra parte y se lo hizo saber.

 

—¡Ah!, es que estaba pensado en algo sobre la clase de música —dijo Circe.

—¿Qué pasa? ¿Beethoven no quiere escucharte? —bromeó Anthony.

—Ese chiste es muy malo —dijo Christian.

—Al menos él trata de ser gracioso —recalcó Romina.

 

En ese momento hizo su aparición Débora. Se veía como siempre: alegre, sin preocupaciones, relajada. Aunque Lázaro y Circe tenían motivos diferentes, ambos estaban a la expectativa de lo que ella pudiera hacer.

 

—¡Hola, corazón! —dijo Débora a Lázaro. Acto seguido lo abrazó en frente de todos. Circe observó con atención.

—¡Oye, me estás apretando! —se quejó Lázaro. Luego saludó a los demás con simpatía.

 

«Increíble, es como si nada hubiera pasado», pensó Lázaro sobre Débora. En efecto, se comportaba igual que siempre, no parecía afectada por el encuentro de él en su habitación. ¿Disimulaba su tristeza con una alegría ficticia?, ¿estaba decidida intentar estar junto a él nuevamente?, ¿superó todo ese asunto de la mejor manera posible?

 

—¿Sabes? Cada vez que vienes para acá tratas a Lázaro con mucha confianza —dijo Anthony a Débora—. Dime, ¿te gusta o qué?

 

«¿¡Pero qué estás diciendo!?», pensó Lázaro. Débora Seijas se puso seria, juntó sus manos y miró atentamente al grupo.

 

—Creo que no vale la pena seguir con esto —dijo la joven—. Ya se habrán dado cuenta.

—¿De qué? —preguntó Romina.

—De que estoy enamorada —La respuesta dejó a todos boquiabiertos. «¡Pero por el amor de Dios!», pensó Lázaro, cruzado de brazos.

 

Débora tomó el brazo del joven que supuestamente era dueño de su corazón para apretarlo contra su cuerpo.

 

—De Chris. —terminó de decir la chica.

—¿Eh? —exclamó Christian, asombrado, mientras Débora lo abrazaba del brazo. Su mirada cambió de seria a insinuante.




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