Liga Del Asfalto: Sombras De La Urbe - Libro 3

CAPÍTULO 2

PARIA

 

De regreso en su hogar Lázaro se encontró con su madre y su tía, ésta volvió para seguir apoyando a la familia en esos momentos difíciles, la casa sin Juan Ximénez era un lugar muy callado, eso para la madre de Lázaro se estaba volviendo insoportable.

 

Luego de saludarlas fue a su cuarto, cerró la puerta con llave para que no lo interrumpieran, en soledad recordó aquella historia que le contó a Circe Durán en ese mismo lugar, en los días en los cuales era uno de los pilotos de las calles. «Hoy ni me habló, solo intercambiamos miradas, creo que eso es lo que se siente no saber lo que otra persona está pensando»

 

Pero preocuparse de lo que otros estuvieran pensando no era relevante para él cuando fue piloto de Marcos, tenía respeto, Créditos Federales y cualquier chica que quisiera, una imagen de triunfador que era únicamente eclipsada por Marcos. Un joven extraño, cuyo tatuaje servía para cubrir una cicatriz producto de una pelea callejera, con una cuenta bancaria muy respetable, a la que poseía acceso desde que cumplió la mayoría de edad el año anterior. ¿Por qué necesitaba quedarse para dirigir a un montón de hijos de hombres adinerados en el vandalismo y las carreras clandestinas? Una pregunta que Lázaro se vio obligado una vez a formularle.

 

—Una vez, cuando tenía 14 años, fui a un restaurante francés —le relató Marcos—. Era uno de los más lujosos y yo estaba vestido con ropa deportiva, cerca había un parque, vi a otros jugar Football y no me pareció mala idea a pesar de que había llovido horas antes, ¡ja!, entre correr y patear el balón quedé lleno de barro.  

«Y cuando quise entrar al restaurante, ¿Sabes qué pasó?, ¡el portero no me dejó entrar!, me vio como estaba y supuso que no tenía nada que hacer allí, si no fuese porque papá apareció pare decirle quién era me dejaba afuera, ¡el tipo incluso me ofreció disculpas!, un adulto ofreciendo disculpas a un niño lleno de barro, todavía hoy me da risa».

 

«¿Ves, Peregrino? Eso es la muestra de una gran verdad: el hombre es la suma de todo lo que tiene, aun estando lleno de barro tenía más que ese tipo que seguramente su mejor empleo fue vigilar la entrada de un lugar donde yo iba a comer, y el que diga lo contrario es un estúpido o uno de esos TecnoHippies que creen que la tecnología gratis cambiará el mundo. Si así son las cosas aquí, si en Ciudad Victoria estoy al principio de la “cadena alimenticia” ¿para qué ir a vivir fuera de la ciudad? Aquí no soy uno más del montón, aquí…»

—Todos te respetan —completó Lázaro.

—¡Claro! Mira, no importa si te aman o te odian pero, si te respetan y te temen, es más que suficiente. Lo demás, bueno, viene con el tiempo. Pero tú eres diferente, Peregrino. —Puso su mano sobre el hombro de Lázaro—. No eres como esos pobres diablos llenos de fármacos que me rodean. Eres de los pocos a los que trato como a un igual.

 

Al terminar, le entregó una chaqueta,  fue una forma de bautismo, en la que se oficializaba que Lázaro pertenecía a algo importante, a un sitio donde se le reconocerían sus logros y esfuerzos.

 

Pero Lázaro descubriría una verdad absoluta. Nadie era aplaudido por todo el mundo, mucho menos un piloto que acumulaba rivales molestos cada noche, pero el peor enemigo se encontraba en la pandilla que representaba en las carreras. El joven Ícaro tuvo que soportar la humillación de ver cómo ayudó a un chico que luego le quitó el puesto de piloto titular. «¡Esto no es justo, yo soy el mejor piloto! ¡Yo soy el número uno!», pensaba con furia. Debía haber una forma de sacar a la competencia sin romper la regla de oro: «A un piloto nunca se lo lastima, porque toda su pandilla tomará venganza».

 

Mientras recordaba una conversación que tuvo Lázaro con Marcos, Ícaro ideó una forma para que su rival se fuera por cuenta propia. Un día en que no había carreras, el joven Altopiedi encontró a Lázaro cerca de su casa y le comentó que un conocido de ambos había terminado en el hospital.

 

—Pobre, ¿y qué le pasó?

—Tuvo sobredosis de Klick. Ya te imaginas como está la familia del chico.

—¿Klick? ¡Pero qué estúpido!

—Y sí, le dije a Marcos que no le diera de los verdes, pero…

—¿¡Marcos le dio Klick!?

—Sí, le vende Klick a los chicos «de la alta», como a nosotros. ¿No sabías?

—¡Pero me dijo que no tenía nada que ver con eso! Con que así gasta sus Créditos.

—Deberías decir «nuestros».

—¿Cómo que «nuestros»?

—¿En qué crees que invierte la mitad de las ganancias de las carreras que ganas? Con el dinero en efectivo compra cajas de Klick para luego revenderlas a todo el mundo.

— ¿¡Sabes acaso lo que me estás diciendo!? —Lázaro no podía quedarse sin hacer nada y fue a confirmar si la noticia del hospitalizado era cierta. Para su sorpresa, los familiares confirmaron el terrible suceso.

 

«¡Que imbécil fui! Me mintió para que corriera y así comprar las drogas, pero esto no se quedará así». Al día siguiente, quiso averiguar dónde Marcos guardaba el Klick, haciendo preguntas en forma discreta supo donde estaban las pastillas: Marcos le pagaba a un sujeto para que se las quedara. Obtuvo su dirección y fue hasta el lugar. Convencer al tipo de entregar las cajitas de pastillas fue difícil al principio, pero con suficientes créditos y las palabras correctas pudieron ablandar su voluntad, después de todo era el Peregrino, el piloto que había logrado comprarlas en primer lugar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.