Liga Del Asfalto: Sombras De La Urbe - Libro 3

CAPÍTULO 9

LAZOS ROTOS

 

Una torta de chocolate, finamente preparada, permanecía en el bolso de una jovencita de Tercer año. No era una torta cualquiera: era el símbolo de un sentimiento que esa joven había sentido durante su cocción, un sentimiento que estuvo con ella al cantar con todas sus fuerzas, no para la audiencia, sino para el alma de un chico, que la había sorprendido en el último momento para llenarla de emoción.

 

Nayive no veía la hora de salir del Colegio Hagia Sofia para encontrarse con su espectador favorito con la esperanza de sentir, como ella lo llamaba, «el cristal durmiente en la piedra» que era Christian. «Espero que no salga temprano. ¡Es la mejor oportunidad para darle la torta! Pero creo que hubiera quedado mejor si le hubiera puesto avellana». Al momento de la salida, la chica recorrió la distancia que separaba su colegio del de Christian. La joven, ilusionada, no imaginaba lo que encontraría más adelante.

 

Llegó cuando los muchachos salían del instituto. En poco tiempo, vio a Christian salir a gritos, como si estuviera reclamando algo a los compañeros que lo seguían detrás, creyó ver incluso a Circe caminar en otra dirección alejándose de ellos, como si estuviera avergonzada o espantada por algo. Pudo escuchar lo que decía y supo de inmediato que las cosas no andaban bien. Christian no lucía como el de antes, su lenguaje corporal era distinto y vociferaba a los cuatro vientos toda clase de grosería. «¿Qué le paso?», pensó observando cómo el chico enojado caminaba hacia ella.

 

—¡Hola, Christian! ¡Hoy no me saludaste! —le dijo con simpatía. Él no se sonrojó, ni demostró aceptación. Veía a la estudiante como se ve a un estorbo, a un tronco en la carretera.

—¿Quién dijo que te quiero saludar?

—Pero, Christian, dime, ¿estás enojado?, ¿qué te pasó en la mano que tienes esa gasa?

—Eso no te importa Nayive.

— Perdón —se disculpó y bajó la cabeza—. ¡Pero sé que cualquier cosa que tengas, lo podrás solucionar! —Sacó de su bolso el postre que había confeccionado, envuelto en papel de aluminio—. ¡Mira lo que traje!

—¡Oh, otra torta! ¡Qué sorpresa!

 

Christian agarró el dulce. Nayive no dejaba de mirarlo, segura de que su presencia, o al menos la torta, pudiera mejorar el ambiente. Él, simplemente y de forma trivial, dejó caer la torta. Su corazón fue sacudido. La torta yacía en el suelo y Christian parecía no importarle en lo más mínimo.

 

— No entiendo —dijo ella, con los ojos muy abiertos y brillosos.

—Te explico rápidamente —habló con frialdad—. Tengo un problema con Circe, que para que lo sepas, es la chica que sí me gusta, con Lázaro por traidor, con Anthony por siempre creerse más que uno, con todos los hipócritas con los que estudio, y todo aquello que no me ayude a resolverlo me estorba.

—¿Por qué me dices eso?

—Siempre estás ahí, ¿no? Desde ese maldito día en la piscina no dejas de aparecer y de confundirme.

—¿Confundirte? ¡Si la que está confundida soy yo!

—Sólo hazme un favor, Pizarro, olvida que te salvé, deja de perseguirme, déjame con mi miseria, no molestes más, llegaste tarde, ¡el tiempo en el cual necesitaba alguien como tú ya pasó! ¿Sabes lo que hubiera deseado? Que dejaras mi soledad intacta, que pudiera quitar tu estúpida imagen de mi mente.

 

Nayive estaba a punto de llorar, cerró sus manos, la desolación se convirtió en despecho. Tomó la torta del piso y la apretó. El chocolate se salía de entre sus dedos.

 

—Eres… ¡Lo que tú me haces, me jode más porque me gustas! —gritó ella. Christian no pareció inquietarse por esas palabras.

—¿Y eso qué significa?, ¿qué quieres tener una relación?, ¿conmigo? Eres una ilusa, una tonta, yo al menos quiero una novia por mí, ¿por qué quieres pareja?, ¿Por qué el resto de tus amigas ridículas si tienen y tú no? no tienes idea de lo que es estar con alguien y no quiero que lo sepas a mis expensas.

 

Sus palabras fueron duras como la más fría piedra, pero no sentía lástima por Nayive, la adolescente humillada y herida, salió corriendo del lugar llorando. Anthony, Romina y Lázaro fueron testigos omniscientes de aquella muestra de maldad e insensibilidad.

 

—¿Vieron lo que yo vi? —preguntó Anthony.

—Es de ver para creer —comentó Lázaro—Es peor de lo que pensé, mucho peor.

—Parece que nos perdimos la hora en que le vendió el alma al Diablo

 

Pero la que no se reía era Romina. Verlo cómo lastimaba el corazón de Nayive era algo que no podía permitir.

 

—¿Y? —preguntó ella.

—¿Y? —volvió a preguntar Lázaro.

—¿¡Van a permitir que se vaya así, tan tranquilo!? ¡Pues yo no!, ¡voy  a agarrarlo para ponerlo en su sitio! El hecho de que Circe lo rechazara no significa que haga la vida miserable a todos nosotros, y menos a esa pobre chica.




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