Liga Del Asfalto: Sombras De La Urbe - Libro 3

CAPÍTULO 19

LLAMADO DE LA SANGRE

 

 

Lázaro arribó al Centro Comercial Terra Nova, para su sorpresa no había nadie, ni siquiera los negocios estaban abiertos, excepto uno, “Donde Miguel”, llegó al sitio, buscó al dueño sin encontrarlo, en su lugar vio a una chica sentada en una de las mesas.

 

Se acercó a ella, era Nayive, tenía en una de sus manos una pequeña torta de chocolate a la espera de su cita.

 

—Hola, Nayive, ¿puedo sentarme aquí?

—¡Hola, Lázaro! Claro que te puedes sentar—dijo ella, sonriente.

—¿Y esa torta de chocolate, para quién es?

—Es para Christian, ¿sabes? Hoy es nuestra primera cita como novios. ¡Estoy muy feliz! 

—¿¡Son novios!? Caramba, eso no me lo dijo.

—Debe estar muy ocupado. Le cuesta más decir lo que siente que lo que piensa, solo espero que seamos felices.

—¡Pero claro que sí! A mí me consta que pensaba en ti muy seguido.

—¿De verdad?, ¡Él es muy enigmático! No siempre sé lo que piensa ¿sabes que a él le gusta otra chica? No sé si está conmigo porque de verdad me quiere o porque ella lo rechazó y quiere hacer el típico «si no la gano, la empato».

—Desearía contestar esa pregunta, pero no lo sé. Sin embargo, es un buen tipo y no creo que te haga algún mal.

—A ti te pasa algo parecido con tu papá, ¿no?

—¿Eh?

—Te lo has preguntado varias veces, si él de verdad te ama o solo era una farsa para complacer a la sociedad.

—Él y yo tuvimos tiempos felices, pero mientras crecía se alejaba más de mí. Fue por esos días que comenzaron las discusiones entre nosotros. Mamá no se metía y cuando lo hacía, siempre estaba de su lado. Yo reconozco que nunca fui un buen hijo, al menos no el que quería papá. Todo se resumía en lo que yo podía darle y en lo que él esperaba recibir.

—Ya veo, él me manifestó algo parecido.

—¿Te dijo a dónde fue?

—Le conté que un día fuiste al Auditorio Metropolitano. Al parecer sintió curiosidad y fue para allá.

—El Auditorio—Su memoria todavía eran una tormenta de imágenes sin sentido donde pocas cosas eran claras. Dentro de tanta confusión, surgió la figura de un hombre de barba.

 

Su instinto le decía que aquella persona estaba atada a la tragedia y no pasó mucho para que su nombre figurara en su mente: «¡Henry Oberon!»

 

Sin siquiera despedirse, Lázaro se levantó de la mesa para ir al Auditorio. Se preguntaba por qué en su mente había tantos espacios en blanco, tantas caras que, aunque ocultas, sentía familiares, hechos que no se le presentaban en la forma como en verdad habían ocurrido. Todo se hacía más oscuro y el sol dio paso a la luna.

 

Llegó al Auditorio sin encontrar dificultad para entrar, no había nadie, ningún alma que pudiera ayudarlo en su búsqueda, el joven caminó por el vestíbulo, en donde las pantallas de información desplegaron un mensaje que informaban sobre el evento de la noche «La Tragedia del Peregrino, interpretado por la Gran Violinista Circe Durán», en un momento, se detuvo, su corazón acelerado de pronto, sin saber la razón «En este lugar pasaron cosas importantes. Estoy seguro que fue en este lugar ¡aquí hablé con Henry Oberon! Pero no puedo recordar de qué hablamos. ¿Por qué siento esta rabia cuando trato de acordarme?»

 

Salió del vestíbulo para continuar su búsqueda y escuchó entonces una triste pero delicada tonada de un violín, lo que trajo aún más recuerdos a su mente: una visita a su hogar, un encuentro en su cuarto, una melodía dedicada solo a él. «¿Acaso conozco esa canción?»

 

Fue hasta el escenario principal siguiendo la música. Descubrió en la tarima a una única violinista vestida de blanco, que tocaba de pie y con los ojos cerrados demostrando sus habilidades a los diez mil puestos vacíos que estaban frente a ella.

 

Lázaro no se atrevió a interrumpirla, sería una falta de respeto tanto para la intérprete como para el sentimiento que lo ataba a ella. Cada nota que salía del violín estaban llenas de nostalgia y tristeza, tratando de dar un mensaje que solo él podía descifrar.  

 

Con un suave movimiento de sus manos, la violinista concluyó su armoniosa interpretación. Abrió los ojos denotando el mismo sentido de añoranza que su instrumento se había encargado de hacer llegar hasta su solitario espectador.

 

—Eso fue hermoso, Circe —dijo acercándosele.

—¿Te acuerdas de esa canción? Tenía toda la intención de demostrarte lo mucho que me gustabas, pero más que nada saber si tú sentías lo mismo. También estuvimos a punto de besarnos, ¿lo recuerdas? —Lázaro asintió—. Pero tú no quisiste continuar. Me moría de la vergüenza pensando el por qué. Se me ocurrieron un montón de cosas, todas señalándome como la culpable. Luego me contaste lo de Débora y me dijiste que hombres como tú no debían estar con chicas como yo. Más tarde, supe que Christian gustaba de mí. Todos lo sabían y estoy segura que tú también. Ahora que todo lo malo ha terminado, que todo llegó a su fin, tengo que saber.




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