Liga Del Asfalto: Sombras De La Urbe - Libro 3

CAPÍTULO 20

RESPUESTAS

 

La regla general, si es que ella existe, dicta que los padres deben contestar las preguntas que sus hijos les formulan, incluso si no saben la respuesta correcta. Frente a la Fuente de las Américas y con los astros de la noche desperdigados en el firmamento, Juan Ximénez escuchó la pregunta de su hijo. Su respuesta fue el silencio.

 

—¿Estoy muerto? —Insistió Lázaro—. Entonces, todo lo que pasó hoy, ¿qué significa? —Su padre, con mirada triste, se sentó en el borde de la fuente sin decir palabra—. ¡Diablos viejo! ¿Por qué no me respondes?

—Porque haces las preguntas equivocadas —respondió con calma Juan.

—Ok, intentaré otra: ¿Qué hago aquí? Henry me tenía donde me quería.

—Sí, conozco esa sensación.

—Entonces dime, papá, ¿dónde estoy?

—Tiene varios nombres: Laberinto de la Mente, Espejo del Alma, algunos incluso lo llaman «Purgatorio».

—¡Por Dios!, ¡entonces estoy muerto!

—No exactamente. Te encontraste con personas que tienen alguna clase de asunto pendiente contigo, por tanto, tu estas atado a ellas.

—¿Y eso qué significa?, ¿que no eran reales?

—Por el contrario, hijo, son bastante reales. El deseo, el amor, el razonamiento, la culpa, el miedo, la eterna interrogante de si los que te aman lo hacen por lo que eres o por lo que haces, son sentimientos que tienes dentro de tí y debías enfrentarlos. —A pesar de todo, Lázaro permanecía escéptico ante lo dicho por su padre.

—Suponiendo que lo que dices es cierto, ¡y solo suponiendo!, ¿eso explica lo que le pasó a mi memoria?

—Esa pregunta tampoco la puedo contestar, pero te puedo decir esto: lo que hiciste para llegar hasta acá era necesario y ahora podemos terminar lo nuestro de una vez. ¿Sabes? Tuviste razón en algo. Yo contribuí en que fueras como eres, y también contribuí con los malos recuerdos que tienes de mí. Lo que dije en la playa fue verdad, quería darte todo lo que yo no tuve, pero no a costa de que me tuvieras rencor.

—No tienes que decir eso papá

—Seguramente para ti no todo fue malo, pero sí fue la mayoría. Es de eso de lo que te acuerdas más, ¿no? —Con honestidad, el muchacho se limitó a asentir—. Espero que me entiendas, no que me justifiques, pero al menos que me entiendas. Cuando era joven, tuve una existencia demasiado precaria, el mundo y la Unión Federal eran distintos, nada era sencillo para las personas de mi tiempo. Tu madre, bendita sea, me apoyaba para que tú tuvieras una vida más fácil. Yo te presionaba porque sabía que eras un triunfador, quería que supieras que el mundo estaba a tu alcance

—La manera en que hiciste las cosas, ¡esa no era la manera!, ¡debiste saber que me hacías sufrir! Pasé noches, papá, noches enteras estudiando no para la maldita calificación sino para saber que me amabas. No sacaba la nota que esperabas, pero quería que reconocieras mi esfuerzo. No aprendí nada de historia, química, o física, aprendí que tu cariño se derivaba de mis éxitos. ¡Ja! Apuesto a que si hubiera sido un genio drogadicto te hubiera gustado más, ¿¡verdad!?

—¡Eso no es cierto, hijo! Yo estaba pendiente de ti en cada instante del día, aunque no estuviera presente, y si lo hacía era porque me interesabas. Yo te quería preparado. Dios quiera que no enfrentes lo que a mí me tocó vivir, pero si eso ocurre estaré tranquilo al saber que estás listo para luchar como sea y donde sea.

—¿Piensas que no puedo cuidarme únicamente porque no quiero terminar encerrado en un saco y una corbata el resto de mi vida? ¿Es eso?

—Nada que ver, hijo. Tienes mi sangre, y nadie que lleve mi sangre puede ser un perdedor. Confío en ti, ya sea que dirijas El Ciudadano o te conviertas en un tipo que limpia zapatos.

 

La mención del periódico removió la duda que Lázaro tenía sobre su padre. Debía hacer las preguntas correctas, incluso si no le gustaran las futuras respuestas.

 

—Papá, hay algo que dijo Oberon sobre ti. Te acusó de que tu fortuna era producto de negocios sucios con políticos y personas influyentes.

—¿Le creíste?

—Quiero escuchar lo que tienes que decir.

—No puedo creerlo. Mi propio hijo me acusa de corrupción. ¿Tanto me detestas como para llegar a eso?

—Papá, razona un poco. Si eso lo dijo Oberon, muchos van a querer investigar, ¿y sabes quién tendrá que dar la cara? Mamá.

—Mira, Xim Media Incorporated las construí yo, ni los políticos, ni los militares, ni los religiosos pusieron un centavo. Lo que pasa es que cuando investigas sobre ciertas personas, te inventan porquerías.

—Pero, papá, ¿por qué te metiste con Henry? No creo que no tuvieras conocimiento de lo peligroso que era ese tipo.

—Yo sabía que cuando me convertí en periodista descubriría cosas que la gente no querría saber. Desde mi programa de televisión di a conocer los grandes embaucamientos que nos hacían las personas que estaban en el poder. Lo hacía, hijo mío, no para ganarme enemigos o amenazas de muerte, sino porque me gustaba mi trabajo. ¿Qué te puedo decir? Amaba mi profesión más que la de empresario. Pero al ver cómo estaban las cosas tenía dudas de que si lo que necesitábamos como sociedad era un conflicto honesto o una armonía corrupta, alguien debía tomar esa decisión supongo. Un día, recibí una llamada anónima que decía que el Alcalde Mayor quería ejecutar un plan para tener una imagen positiva ante la gente y desviar la mirada sobre las sospechas de corrupción que lo perseguían. Pensé que no era más que otro político con pies de barro, nada nuevo bajo el sol. Cuando estuve a punto de delegar la investigación a otro, algo en mí hizo que tomará el asunto en mis propias manos. Lo que descubrí fue aún más grave de lo que imaginé, y cuando vi tu nombre en la lista de los pandilleros de Oberon, no lo soporté. Me reuní con él y le dije que con la Alcaldía Mayor podía hacer lo que quisiera, pero que no tocara a mi hijo. Me dijo que lo tomara con calma, que ambos éramos hombres de negocios que podían llegar a un acuerdo, pero no era ningún acuerdo, era un «estás conmigo o en mi contra».




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