Liga Del Asfalto: Sombras De La Urbe - Libro 3

CAPÍTULO 24

NUEVO ORDEN

 

La pesadilla comenzaba siempre de la misma forma.

 

Un edificio, una oficina a medio terminar, una pelea, el metal atravesando la carne, una sensación tan espeluznante que ni siquiera en el subconsciente dejaba en paz a Lázaro.

 

Se despertó en medio de la madrugada, estaba sudando, no quería dormir y darle la oportunidad de que su mente terminará la historia, en una silla vio a su madre dormida, no quería molestarla ya que apenas en unas horas tendría que reunirse con William Jaimes y Ezequiel Martin para coordinar una conferencia de prensa, idea del periodista y del Alcalde Mayor electo, a Lázaro la idea de tener a su madre cerca de Ezequiel no le agradaba en lo absoluto, pero no estaba en condiciones de evitarlo.

 

Horas después César Vásquez lo visitó a la clínica, era la única persona que no había visto desde su llegada al centro de salud, en cierta forma estaba contento de que el mecánico fuera el último en verlo antes de que le dieran el alta, la reconstrucción celular, los tratamientos y los doctores hicieron el trabajo de sanar su cuerpo, pero faltaba sanar su mente.

 

—¿Cómo te sientes Lázaro—Fue lo primero que le preguntó a su joven amigo luego de saludarlo, este tenía la televisión en silencio mientras se transmitía programas informativos sobre los sucesos de la Avenida Maury.

 

—Estoy mejor, mis amigos vinieron a verme—Comentó Lázaro — Mi mamá como imaginarás estaba preocupada, ¡pero lo positivo es que no tuve que presentar las pruebas del colegio ja, ja, ja!

 

Esa risa no pudo engañar a César.

 

—Lázaro, estás hablando conmigo.

 

El joven no dijo nada por unos segundos, su madre y sus amigos estaban muy contentos de verlo con vida como para percatarse de las heridas que los profesionales de la medicina no podían curar.

 

Con la televisión en «mute» mientras el nuevo Alcalde Mayor hablaba sobre Ciudad Victoria y los diferentes enfrentamientos entre manifestantes y policías que al parecer no desaparecían pronto, Lázaro Ximénez contó todo lo que sabía a César, la entrega de la información de su padre a gente de confianza, su pelea con Damián, la pérdida de la Stingray, su captura, la lucha contra Henry, la puñalada, el disparo, la revelación de que todo estaba predestinado, las visiones y las pesadillas.

 

Para el muchacho ese año terminaría de forma muy dolorosa. No deseaba ser el héroe anónimo que había llevado a Oberon ante la justicia, la recompensa que sentía era una soledad enorme que se había impuesto por sobre la alegría de vivir, el residuo de haber peleado y sangrado por una causa política que no le interesaba. El apoyo de sus amigos no parecía llenar ese agujero que sentía y no sabía si algo o alguien podrían sanarlo para ese momento.

 

No creía en los fantasmas o espectros, ni siquiera en las cosas esotéricas, pero por un segundo deseaba creer que el amor de su padre lo había alcanzado desde el Más Allá cuando de verdad lo necesitaba.

 

Cualquiera creería que el relato era la más fantástica de las ficciones, César no, conocía las calles de Ciudad Victoria, de Sudamérica, desde los días que recorría el pavimento en dos ruedas aprendió que cada calle tenía su historia y cada esquina su secreto.

 

 

—¿Ahora vez César? —Preguntó Lázaro—Esto es lo que me está destruyendo, estoy harto de no poder dormir, estoy cansado de preguntarme cuantas veces me van a apuñalear y cuantas veces tendré que disparar.

 

César puso la mano en el hombro del joven paciente, lo miró no como un amigo, sino como un hermano mayor.

 

—Sé que a veces no entendemos la naturaleza de las cosas que nos pasan—Explicó el mecánico—Te ocurrieron cosas terribles, pero ahora depende de ti como esas experiencias dictarán la persona en la que te convertirás.

            «Aunque parezca extraño Henry tuvo razón, ambos se destruyeron mutuamente esa noche, él ya no es el mismo hombre que era antes de enfrentarte y tú no eres el mismo adolescente antes de que lucharas por tu vida, primero fuiste un hijo que siempre peleaba con su padre, después fuiste un piloto callejero que siempre se peleaba con todo el mundo, ahora serás algo distinto, para bien o para mal».

            «Pero no hay que preocuparse, aunque no lo creas eres uno de los jóvenes más afortunados que conozco».

—¿Afortunado?, mataron a mi papá, me apuñalearon, y casi mato a un hombre, no sé dónde está la fortuna en eso.

—Lo sé Lázaro, pero a pesar de todo tienes un futuro lleno de posibilidades, la fortuna de Juan Ximénez es tuya por derecho, el periódico, los medios de comunicación, si te preparas puedes continuar con lo que él dejo y expandirlo, la mayoría de las personas pasan toda la vida tratando de lograr apenas una milésima de lo que tu papá logró.  




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