Su imagen en el espejo del recibidor no le pareció del todo detestable, fue algo más allá de la simple apariencia lo que esa mañana comenzó a incomodarle.
El cielo estaba más azul de lo habitual, fue su primera impresión al salir de casa, soplaba una brisa que indicaba que el frío de invierno se iría pronto para dar paso a la primavera, una de sus estaciones favoritas, a pesar que como cada año Anne no tuviese tiempo para llevarla a ver el florecimiento de los cerezos.
Era una escuela bastante grande en comparación a sus otros institutos, un par de edificios para las clases, la biblioteca y el área de dormitorios donde se hospedaban los alumnos del internado, todas las áreas rodeadas de vegetación, tal vez otra de las razones por la cual la había elegido, en un lugar así no sería difícil encontrar donde refugiarse de las interacciones sociales innecesarias.
Desde su lugar en el salón observaba con cierta curiosidad como los primeros grupos y amistades comenzaban a forjarse. Era innegable la curiosidad que le había causado aquella presencia desde el primer día. Camina hasta su rincón del salón sin saludar a nadie hasta encontrarse con la chica de rostro pálido y melena oscura, su cabello castaño claro, casi rubio, se mecía al son de sus pasos, y su imagen abrumadoramente angelical de tan sólo verla le daba cierta emoción a su día. Aun así, se sabía socialmente inepta, evitando cualquier interacción a toda costa.
Con dos avisos por parte del profesor titular debería encontrar cuanto antes un club al cual integrarse o sería designada a uno de forma aleatoria. El afiche afuera de la sala de profesores enumeraba los clubes donde aún vacantes, entre ellos se destacando los artísticos y deportivos.
Se había pasado la semana pensando en sus habilidades, y aunque nunca había intentado algún deporte tal vez aun estaba a tiempo de mejorar su penoso estado físico, y prefería asegurarse de que fuera un club sólo para chicas. Quiso pedir el formulario para natación cuando una chica de complexión atlética se le acercó llevándose consigo sus intenciones. Aunque había tenido algunas inquietudes respecto a su cuerpo no era su idea lucir como alguien fuerte.
Avanzó hacia el patio trasero cruzándose con los primeros alumnos, todos parecían bastante alegres y animados, hubiese deseado tener la misma energía. Desde pequeña, había sido tímida y un poco cobarde, situación que no estaba segura si ahora sería capaz de revertir. Con esfuerzo evitaba pensar en las efímeras y superficiales amistades que había hecho en secundaria, por lo que no tenía muchas personas con quien hablar ni sabía cómo hacerlo ahora que se encontraba rodeada de impredecibles desconocidos.
Terminando su casi inconsciente reflexión que, por lo demás no le agradaba, miró el reloj en su celular, siendo casi la hora de entrar a clases.
Caminó a paso lento ansiando la hora de salida, prepararía una deliciosa cena para cuando su madre estuviese de vuelta. Sonreía con cierta ilusión cuando su pie derecho se enganchó en una rama haciéndola caer de rodillas, por suerte no había nadie que pudiese notar su torpeza. Se limpió los restos de gravilla que se le habían quedado en las piernas observando sin mayor preocupación las gotas sangre en sus rodillas. Miró la rama maldiciéndola en silencio y al intentar cortarla un grupo de enredaderas se deslizaron dejando al descubierto una estrecha cerca de madera justo entre los ladrillos. Por segundos sintiéndose como la afortunada protagonista de un cuento infantil empujó la puerta que sin cerradura se abrió con un leve crujido.
Con el corazón acelerado y cerciorándose que no hubiese nadie entró cubriendo otra vez la puerta. El aroma húmedo inundó su nariz y con cuidado bajó los mohosos tres únicos escalones en semicírculo para quedarse parada observando el pequeño y frío verde paraíso.
Lo primero en llamar su atención fue un enorme árbol en medio del césped, hacia el lado derecho un pequeño farol de concreto. Las paredes de ladrillo que lo separaban del exterior estaban cubiertas con un poco de moho y rodeadas por enredaderas, incluso más frondosas que por el otro lado del muro, a nivel del suelo pequeños arbustos con flores de diferentes colores. El piso desprovisto de césped estaba cubierto de una gravilla fina formando un camino que se bifurcaba antes de llegar hasta el fondo. Las ramas más grandes se mecían con suavidad al paso del viento con esa exquisita sensación de calma.
Hipnotizada recordó que había sonado el timbre hace unos minutos. Corrió con todas sus energías hasta el edificio, y subió las escaleras hasta su salón. Por suerte era la clase de ciencias, sólo gracias a su particular interés y empatía por la materia el profesor le regaló una sutil sonrisa dejándola pasar, no obstante, se avergonzó al notar que algunos parecían comentar su torpeza. Antes de decidirse en caminar a su lugar otra presencia llegó a sus espaldas llevándose por suerte esa atención que tanto le incomodaba. Lo miró de reojos, era quien se sentaba en el puesto contiguo, llegaba tarde y se dormía casi todas las clases. Con esos antecedentes el profesor le prestó poca atención.
A pesar de lo predecible y aburridas que le eran la mayoría de sus clases en pocos días de visitar el solitario jardín acabó dándole un poco más de emoción a su autoproclamada insignificante existencia. Esperaba con cierta ansiedad el descanso y ya se había encargado de hacer una limpieza superficial, convenciéndose en que haría de ese su secreto lugar. Analizando el grosor de las ramas de maleza concluyó en que sería una buena idea conseguir unas tijeras de podar en esas tiendas de cien yenes.
Miraba desde su lugar el cielo a través de las cortinas escuchando como la mayoría de sus compañeras hacían planes para el fin de semana cuando entró la profesora de física y después de apenas saludar dio las instrucciones para un trabajo grupal, situación que abruptamente la devolvió al presente. Algo en su pecho se había remecido de forma desagradable al ver cómo sus compañeros comenzaban a reunirse.
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Editado: 29.11.2024