Ligera y agridulce

Nada nuevo bajo el sol: Capítulo 2

El equipo de tenis femenino se componía de ocho titulares para las cuales ya se estaban haciendo las eliminatorias, aunque rara vez alguien de curso inferior lograra entrar. No tenía demasiadas aspiraciones más que pertenecer a un club, y al saberlo la actitud de sus compañeras fue mucho más amistosa.

 

Las chicas que no estaban teniendo partidos competitivos eran entrenadas por una mujer de mediana edad dando todas las indicaciones. El resto del tiempo estuvieron a cargo de las chicas de cursos superiores o de aquellas que ya habían sido seleccionadas como titulares.

 

La zona de entrenamiento, equipado con cuatro canchas en medio de la vegetación y un camarín bastante amplio para todas, parecía un sitio agradable, por lo menos allí no tendría que lidiar con hombres. Conseguir el uniforme a última hora no fue tan difícil y así en pocos días pudo comenzar como un miembro oficial.

 

Esa tarde, apenas llegar una chica, a quien había identificado como la capitana, le dio la bienvenida e indicó que entrenaría con el resto de sus compañeras.

 

En un breve intercambio de palabras ya se había enterado que la mayoría jamás había jugado tenis, así que para iniciar el entrenamiento tuvieron que dar veinte vueltas a las canchas. Luego vieron a las superiores jugar, y debieron ordenar el equipamiento. Era un trabajo bastante pesado al menos para su deplorable estado físico, aunque al menos su madre estaría orgullosa si dejaba de lucir como el oso perezoso que siempre había sido. Cuando la clase terminó y creyó que se desmayaría de agotamiento supo que estaba en lo cierto.

 

Al llegar a casa, exhausta, sólo se limitó a dejar sus cosas en el suelo y tirarse en el sillón, aun teniendo algunas tareas, estaba sola, así que podría perder el tiempo como quisiera. Su madre era enfermera y ese día tenía turno de noche, cenaría sola, casi como ya acostumbraba. Desde muy pequeña había aprendido a ocuparse de los asuntos de la casa, ya que al vivir sólo las dos, Anne, como prefería que la llamara, había trabajado duro para mantenerlas, y aunque muchas veces se había lamentado por eso, sabía que era por el bienestar de ambas, al menos hasta cuando se hiciera mayor de edad y dejara de ser una carga.

 

En el refrigerador, donde estaba la foto de ambas, y bajo un set de papeles adhesivos donde se dejaban notas para cuando no podían verse Anne había escrito: “Tu comida favorita espera en el refrigerador”. Sintió satisfacción, Hotaru amaba cocinar, pero la comida de su madre era su favorita, tal vez por eso, al contrario de la mayoría de las chicas de su edad, jamás había podido hacer alguna dieta.

 

Con las sobras de la cena preparó un obento para el día siguiente y se metió al baño.  

 

Antes de terminar de quitarse las últimas prendas se quedó viendo en el espejo, si bien siempre le había gustado su cabello castaño color chocolate, que por cierto ahora le llagaba bajo de los hombros, no se comparaba en belleza ni delicadeza como el de Miu y Yukari, su piel tampoco era tan delicada ni blanca, más bien seguía viéndose como una niña, y como en pocas ocasiones se preguntó si alguien se hubiese fijado en ella bajo esa apariencia.  

 

 

Esa mañana antes de entrar a clases se dirigió al jardín, desde la última vez parecía que nadie más había estado ahí además de ella, probablemente porque casi ningún alumno circulaba por lugares tan solitarios del instituto. Respiró profundo bajando los únicos tres escalones, como si estando en él pudiese sumergirse fuera de la realidad. Recorrió cada rincón con detalle, siendo primavera muchas de las plantas estaban floreciendo, el pasto verde y los pajaritos que rondaban por el único gran árbol le causaron alegría. Lo único que se interponía entre toda esa belleza eran las ramas de maleza que, al parecer, estaban hace mucho tiempo creciendo ahí y había olvidado limpiar. Se agachó intentando quitar una, pero lo único que logró fue rasmillarse la palma de las manos y ensuciarse las uñas con tierra.

 

Aunque esa mañana tuvo una de las clases que más le desagradaba, matemáticas, estaba feliz ya que Miu la había saludado con extrema amabilidad invitándola a pasar con ellas el descanso.

 

La observaba de vez en cuando imaginándosela como una pequeña muñeca de porcelana, tenía la piel tan blanca como la nieve, y era alta y delgada, como una mujer extranjera...su curiosidad sobre ella aumentaba con cada mirada.

 

Se sentaron juntas, Hotaru sacó su obento, que combinaba toda clases de sabores, mientras Yukari compró un almuerzo preparado, y Miu dejó sobre la mesa un termo, que al parecer, una vez más, sólo contenía sopa.

 

- ¡Eso se ve genial!- sonrió aludiendo a su comida

- puedes comer lo que quieras- respondió, queriendo sonar complaciente.  

 

De inmediato Miu tomó un onigiri y un trozo de omelette de huevo.

 

- ¿cocinas hace mucho?

- aprendí en primaria, mamá está casi todo el tiempo en el trabajo, no tiene tiempo de hacerlo.

- quisiera saber cocinar así- suspiró- mamá tampoco cocina.

-¿también trabaja mucho?

-…algo así- sonrió, esta vez con resignación.

 

Hotaru se quedó pensativa, Yukari regresó con su porción de comida preparada.

 

- ¿Tu madre tampoco cocina?- murmuró Hotaru.

- mi abuela lo hace, pero nada que pueda comer, ama preparar cerdo, aún sabiendo que odio la carne.

- ¿eres vegetariana?- se sorprendió

- algo así.

 

Se enteró que Yukari vivía con su abuela, y debido a que era la mayor de varios hermanos tenía que trabajar después de clases. Miu por su parte era hija única y pasaba la mayoría del tiempo sola con su madre, ya que su padre estaba casi siempre en viajes de negocios. Se alegró de saber que al menos tenían algo en común.




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