Ligera y agridulce

El día en que dejaste de fingir: Capítulo 22

Diariamente encargándose del orden y aseo del departamento dedicaba ciertos momentos para navegar en internet en de busca de empleo. Con menos de dos meses para navidad las ofertas de trabajo habían aumentado, aunque en su mayoría pedían ser alumno regular de algún instituto y tener la autorización de los padres.

Con cierta ansiedad volvía a visitar la página que Nami le había indicado, en su perfil exponía fotografías y artículos que daban cuenta de sus intereses. Esa tarde se había quedado viéndola aun incapaz de dejarle un mensaje cuando Yuuri entró dejando las llaves en el recibidor y musitó que ya estaba en casa.

Se incorporó para saludarla, divisando sorprendido justo tras ella la viva imagen de una Natsumi con uniforme de preparatoria, era Nami ahora sonriéndole con relativa confianza. Intentó corresponder, pero los músculos de su cara ya se habían tensado.

Yuuri le indicó a su invitada pasar a su habitación, mientras se fue la cocina por un par de vasos de jugo.

- Lo siento- susurró- no tenía cómo decirte que vendría con alguien.

La miró de reojos y sonrió, sin entender por qué se disculpaba, después de todo estaba en su propia casa.

- ¿Quieres que haga las compras para la cena?

- descuida, Nami debe regresar pronto.

Se refugió en su habitación, y aunque quiso concentrarse en cualquier otra cosa sabía que la presencia de aquella chica significaba un riesgo. Las escuchó reír varias veces en ese par de horas y cuando suponía que continuaban estudiando se apresuró a la cocina, pero tal como si intentaran acorralarlo Yuuri abrió la puerta y salieron hacia la sala. La mirada de su amiga le obligó a disimular su incomodidad.

- La acompañaré al metro- sonrió- ¿puedes adelantar un poco la cena?

- claro…

Apenas su amiga se metió al baño Nami no dudó en acercársele.

- ¿De verdad te encargarás de la cena?- musitó complacida- quisiera haberme quedado a probarlo.

-…no…no es la gran cosa- por alguna razón se sintió avergonzado.

-…Ya veo – sonrió caminando hacia él otro par de pasos- De verdad sí eres lindo- agregó despejándose la frente de aquellos mechones claros que se le caían casi sobre los ojos- pero descuida, no le diré a mi hermana donde vives, aun cuando sé que se muere por verte.

Él asintió, incapaz de verla a los ojos.

- En fin- murmuró con suspicacia- ha enviado esto- buscó un sobre de entre uno de sus libros.

Lo recibió dudoso, descubriendo en su interior aquellas fotografías que habían tomado para el concurso.

- Obtuvieron muy buena calificación, y el segundo lugar, puedes ver los comentarios en la página de la universidad.

- …claro…- agradeció que al menos fueran buenas noticias.

- lo he pensado, y aunque supongo que Yuuri acabará enterándose de algún modo, no le diré nada- sonrió con esa confianza que también caracterizaba a Natsumi, causándole un poco de temor.

Aun así, la decisión le tomó por sorpresa.

– Bueno, lo hago por mi hermana, dijo que no tenía la intención de causarte problemas.

Quiso saber si bromeaba, pero ella no se inmutó.

-Bueno…dile que…espero que esté bien.

- claro- continuó sonriendo- se lo diré.

La vio dirigirse al recibidor y cuando Yuuri salió del baño desaparecieron al fin tras la puerta.

Derrochando la semana completa acomodando sus pertenencias esa mañana finalmente el camión de la mudanza llegó. Se vistió con las únicas prendas que había dejado libres y antes de salir, miró por última vez su habitación. Ahora sin sus cortinas color crema, sus muñecos de peluche sobre la cama, ni sus cuadernos ni revistas en las repisas, sintió nostalgia, pero le pareció más impersonal de lo que hubiese imaginado. Dio un ligero suspiro antes de cerrar su puerta.

Anne continuaba pareciendo entusiasta, y al mismo tiempo, algo preocupada. Ella ya se había resignado, consciente en que sus sentimientos no tenían mayor injerencia.

Seichiro fue por ellas al departamento. Lo saludó sólo con una leve reverencia, incapaz de verlo directamente. Subió a uno de los asientos traseros del auto, que ahora era invadido por un aroma cítrico que le revolvió el estómago, preguntándose si sería capaz de soportar vivir con personas que apenas conocía, en especial ahora que se había vuelto tan antisocial, y que tenía tantas cosas que ocultar a su madre.

Condujo al menos media hora antes de entrar a un barrio residencial. La avenida principal estaba rodeada de árboles en cada vereda, y a pesar de ser fin de semana, parecía tranquila.

Seichiro se detuvo frente a una casa de dos pisos color damasco de estilo occidental. Su madre indicando que bajara del auto y tomó su bolso y su cartera. El patio delantero estaba tapizado en césped, con algunos arbustos que, por la época, casi no tenían hojas.

Entró dando una vista rápida a todo, un nuevo aroma llegó a su nariz, ahora frutal. El recibidor era al menos el doble que en el departamento, adornado con un par de muebles. Y el comedor y la sala tenían cada uno su espacio propio. Las paredes pintadas en color crema, y al final de la sala un gran ventanal alumbrando el lugar con los escasos rayos de sol que lograban atravesar las cortinas. Todo con una sobria y elegante decoración. Ciertamente era una casa grande sólo para dos personas.

Su nueva habitación se encontraba en el segundo piso casi al final del pasillo, en medio de la de Tomoki y la que sería la de su madre. Su cama, muebles y cortinas se encontraban ya en el lugar, pero ahora ocupaban menos de la mitad del espacio. Dejó su bolso en el suelo, descubriendo que tenía un pequeño ventanal hacia el patio trasero, al menos desde arriba lucía bastante amplio, con mucho césped y rodeado de árboles. Al volver la vista hacia el cuarto notó que contaba con un amplio armario y a su lado, el baño privado.

Anne la obligó a bajar para saludar a Tomoki, donde él pareciendo entusiasta le dio la bienvenida, aunque ella sólo le dirigió una ligera sonrisa. Pasaron a la sala, había una pequeña biblioteca al lado del altar con la fotografía de una mujer de mirada nostálgica.




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