Ligera y agridulce

El día en que dejaste de fingir: Capítulo 25

Sin que su amiga se hubiese enterado se pasó los últimos días sólo saliendo de la cama para ir al baño. No tenía deseos de comer desde aquella noche a pesar que Yuuri le hubiese dejado parte de sus preparaciones en la nevera, que con la idea de no preocuparla sólo las había escondido dentro de su cuarto, dada la humedad comenzaba a percibir un particular aroma a descomposición.

Esa mañana se levantó temprano, y tras notar su lamentable apariencia en el espejo, metió las porciones de comida podrida en una bolsa y salió en dirección al hospital.

A diferencia de lo que recordaba, el lugar era mucho más grande y había mucha gente esperando una atención, por suerte lo llamaron en pocos minutos. En vano buscó con la mirada a la mujer que había pagado su taxi, esta vez una chica joven lo examinó y limpió su herida indicando que en poco tiempo podría hacerlo solo en casa.

En una panadería cercana al hospital compró unos cuantos panes que sabía serían del agrado de Yuuri, como si de esa forma pudiese compensar el hecho de haber botado su comida. Tras pagar notó en la mampara un aviso en busca de nuevos empleados, la mujer en la caja con una expresión amable le entregó un folleto que sin mucho interés guardó en el bolsillo de su chaqueta.

En el departamento limpió y ordenó su habitación, aún no se había deshecho de la ropa que usaba como anfitrión, así que con una sensación incómoda puso todas esas camisas y accesorios en un par de bolsas de basura y las llevó hasta el depósito. Quiso hacer lo mismo con las fotografías que Nami le había entregado, pero por alguna razón no pudo, metiéndolas entre las páginas de unas de las revistas que tenía sobre el escritorio.

Se tiró a la cama y cerró los ojos, con sólo ese pequeño esfuerzo se había sentido cansado. Sin embargo, aunque quisiese seguir durmiendo le era inevitable volver a sentir las manos de Yuu sobre su cuerpo, el dolor y la repugnancia de cómo lo había tocado, las imágenes pocos claras de no saber si realmente había intentado abusarlo. El temor y la desesperación por no poder decírselo a nadie acabaron humedeciendo sus ojos.

Aun con la confianza y cercanía que sentía con Yuuri era mejor no hacerla parte de tan desesperado sentimiento. Sabía que hacerle creer que intentaría regresar su vida a la normalidad era lo adecuado, aunque eso significara explicarle de donde realmente había obtenido el dinero, la situación le generaba también una mezcla de angustia y ansiedad…aunque ahora tenía peores secretos.

Cuando su amiga volvió del instituto ya estaba preparando la cena, y antes que ella pudiese reaccionar le sirvió un vaso de té helado y un trozo de pan de melón.

- Veo que ya estás mejor- se sorprendió- me alegra mucho.

- estoy bien- le dirigió una sutil sonrisa- mi herida está sanando.

- ¡qué alivio! admito que me asusté al verte la otra noche, parecías como si te hubiesen raptado- bromeó.

Él sintió que se le apretaba el estómago, la miró de reojos intentando disimular su expresión, y volvió a sonreír.

-…estoy bien.

-y todo pasa porque no tienes celular, le diré a papá que necesito uno nuevo- musitó divertida.

- no es necesario, compraré uno a fin de mes.

- descuida, prefiero que guardes tus ahorros para lo que en realidad importa.

Suspiró ligero y se quedó pensativo, Yuuri era tan considerada…

- Respecto a eso- murmuró roncamente- creo que ya tengo el dinero suficiente.

Ella alzó la mirada, pero sin levantar la cabeza apretó los labios, para luego responder con un hilo de voz.

-…bien…suena bien…es bueno que puedas hacer las cosas por tu cuenta…- sonrió con su atención en la ventana, afuera el cielo indicaba que pronto comenzaría a llover- Bueno, iré a cambiarme. Gracias por el pan, es mi favorito.

La vio desaparecer tras la puerta de su habitación, sin estar seguro de haber comprendido su lenguaje corporal.

Desde aquella tarde en Starbucks procuró estar atenta para no tener que volver a verlo siquiera en su propia casa. Le dio la excusa a Anne que tenía mucho que estudiar, así que por dos días le llevó una cena, que, por supuesto no probó, a la habitación, y no se atrevió a molestar.

Esa mañana el sonido de la lluvia golpeando sobre el vidrio de su ventana logró despertarla mucho antes que lo hiciese su alarma. Abrió los ojos con lentitud y se quedó mirando el techo en la penumbra. A pesar de haber dormido sin interrupciones, el dolor de cabeza, que ya acostumbraba, la obligó a salir de la cama. No había comido más que pequeñas raciones de frutas, té y agua en los últimos días, por lo que debía estar deshidratada en extremo. Entró al baño por unos cuantos vasos de agua, y se quedó frente al espejo. Tenía ojeras como si realmente hubiera estudiado durante toda la noche, su cara se notaba pequeña y triangular…pero no podía determinar si estaba o no delgada.

Bajo la polera del pijama ya casi no tenía busto y sus notorias clavículas le parecieron elegantes. Aunque al llegar a su abdomen se disgustó, cómo era posible, si ya ni siquiera tenía apetito.

Sobre la báscula, temerosa, miró de reojo los números...40 kilos, casi no había bajado desde la última vez, volvió a mirarse al espejo y sonrió…los ojos de la chica al otro lado parecieron penetrar en su cerebro.

-Hotaru ¿no vas a bajar?- la interrumpió Anne desde el primer piso para devolverla al mundo real.

Se pasó el peine por la cabeza, dejando unos cuantos cabellos alrededor del lavamanos.

Saludó a su madre en la cocina, también estaba lista para salir al trabajo.

- Necesito que hoy compren sus almuerzos, se me ha hecho tarde- musitó.

Debió contener una sonrisa.

- No hay problema- respondió Tomoki a sus espaldas- ¡Buenos días!

Inclinó la cabeza un poco avergonzada. En la entrada tomó su chaqueta y el paraguas.

- Continúa lloviendo fuerte- murmuró Anne viendo por la ventana- ¿quieres que Seichiro te lleve?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.