Ligera y agridulce

El día en que dejaste de fingir: Capítulo 28

Tras días meditándolo seguía consciente que, además de su bajo rendimiento en el instituto, su madre no podía recibir otra mala noticia.

Había leído que si lograba consumir ochocientas calorías diarias en dulces y bebidas azucaradas podría subir momentáneamente de peso, por lo que con el poco dinero que tenía se abasteció con golosinas, aunque no tuviese apetito se obligaría a comerlas varias veces al día.

Esa mañana estaba soleada, aún así su piel se congeló al salir de casa, por cierto, mucho antes de lo habitual y así toparse con los demás. Llegó temprano al instituto consciente que de todas formas ya no podría poner atención siquiera a clases que le gustaban. En el horario de almuerzo intentó comer un par de galletas de chocolate, pero a pesar de superar la primera tortuosa bocanada su estómago se retorció, obligándola a vomitar. Y continuó sintiéndose nauseosa el resto de la tarde.

A penas sonar el timbre del fin de la jornada, vio de reojos como rápidamente Ryo salía con toda su atención sobre su celular, en el cual no había parado de escribir. Ella esperó a que la mayoría de sus compañeros se fueran, para incorporarse con una lentitud como si se tratase de una débil anciana, sus articulaciones crujieron de manera silenciosa con cada movimiento antes de lograr la estabilidad. Al notarla Miu le hizo una señal de saludo, a la cual respondió tímidamente.

El frío punzante atravesó sus huesudas rodillas mientras caminaba hasta el primer piso, de no ser por los mitones sus manos también se habrían congelado. Tuvo las energías suficientes para llegar al casillero y lo abrió de manera mecánica, ahora como olvidando lo que había ido a buscar. De un momento a otro el corazón comenzó a acelerársele, las voces de los alumnos a su alrededor le retumbaron en la cabeza, hubiese querido sentarse, pero no había ningún lugar para ello, así que prefirió quedarse inmóvil con la esperanza de no llamar la atención. Comenzaba a sentir como un escalofrío le recorría toda la espalda, se encorvó sobre sí misma.

-…Hola- murmuró una voz a sus espaldas, la inconfundible voz de su salvadora.

Elevó levemente la mirada e intentó sonreír, sintiendo además los labios secos. No pudo articular palabra.

- ¿estás bien? Te ves pálida.

Asintió con la cabeza, la luz más allá del rostro trigueño de su amiga se había vuelto blanca. Le tomó la mano indicando cuán heladas estaban. Suspiró creyendo que se desmayaría. Por suerte Umi la dejó apoyarse en sus brazos, guiándola de vuelta dentro del edificio.

- descuida…estoy bien- balbuceó intentando no levantar la mirada, ahora todo a su alrededor parecía girar en cámara lenta.

- vamos a la enfermería- musitó con un tono de voz tan suave que prefirió dejarse guiar.

La enfermera la hizo pasar de inmediato, al fin pudo dejarse caer sobre la camilla, como si todo su cuerpo se tratara de una materia inerte ajena a sí misma. La joven le controló la presión y pinchó su dedo para evaluar sus niveles de azúcar, descubriendo que ambos estaban muy por debajo de lo normal. De inmediato preparó una solución de agua con una especie de jugo anaranjado y le obligó a tomarlo. Bajo la mirada suspicaz de su amiga lo hizo sin resistirse, aunque fuese lo más asquerosamente dulce que había bebido, apretó los labios y tuvo que contener las nauseas.

- ¿Estás bien?

Se cubrió los ojos con ambas manos y volvió a apoyar la cabeza en la camilla, ahora la luz también comenzaba a molestarle.

Umi le pasó la mano por el cabello, gesto que la hizo suspirar conmovida.

- Descuida- susurró- estaré bien.

- ¿estás segura?

- ve a entrenar...- sonrió forzosamente-…te llamaré por cualquier cosa.

La joven enfermera se acercó y sonrió, sólo en ese momento Umi pareció convencerse.

- Dejaré mi celular al alcance- murmuró tomándole la mano.

Asintió, cerrando los ojos antes de verla desaparecer tras la cortina.

Como habían acordado a través mensajes, esa tarde, luego de clases Kouichi lo esperaría en la entrada. Incluso de lejos pudo notar que ahora lucía más delgado y pálido, sus vestimentas emitían un cierto aroma a humedad. No por supuesto era la imagen ideal que hubiese tenido alguien que se dedicaba a la prostitución.

Se saludaron sin mucho énfasis, le invitó una lata de bebida y caminaron cerca de los dormitorios, donde podrían hablar con privacidad.

Un tímido Kouichi comenzó agradeciendo, mientras él lo miraba inexpresivo. Le explicó que en los últimos meses había logrado ahorrar suficiente dinero, pero si quería independizarse necesitaría la autorización de su padre.

Se quedó pensativo.

-Si es lo que quieres haré lo que pueda...-murmuró con su seriedad característica-pero primero tendrás que inventar una buena excusa para el origen de todo ese dinero.

Kouichi desvió la mirada, cambiando ahora su expresión.

-...lo sé…pero...-titubeó-necesitaba...dinero...

Suspiró con evidente incredulidad, pensar en todo lo que Yuuri se había esforzado para apoyarlo, lo llevó a siquiera intentar contenerse.

-…qué patético eres…

-...Jamás podrías entenderlo- se defendió Kouichi por su parte- no sabes lo que es...sentirse completamente solo...- alzó la vista sintiendo como si los ojos de Ryo penetraran en su cerebro.

- ambos somos conscientes que no sabes mucho de mi vida ni yo de la tuya- aseveró- y admito que suenas deprimente…pero al menos tienes la suerte de guardar recuerdos de Tomoko…como madre.

Kouichi lo miró interrogante.

- deberías dejar de victimizarte y pensar que al menos ella cuidó de ti todo el tiempo que pudo, no creo que esté feliz al saber que te rendiste con tanta facilidad apenas quedaste solo.

Kouichi apretó los dientes, no necesitaba que sólo se burlara refregándole en la cara sus errores, pero se contuvo.

-no quisiera admitir que sin ella eres una decepción- con su natural calma disminuyó la distancia, y al ver que Kouichi mantenía su actitud pasiva lo tomó por el cuello de la camisa.




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