- Es tan pequeña…- susurró, seguía cargándola con temor. Su fragilidad era inmensa, igual que su inexperiencia.
Apenas había llorado ese primer día de vida, las enfermeras la mudaron y se la llevarían después para que intentara amamantarla, pero no, a pesar de la incertidumbre, a pesar de todos los pensamientos contradictorios que había tenido durante el embarazo, ahora la quería para ella.
Kenji entró en la habitación y exclamó casi despertándola, no se atrevió a cargarla, pero tarareó una melodía que logró calmarla también a ella, la contuvo entre sus brazos, y desde ese momento supo, confió en que sería un buen padre.
Apenas había abierto los ojos cuando una de las enfermeras de turno mencionó que recibiría visita de la doctora. Miró por la ventana, el cielo estaba claro, pero no pudo dilucidar la hora.
Al entrar en la habitación una imagen casi familiar la saludó sin mucho entusiasmo. Tenía ahora su cabello casi rubio, castaño claro, envuelto en un tomate en la parte más baja de la nuca. La identificación estampada sobre su bata blanca le hizo recordar que se llamaba Ritsuko Akagi.
- Hotaru Ryusaki- balbuceó repasando con los ojos su expediente. Cerró la cortina para descubrirla apenas pidiendo permiso. El frío del estetoscopio sobre su tórax le puso la piel de gallina- ¿Diecisiete años, verdad?- la miró por sobre sus anteojos sin darse el tiempo para ver si asentía. Y en completo silencio midió cada una de las curvaturas de su cuerpo y examinó su cabello y uñas- ¿Ya la han pesado?
Ante su llamado la enfermera que estaba más cerca corrió. La ayudó a incorporarse con mucha dificultad, y cuando intentó dar el primer paso, como si intentara caminar sobre una superficie hecha de gelatina, necesitó ayuda también de la doctora para subir a la pesa. Con la misma dificultad volvió a la cama.
- Pónganle un poco más de oxígeno.
Dejó caer su cabeza en la almohada y cerró los ojos agradeciendo la última orden. Lo único que supo fue que Anne al llegar había hablado con ella.
Hubiese seguido inerte también toda la tarde en su cama, de no ser porque cerca del medio día una chica joven la saludó indicando el almuerzo, existencia de algo el cual ya casi había olvidado. Dejó la bandeja junto a su mesa con una pasta anaranjada casi sin aroma. Incluso antes de saber de qué se trataba ya había comenzado a sentir nauseas.
- ¿No vas comer?- se aceró otra enfermera de mayor edad viendo que tras varios minutos continuaba inmóvil sin siquiera tocar el plato.
¿Comer? Ya no era consciente de los días que había pasado sin hacerlo. Sólo deglutía su propia saliva de forma mecánica, no sabía si sería capaz de tolerar esa incómoda sensación de tragar de manera consciente.
-…No…tengo hambre- balbuceó casi sin separar los labios.
- la doctora indicó que debes empezar a hacerlo, no puedes mantenerte sólo a base de sueros, si no comes tendré que instalarte una sonda- aseveró, pero no obtuvo respuesta.
- ¿Quieres que te ayude?- sonrió la chica joven levantando la cuchara, ella desvió la mirada y apretó los dientes- inténtalo- la mujer mayor suspiró-¿Hay algún sabor que prefieras?
- No podemos consentirla, sabes que son chicas manipuladoras- refunfuñó, como si ella no fuera capaz de escucharla.
Dado que finalmente no quiso abrir la boca, al rato se enteró que su madre había autorizado el procedimiento.
Le inyectaron un nuevo medicamento que le indujo el sueño en pocos segundos. Al despertar, un ardor desde la nariz pasando por su garganta hasta su estómago le impidió deglutir. Palpó con temor el tubo siliconado pegado a una de sus mejillas.
-Si intentas sacártela tendremos que contenerte.
Apretó los dientes y cerró los ojos deseando llorar, pero las lágrimas no le salieron.
- Te acostumbrarás- sonrió la chica joven antes de retirarse.
Se quedó en silencio mirando el techo el resto de la tarde, ahora extrañando el cielo rosado pálido de su habitación, al menos ahí podía estar sola, en silencio. Aunque los músculos siguieran doliéndole ya quería irse a casa, meterse a su cama e intentar dormir para siempre.
No supo nada de Anne hasta muy entrada la tarde, pero sólo habló con las enfermeras y ni siquiera pasó a verla. Descubrir que se había rendido terminó por destruir sus últimas esperanzas, aun así era extraño que a pesar de sentir tanta tristeza, ya no se sentía con la capacidad de pensar ni llorar, como si su propio cerebro también se hubiese rendido consigo misma.
-...Es hora de cenar- volvió la joven enfermera, aquella que no fingía las sonrisas- ¿ahora sí quieres comer algo?
¿Comer?
La miró de reojos negando con la cabeza. Aún así trajo una especie de papilla y a través de una jeringa comenzó a pasársela por la sonda. No pudo sentir el alimento hasta saber que ya estaba en su estómago, y ahora con lágrimas en los ojos lo único que le preocupó es si tendría algún tipo de calorías.
- Me han dicho que tu madre también es enfermera- intentó animarla con un ligero entusiasmo- si todo sale bien espero que pronto te den de alta para que ella pueda cuidarte.
¿Cuidarla? Se preguntó si Anne sería capaz de hacerlo ¿Siempre había sido una niña muy independiente, verdad? Por qué su madre iba a compadecerse ahora.
-…Qué…pasará- murmuró con dificultad antes que se fuera...
-...bueno…es una decisión que tomará ella junto a la doctora.
Se le erizó la piel, ahora que ya ni si quiera le hablaba seguro la dejarían para siempre internada.
-...¿me quedaré…mucho tiempo?
-qué crees...- sonrió examinándola.
Miró sus huesudas manos, por un momento le pareció que su piel lucía como la de una anciana.
-…no lo sé...
Vio en su rostro una expresión compasiva.
-No eres...mi Hotaru…
Despertó casi al medio día habiendo pasado la noche en vela, tenía demasiada soledad en el corazón y pensamientos oscuros en la cabeza.
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Editado: 29.11.2024