Ligera y agridulce

Al final de cada viaje en la vida: Capítulo 24

El uniforme le quedó más holgado y rodeó su muñeca con los dedos pulgar e índice sin dificultad, sin duda en sólo un par de días había logrado perder un poco de peso. Hasta esa mañana su estómago no había recibido más que vasos de jugo y batidos. Encontrándola en la cocina su madre indicó que debía comer al menos un tazón de arroz.

Agradeciendo el sol de la mañana caminó junto a Tomoki hacia el instituto, ninguno llevaba abrigo ni bufanda, la nieve se había derretido y alumnos de todas las edades festejaban la llegada de un próximo periodo de vacaciones. Su hermano, en cambio, era de los pocos que disfrutaban ir a clases.

- Atsushi volverá a casa de sus padres durante las vacaciones- musitó pensativo- así que sólo podremos vernos en el trabajo.

De inmediato notó que el aludido lo esperaba en la entrada. Tomoki levantó la mano para saludarlo y al llegar a su lado lo rodeó por la espalda, haciendo que el pequeño y, para ella ingenuo Atsushi, se avergonzara. Se despidieron antes de llegar a sus casilleros. Suspiró con una sonrisa casi avergonzándose, por supuesto su hermano podía encantar a cualquiera.

Se sorprendió gratamente de encontrar a Keiji en la entrada de su salón. Los ojos de su amigo se iluminaron también al verla, y aunque muchos de sus compañeros observaban, no dudó en corresponder a su abrazo.

Él se disculpó y reclamó de manera cómica por haber accedido a su mala idea de tomar helado.

- Ya me siento mejor- sonrió, lo que sin duda se debió en parte a su abrazo.

- ¿te has alimentado bien, no tienes fiebre?

Rio conmovida.

- supongo que en buen estado.

Keiji levantó las cejas y la miró con suspicacia.

- creo que tendré que asegurarme que eso sea cierto.

- bueno- suspiró- podría dar algunos detalles, pero no quiero que oigas mis quejas.

Él le revolvió el cabello y ahora con su apariencia despeinada hubiese seguido riendo, pero al ver entrar a Ryo no dudó en volver a acomodárselo. Él se quitó los audífonos, y, con su voz más grave la saludó primero. Aun sabiéndose avergonzada sostuvo la mirada y sonrió. Por suerte se había puesto un poco de brillo labial y perfume.

La clase fue mucho menos productiva de lo que hubiese imaginado y para el final de la mañana el profesor a cargo se dedicó a darles una inspiradora charla para el futuro, como si ya no supieran que la vida tras el instituto podría ser más o menos emocionante dependiendo de las elecciones que tomaran.

Al ver salir al descanso a la mayoría de sus compañeros suspiró aliviada. Sólo hasta ahora descubría que era ese día en que los hombres daban regalos a quienes habían aceptado obsequios por le día de los enamorados.

Ella, por su parte, tras varios minutos alcanzó su almuerzo, y aun sin apetito le dio a su sándwich un pequeño mordisco. Lamentando no haber llevado algo de beber, y más descuidada que de costumbre, tiró al suelo su estuche con cubiertos. Por suerte, a sus espaldas, Ryo reaccionó tan rápido como para evitar que rodaran lejos del alcance de ambos. Al voltearse a recibirlos sus ojos la analizaron incrédulos, como el primer día, ante tan semejante torpeza.

Aun así tuvo el valor de preguntar, al notar su mesa vacía, si quería compartir una parte de su sándwich. Recibiendo un casi inexpresivo agradecimiento bajó la mirada para sonreír embobada. Probablemente desde mañana ya no volverían a verse, por lo que tuvo menos importancia el hecho de que él pensara que era un poco ilusa.

En pocos segundos, llevándose las ganas de iniciar una conversación Umi apareció saludándolos a ambos.

- Keiji dijo que estabas mejor.

- me siento bien- asintió.

- sé que se sentía culpable por haberte hecho tomar helado el otro día.

- creo que después de todo fui yo quien se lo pidió- se encogió de hombros.

Le ofreció el siguiente sándwich, que su amiga intercambió por una lata de jugo de naranja.

Hubiese querido hablar con la verdad, pero justo en ese momento Keiji entró en el salón cargando unos cuantos muñecos de peluche que dejó sobre su mesa.

- Es el día blanco ¿no?- las sorprendió entregándole también uno a Umi.

- se supone que debes dar un regalo sólo a la persona que te gusta.

- no de forma amorosa- musitó él- pero tú también me gustas, y mucho.

Se cubrió la boca para reír.

- ¿Estás seguro que no lo haces sólo para que no ocupen espacio en tu maleta?- intervino Ryo.

- ¿también quieres uno?- se defendió- aunque creí que no te gustaban los peluches, puedes quedarte con alguno.

Ryo se quedó analizándolo y con una mirada suspicaz salió del salón.

- lo tomaré como una disculpa por escuchar conversaciones ajenas.

Sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda Keiji volvió la atención hacia sus amigas, que aun sin pedir una explicación, parecieron confundidas.

La clase de literatura fue la última de esa tarde, y la profesora pareció emocionada cuando tras preguntarle qué haría antes de concentrarse en estudiar para la universidad le confesara que viajaría a Londres.

Sin duda había muchas cosas que allí podría descubrir respecto el arte, la música, y la literatura, aunque en ese momento para ella el único objetivo fuese su padre. Si bien estaba asintiendo a sus consejos respecto a algunos autores de interés ahora sólo pensó en que, ya que estaba decidida, tendría que decírselo a su madre.

Vio por última vez salir a sus compañeros del salón, algunos se despedían animados, otros escribieron mensajes en el pizarrón, Miu le sonrió, y mientras ella aun metía a su bolso sus últimas pertenencias Ryo incorporarse sin decir nada le dirigió una sutil sonrisa.

En el primer piso abrió su casillero divisando de inmediato de entre un sinfín de artículos el libro de partituras y su flauta, trayendo de vuelta la nostalgia. El nombre de Ken ahora le pareció tan lejano que la tristeza, en la cual ya no deseaba dejarse inundar, regresó al recordar que jamás iba a conocerlo. Suspiró profundo, y su pecho se sintió tan rígido como si se hubiese vuelto de piedra. Sólo metiendo lo esencial en su bolso los deseos de ordenar su casillero se esfumaron, y dada la presencia de un par de alumnos de menor grado se obligó a secar esas escasas lágrimas. Ahora consciente que necesitaba un lugar a solas se apresuró a los jardines.




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