Light.

Capítulo 1: Un nuevo comienzo.

1 semana y 4 días después. Miércoles 25 de septiembre de 2019.
Manhattan - Uper East Side. Carnegie Hill.

Con falso interés observó a través de la ventana como las casas y el gentío desaparecen rápidamente, a medida que el coche transita por las calles de la que representa una desconocida ciudad para mí. Dicha visión no me resulta especialmente fascinante a pesar de que un tiempo atrás la capital habría deslumbrado mis sentidos, pero tras perderla el mundo se ha tornado un lugar hostil y oscuro, un infierno personal del que no veo una salida próxima.
Aun así cualquier cosa resulta más estimulante que entablar conversación con la mujer que me acompaña. Nada más vernos señaló mi nombre y condición, como un preso a punto de sellar su destino o un cerdo de camino al matadero, con un tono despojado de emoción. Quizás estoy siendo demasiado dura, pero la tragedia parece aferrarse a mí, especialmente si tenemos en cuenta donde he pasado estos últimos días.
Tras llamar a emergencias volví a su lado, allí transcurrió lo que parecieron horas, aunque en realidad fueron unos minutos hasta que la policía derribó la puerta debido a la desatención por mí parte. Sin un tutor que pudiera hacerse cargo, ni familiares cercanos, el estado decretó enviarme a un centro de atención de menores hasta resolver mi condición. Aún recuerdo el estruendo mientras trataban de ingresar al apartamento, mis gritos implorando que me dejaran a su lado y como se vieron obligados a arrastrarme fuera de allí. Entonces simplemente me apague.
Los psicólogos del centro decretaron que estaba atravesando un estado de catatonia, producido por el severo trauma que había experimentado. Me resultó curioso que tuvieran un nombre para semejante condición, una lista detallada de síntomas y cuidados, mientras ni siquiera yo sabía que sucedía en mi interior. Durante días no pronuncie una sola palabra, no comí, dormí, ni derramé una lágrima… Me convertí sin quererlo en un vegetal, pero ese era el único escape que encontré para soportar el dolor.
Aunque es imposible sobrellevar semejante pena durante tanto tiempo y lo aprendí del peor modo. Los doctores me advirtieron bien que en cualquier momento y sin motivo aparente, los recuerdos volverían a acosarme, junto con las funestas emociones que los acompañaban. Era una bomba de relojería al borde de un tenebroso precipicio, donde por momentos temí sumirme en dicho limbo eternamente, pero afrontar la realidad parecía incluso más terrible.
A pesar de ello mi obstinada mente luchó por recuperarse, convenciéndome de que era lo suficientemente fuerte para enfrentar la realidad. Así que un día cualquiera, las barreras cayeron y el inmenso agujero negro en el centro de mi pecho regresó más fuerte que nunca. Los sedantes y la terapia se convirtieron en mi sustento, además de la soledad y la pena, sin embargo todo sufrimiento era nimio comparado con el conocimiento de que mientras me retorcía en ese cuarto, su asesino andaba libre.
A pesar del esfuerzo por explicarle a la policía mis sospechas fundadas de que su muerte se trataba en realidad de un asesinato, decretaron que fue tan solo un accidente, justificando su lesión en la cabeza como una caída contra la meseta de mármol situada en el centro de la estancia. Sin molestarse siquiera en estudiar las evidencias, como la marca en su muñeca o los claros signos de lucha.
Con el tiempo y gracias a la terapia he comprendido que jamás superaré su muerte, pero qué he de aprender a sobrevivir con su ausencia, no obstante antes he de vengar su memoria. Sé que ello no me la devolverá o a quien era yo antes de su partida, pero no puedo avanzar sin ver el rostro de su homicida, y saber que pasará cada segundo del resto de su vida entre rejas. Aunque no tengo idea de cómo una joven cualquiera puede llegar a cursar semejante investigación, la rabia y la impotencia resultan un gran combustible para que cualquiera sea capaz de perpetrar cosas inimaginables.
—El señor Anderson ha insistido mucho en conseguir tu tutela —menciona la asistenta social, cuyo nombre no logro recordar empleando un falso tono amable—. Estoy convencida de que te integrarás muy bien aquí.
No deseo ser descortés, quizás la mujer realmente está intentando calmar mis nervios con la mejor de las intenciones, pero su benevolencia no acallará la ansiedad que me produce el estar a punto de conocer por primera vez al que dice ser mi tío Mark. Desde pequeña advertí lo mucho que mamá detestaba que le preguntase por nuestra familia o acerca de su vida antes de tenerme, así que mi curiosidad se vio reducida a nunca mencionar nada al respeto y quedarme con lo que lograba descubrir en contadas ocasiones.
Mi padre falleció unos meses antes de que yo naciera en un trágico accidente de coche. Mientras que la familia de mi madre, tremendamente conservadora, la repudio al conocer de su embarazo sin estar casada, a excepción de su hermano Mark. De quien siempre habló con un tono cargado de amor y nostalgia, pero aun así jamás nos movilizó para conocerlo o al menos permitirme ver su rostro en alguna vieja fotografía. Durante la estancia en el centro de menores me hicieron saber que él estaba luchando por conseguir mi custodia lo más rápido posible, lo cual siendo honesta me sorprendió bastante. Era ligeramente conocedora de su existencia, pero a pesar de ello, apareció para sacarme de allí. Quizás por compromiso con su difunta hermana, aunque no todos se harían cargo de alguien por el hecho de compartir la misma sangre.
Así que agradezco su esfuerzo, aunque no sé cómo sentirme ante la convivencia con un completo desconocido. Mientras divago entre recuerdos del pasado y el temor respecto al futuro, olvidó ofrecer una simple sonrisa a mi acompañante como agradecimiento por sus palabras, aunque compruebo con una rápida ojeada que mi involuntaria descortesía no la perturba. No solo eso, sino que prestando verdadera atención al entorno caigo en que el coche se estaciona enfrente de una bonita casa que asumo pertenece a Mark.
Examinando el barrio parece tratarse de un lugar tranquilo, incluso algo lujoso. La vivienda es un adosado de dos plantas con una fachada constituida por ladrillos blancos que contrastan con las puertas y ventanas lacadas en un tono más oscuro. Aunque es la robusta enredadera que recorre un lado de la construcción, hasta casi alcanzar el tejado, lo que aporta ese toque idílico. 
—Vamos —dice la mujer mientras recoge su maletín del asiento trasero y sale al exterior. Todo ello con una actitud monótona, la cual es bastante comprensible, teniendo en cuenta la cantidad de veces que ha debido experimentar una situación como esta. En cambio para mí es como si el tiempo se hubiera agotado irremediablemente y por unos segundos deseo con todas mis fuerzas poder detenerlo, aunque solo fuera para refugiarme en el interior del coche como una cobarde.
Con un último suspiro y a pesar de mis temblorosas extremidades, decido hacer de tripas corazón y dar el primer paso agarrando la manija de la puerta. Como si pudiera ganar algo de tiempo tiró de ella lentamente, hasta que unos segundos después mis pies se posan sobre el asfalto y con actitud alicaída sigo a la mujer hacia la casa.
Atravesamos una coqueta verja blanca para marchar a través de un camino sitiado por flores, cuya belleza logra distraerme un instante, al menos hasta que subimos los escalones que nos ubican ante la puerta de entrada. A pesar de que las vidrieras que la conforman podrían ofrecerme un atisbo del interior, no me molesto en intentarlo, demasiado acosada por los nervios que me carcomen y que convierten el simple hecho de respirar de manera acompasada en un reto.
Durante mi infancia su nombre me sobrevino en múltiples ocasiones, cuestionando que aspecto tendría, a qué dedicaría sus días, si sería una persona merecedora de los halagos de mama. Así que cuando la mujer aprieta el lustroso botón del timbre, mi corazón se desboca definitivamente para detenerse cuando la puerta se abre. Desvelando a un hombre alto, robusto y bien vestido, cuya mirada conecta de inmediato con la mía, sorprendida al encontrar ese mismo tono azul tan cristalino como el mar que poseo como herencia de mi madre.
Su rostro delgado constituido por una mandíbula angulosa, nariz aguileña, pómulos algo marcados y una cabellera castaña, lo hacen lucir como todo un adonis. Aunque no es solo su belleza física, hay algo en esa deslumbrante sonrisa que me infunde una cálida sensación que no he experimentado en mucho tiempo. Desde niña siempre me he sentido como un pez fuera del agua y tras lo sucedido, el pensamiento de que no tengo nada en el mundo a lo que aferrarme ha resultado un golpe brutal. Pero por algún extraño milagro la presencia de este hombre parece brindar nuevas esperanzas, las cuales me animan a devolverle la más sincera de las sonrisas.
—Buenos días, soy Sara Johnson, la asistente social encargada de la custodia de su sobrina Jessica —comenta recordándome su nombre, todo ello con un tono cargado de simpatía y ligereza. El cual deja claro, además de por la inmediata necesidad de mesar sus cabellos y recolocar maniáticamente su falda, que ha caído presa de los encantos de Mark. Aunque para su desgracia este no presta atención, evaluando cada uno de mis rasgos como si aún no pudiera creer que al fin nos hemos conocido—. Antes de comenzar con el proceso de tutela he de hacerle algunas preguntas de rutina, espero que no le importe —menciona en un modo más profesional al percibir el desinterés por su parte.
—En lo absoluto —afirma con confianza, dejándome escuchar su voz por primera vez y sospechó por su entonación que es una persona acostumbrada a dar órdenes—. Yo soy Mark Anderson y tú debes ser la preciosa hija de Julianne. Sin duda compartes mucho parecido con ella, aparte de sus ojos —dice como si no pudiera continuar resistiéndose a necesidad de entablar una conversación conmigo.
—Gracias —respondo conmovida por sus palabras y ante la mención de mi madre, pero demasiado cohibida con la presencia de Sara como para hacer preguntas. Inevitablemente me cuestiono como alguien que transmite semejante honestidad y benevolencia pudo haber permitido que su hermana y su sobrina se alejaran por tantos años. Pero su actitud conciliadora vaticina que está dispuesto a entablar una charla sobre ello a su debido momento.
—Señor Anderson, no quisiera ser descortés, pero deberíamos comenzar la entrevista cuanto antes —interviene Sara, rompiendo por completo la breve sensación de intimidad que se ha generado a nuestro alrededor—. Entienda que hay mucho papeleo por finalizar —añade osca a pesar de advertir la molestia por parte de Mark ante su repentina urgencia, la cual es rápidamente sepultada, volviendo a adoptar la apariencia de un excelente anfitrión.
—Tiene toda la razón, Jessica y yo tendremos mucho tiempo para hablar —asegura generándome un extraño entusiasmo, al ver que finalmente podré cubrir los vacíos en la vida de mi madre, aunque al mismo tiempo temo que las respuestas no sean lo que quiero escuchar—. Si me acompañan al despacho, allí estaremos más cómodos.
Con un melifluo gesto de su mano Mark nos invita a ingresar a la casa, donde en el recibidor las paredes color crema y suelo de madera oscura contrastan a la perfección con la mesa central de caoba, en la que reposa un enorme arreglo de flores que inunda la estancia de un aroma delicioso. A un extremo una lustrosa escalera conduce al piso superior, pero no examino más mi entorno temerosa de lucir indiscreta, por lo que sigo a Mark y Sara a través de unas puertas correderas situadas a la izquierda.
Allí me embebo de los enormes ventanales provistos con pesadas cortinas de terciopelo rojo de la mejor calidad, a la derecha una fila de estanterías que casi rozan el techo, acogen cuidadosamente decenas de libros. No obstante la pieza central es sin duda el labrado escritorio, presidido por una exquisita silla de terciopelo rojo y dos sillones de cuero negro en su contraparte. En los cuales Mark nos invita a tomar asiento tras ofrecernos algo de beber.
—Comencemos —establece Sara, empleando su antipatía para evitar caer de nuevo en sus redes, mientras que Mark parece ajeno a su desazón interna.
Durante la entrevista no pierdo atención a cualquier dato que pueda revelar algo más sobre él. Es médico y bastante bueno por lo que atestiguan los premios que atesora por doquier. Ante la incredulidad de Sara confiesa no tener hijos, ni estar casado o siquiera encontrarse en medio de una relación, fluyendo con total naturalidad a través del resto de cuestiones y sin intimidarse ante las más capciosas.
—Bueno creo que solo queda su firma en los documentos y estará todo listo —finaliza satisfecha, tendiéndole un grueso volumen de papeles que esté comprueba rápidamente, antes firmar con su pluma—. Me parece usted el perfecto candidato para ocuparse de Jessica —confiesa sorprendiéndome al dejar de lado su frialdad por un instante para ofrecer un breve apretón de manos como despedida.
Juntos volvemos al coche para recoger mis pertenencias y tras la partida de Sara nos encontramos en el recibidor, completamente solos por primera vez e incapaces de mantenernos la mirada por mucho tiempo. Como si a pesar de las dudas que flotan en el ambiente, ninguno estuviera listo para indagar en ellas todavía.
—Si me lo permites, quisiera enseñarte tu cuarto —pide con una tímida sonrisa, como si la idea de desvelarme dicha estancia le brindara una renovada ilusión y sirviera para aligerar este nerviosismo.
Ayudándome a cargar mis pertenencias acudimos al segundo piso, donde señala su cuarto a la derecha de manera breve, antes de continuar por el pasillo. El cual se divide a la mitad en una intersección, que según sus palabras, alberga la habitación de invitados. Luciendo nervioso no se detiene a mostrármelas o dar más detalles y continua recto hasta toparnos con una puerta blanca, al lado de la cual deposita mis maletas para abrir con impaciencia.
Un amplio dormitorio de color crema y un suave suelo de moqueta, representa la delicia de cualquier joven de mi edad. Una enorme cama delicadamente vestida capta mi atención, no antes de poder atisbar también la mecedora a su lado, junto con una estantería repleta de libros a modo de rincón de lectura. Y por supuesto el escritorio equipado con todo lo que pueda necesitar para cursar mis estudios. Estoy sin palabras, apabullada ante la inmensa gratitud y emoción que siento.
—¿Qué te parece? —pregunta nervioso permitiéndome descubrir la estancia al detalle, a medida que mueve las maletas al lado de la cama—. Esa puerta conduce al baño y la otra es el vestidor.
—Es maravillosa —sentencio para despejar cualquier ápice de duda respecto a su regalo.
—He tenido algo de ayuda, la cual espero que conozcas esta noche —menciona con fingida ligereza, como si se tratara de un tema que hubiera sopesado durante mucho tiempo—. Son buenos amigos y vendrán a cenar, están deseosos de conocerte —dice con un tono en el que parece buscar mi aprobación.
—Genial —espeto con toda la naturalidad que puedo, pensando en que tras todo el esfuerzo evidente que ha hecho para que me sienta cómoda en esta etapa de mi vida, lo menos que merece es que reciba a sus amigos con la mejor de las sonrisas.
—Estaré abajo para lo que necesites —advierte con expresión agradecida, comprendiendo que necesito estar a solas con mis pensamientos.
A lo largo de la tarde bago por la habitación investigando cada uno de sus recovecos, coloco mi ropa y pertenencias, hasta que entrada la noche decido darme un baño para prepararme para la cena. En la ducha, dejo que el agua se lleve consigo la maraña de emociones que ha representado este día y al salir seco mi largo pelo castaño con el secador antes de vestirme. No busco parecer demasiado formal, pero tampoco aparentar que la cena no me resulta importante, por lo que escojo unos vaqueros con una bonita blusa blanca y me calzo unas sencillas converse. Todo justo cuando alguien toca a la puerta.
—Jessica los invitados ya están aquí y la cena está lista —me advierte Mark tras concederle permiso para ingresar a la habitación. Contempló con impresión su vestimenta conformada por un elegante pantalón de traje y una sencilla camisa de vestir que lo hacen lucir más joven, a pesar de ser cuatro años mayor que mi madre.
—Ya mismo bajo.
—Solo cuando estés lista —asegura marchándose rápidamente, consciente de lo incómodo que me resulta está situación, pero al mismo tiempo hay algo que me incita a enfrentarla con valentía. Quizás sea la esperanza de un nuevo comienzo o que no deseo decepcionar a Mark. Tras la experiencia en el centro de menores mis capacidades sociales se han visto drásticamente reducidas, lo cual combinado con mi intrínseca timidez y miedo al abandono o a experimentar una nueva pérdida, convierte la reunión en todo un reto.
Aun así mirándome una última vez en el espejo, salgo de la habitación y bajo las escaleras con la espalda recta y el mentón en alto, producto de la tensión. Que asciende de manera significativa al comprobar que en la entrada se encuentran más personas de las que imaginaba, aunque Mark al verme se acerca ilusionado de presentarlos.
—Jessica has llegado en el mejor momento, estos son mis fieles amigos, Carmen y Alex —dice con un tono repleto de emociones y en el que se advierte lo importante que es la pareja para él.
—Es un verdadero placer conocerte al fin Jessica —me saluda Carmen en actitud cálida. Una mujer de belleza sensual y cuerpo bien trabajado, el cual resalta con un fino vestido negro de talle largo hasta la rodilla. Con ojos tan verdes como esmeraldas y una melena rubio ceniza cuidadosamente peinada.
—Mark no ha parado de hablar de ti, sin duda te pareces mucho a Jules —añade seguidamente el caballero que la acompaña, y que presupongo es Alex. Cuyo atractivo no se queda atrás, una figura alta y delgada que viste con prendas oscuras, dándole la apariencia de un misterioso caballero victoriano. Especialmente si tenemos en cuenta su rizada cabellera negra y sus ojos castaños.
—¿Conocías a mi madre? —pregunto ansiosa.
—Bueno, todos estudiamos juntos durante años —menciona ligeramente, como si no deseara añadir a la cena el peso de los fantasmas del pasado.
Tras saludarles, ambos se apartan para que Mark pueda continuar con las presentaciones de los jóvenes, que deben ser los hijos de la pareja. Pero antes de llegar más lejos, unos delgados y fuertes brazos me rodean con cariño, recibiéndome con un alegre «¡Bienvenida!».
—Está bien —sentenció de inmediato cuando observó que su hermano abre mucho los ojos sorprendido ante el gesto de la muchacha y se dispone a separarnos. Cuando ella misma lo hace instantes después, me regala una sonrisa radiante y una expresión que en el fondo oculta cierta timidez.
—Disculpa, no quería incomodarte. Es solo que estoy muy contenta de no ser la única chica en la familia a partir de ahora —se lamenta, aunque dejo que sus palabras en especial el término «familia» cale ofreciendo una curiosa satisfacción. Observó su rostro delicado, de ojos castaños como los de su padre y cabellos rubios como los de Carmen, aunque más largo. Unas orejas ligeramente puntiagudas y el reguero de pecas alrededor de su pequeña nariz terminan por otorgarle ese aspecto fantástico, como si fuera una pequeña elfa.
—No te preocupes —aseguro buscando acallar su inseguridad.
—Bueno aunque Erika se haya encargado de acaparar toda la atención, yo soy Ricky, su mellizo —dice un joven abriéndose paso a nuestro lado, mientras ella le dedica un cariñoso codazo en el costado al cual reacciona exageradamente, siendo recompensado con la risa de su hermana.
Sin lugar a dudas Ricky es una persona interesante. Posee un llamativo cabello pelirrojo, ojos castaños y un surtido abundante de piercings en las orejas. La sudadera y los vaqueros rotos que viste denotan la confianza que tiene en sí mismo, aunque es la sonrisa pilla que exhibe, lo que desvela su interior irreverente y destinado a hacer rabiar a los suyos.
—Además ella no suele ser tan efusiva —comenta el joven de manera sarcástica, desatando el comienzo de una peculiar batalla que no tiene desperdicio escuchar, salvo porque mi atención va más allá de ellos, conectando de lleno con una mirada que me roba el aliento.
Es alto, con un cuerpo fornido y un rostro tremendamente atractivo. La combinación perfecta entre la sensualidad de Carmen y el aura misteriosa de Alex. Sus ojos verdes refulgen como un faro en medio de la noche, atrayéndome como a una insignificante polilla. Mi respiración se entrecorta e incluso un escalofrío me recorre, como si algo más grande que nosotros mismos acabara de suceder. Es algo tan intenso y demoledor que mis mejillas arden por la vergüenza, especialmente cuando soy consciente de cómo ha ido acercándose hasta que estamos tan solo a unos pasos de distancia.
—Hola —saluda en un susurro, como si a él también le faltara la respiración tras haber experimentado las mismas emociones que yo.
—Creo que es momento de pasar al comedor —anuncia Mark con enorme tacto, a pesar de estar rompiendo la magia del momento. Sin atreverme a comprobar si los demás nos han estado observando, bajó la vista y los sigo a todos hacia el comedor.
La cena transcurre de manera muy natural, hasta el punto que hablamos entre nosotros como si nos conociéramos de toda la vida. Sentada al lado de Erika y Ricky descubro que la diversión está asegurada, aunque disfruto enormemente charlando también con los demás, a excepción de Ethan. Al cual no tengo el coraje de dirigir más que un par de miradas furtivas, apartando la vista al captar que también me observa, aunque de un modo menos discreto. A pesar del nerviosismo que implica su presencia, la reunión con los Black fluye entre risas, ligeras mofas sobre las dotes culinarias de Mark e información sobre ellos.
Parece que Alex es juez y Carmen se dedica a dar clases de defensa personal. Ethan comenzará pronto su primer año de universidad, mientras que Ricky y Erika acuden al instituto, el mismo al que Mark ha planeado que asista. Una experiencia de la que solo me tranquiliza el saber que comparto varias clases con Erika. Ahí es cuando Ethan decide a hablar por primera vez en toda la noche, ofreciéndose a llevarme al instituto junto con sus hermanos, alegando que no es una complicación, ya que le queda de camino.
Y antes de que pueda responder, Erika salta convenciéndome de que es una idea genial, así que termino atada a pasar cada mañana con Ethan en un espacio peligrosamente reducido. Las horas pasan y por desgracia tenemos que despedirnos, no sin antes compartir los números de teléfono, además de darnos un ligero abrazo o un apretón de manos. Salvo con Ethan, quien se marcha tras un serio y pensativo «Hasta mañana». El drástico cambio de actitud me deja pensando en que no lo conozco y a pesar de ello siento todo lo contrario por la manera en la que hemos conectado.
—Te ayudo a recoger —le ofrezco a Mark al verle apilando los platos tranquilamente.
—No te preocupes, es mejor que vayas a dormir, mañana te espera un día importante.
—De acuerdo.
—¡Jessica! —llama cuando pongo rumbo hacia mi cuarto—. Me alegro mucho de que estés aquí, a pesar de que el motivo no es el que me hubiera gustado. Espero que puedas ver esta casa como un hogar, realmente deseo que seas feliz —confiesa tratando de mantener un tono ligero. Reprimiendo sus emociones, ante la amenaza de sumergirnos en un pozo de recuerdos del que no saldremos indemnes.
—Yo también lo espero —digo deseando poder expresar mejor mis sentimientos respecto a este día y cómo sin ser consciente esta cena me ha devuelto una parte de mí que creí muerta—. Buenas noches, Mark.
—Buenas noches, pequeña —se despide cariñosamente.
Ya en la cama lista para dormir, mis sueños se ven nublados por unos profundos ojos verde esmeralda que me contemplan con fascinación.




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