Durante el trayecto Ricky nos entretiene con viejas canciones que Erika y yo no podemos evitar corear a todo pulmón entre risas, atisbando la mirada de Ethan sobre nosotras a través del espejo retrovisor. Lo que me lleva a pensar cuántas veces está pendiente de mí sin que yo lo sepa, una idea que me hace sentir muy segura. Cuando me doy cuenta el coche aparca delante de una enorme mansión perteneciente a uno de los jóvenes del equipo de rugby, que claramente tiene el poder económico para enfrentarse a una casa repleta de adolescentes con hormonas burbujeantes.
Al cruzar el umbral de la puerta, el sonido de la música que ya resonaba de por sí en el exterior, se vuelve atronador. Del mismo modo que la afluencia de gente bailando y yendo de un lado a otro resulta apabullante. Así que difícilmente nos las ingeniamos para adentrarnos en el salón sin perdernos de vista.
—Voy a por algo de beber —anuncia Ricky entre gritos.
Recordando las palabras de Mark, trato de mantenerme cerca de Erika y Ethan, el cual a menudo me toma de la mano para asegurar que no he ido muy lejos. Justo cuando empiezo a creer que quizás puedo pasármelo bien, un estruendo, como el sonido de una corneta reverbera a través de los altavoces despertando a la multitud. Que avanza hacia algún lugar coreando al unísono una frase ininteligible.
Confusa doy vueltas hasta ser consciente de que he perdido de vista a los Black y es entonces cuando la presión comienza a hacer mella en mí. Asfixiada busco con la mirada algún rincón despejado en el que poder calmar mis nervios y averiguar cómo reunirme con ellos de nuevo, cuando avisto unas amplias cristaleras que conducen al jardín. Ante una posible salvación camino hasta que logro respirar el fresco aire nocturno.
Abrazándome necesitada de algo de confort examinó este nuevo escenario, donde varios jóvenes se recuestan en el césped formando pequeños grupos como si la fiesta también fuera demasiado para ellos. Pero mi sorpresa recae en el rostro conocido que se aproxima confiado.
—Hola, no sabía que vendrías esta noche —saluda Brian en tono amigable mientras trato de recomponerme a fin de no caer en sus encantos, ya que he de regresar al interior de la casa.
—Sí, bueno he venido con los Black, pero los he perdido de vista ahí dentro.
—No me extraña, los chicos están demasiado salvajes —responde con un deje de censura en su tono—. Estamos muy emocionados por haber ganado los nacionales.
—¿Tú eres parte del equipo de rugby? —pregunto sorprendida al analizar con detenimiento sus palabras.
—Sí, juego de centro —responde dejándome saber un poco más de lo que esconden las profundidades de esos ojos grises—. ¿Te gustaría tomar algo? —ofrece con amabilidad, señalando a un grupo de chicos en la distancia.
—De acuerdo —aceptó un tanto insegura a medida que lo acompaño a través del jardín, aunque echo un vistazo a la casa pues no quiero alejarme demasiado por si alguno de los chicos sale a buscarme.
Junto a sus amigos, Brian se demora tan solo unos segundos en servirme un poco de soda en el mismo vaso rojo que pulula por cada rincón de la propiedad, agradeciendo el que tenga la delicadeza de no servirme alcohol debido a mi nula tolerancia.
—Gracias —digo cuando me entrega la bebida ocasionando que nuestras manos se rocen un instante, generando un breve cosquilleo que continúa recorriendo las puntas de mis dedos incluso minutos después. Esta vez no trata de esconder su sorpresa y con una intensidad abrasadora me contempla como si fuera un complejo misterio.
—Brian, mi querido amigo —clama una voz dicharachera y en cuyo tono se perciben los efectos del alcohol, llamando nuestra atención. En especial cuando envuelve a Brian con su brazo, sujetando una botella de «vodka» en la otra. Aunque por su rostro envuelto en sudor y su camisa abierta hasta el ombligo es evidente que el muchacho necesita la ayuda de alguien sobrio.
—Hola, Jason —responde paciente, coincidiendo con mi pensamiento y dispuesto por ende a soportar al embriagado joven.
—Que chica tan guapa, sin duda te has pillado la mejor de la fiesta —dice examinándome de pies a cabeza con una intención que no me agrada en lo absoluto y hace que me arrepienta de la empatía que le he profesado. De hecho planteó por un instante el excusarme con Brian e ir en busca de los Black, hasta que la expresión de este se oscurece y temo estar a punto de presenciar una pelea.
—No me gusta meterme con borrachos Jason, pero si sigues molestándonos haré una excepción —advierte apartando con brusquedad su brazo, situándose delante de mí con la intención de interrumpir sus sucias contemplaciones—. ¿Qué te parece si mejor damos una vuelta? —susurra, poco dispuesto a que nada nos arruine la noche. Así que llevada por su incansable motivación, camino hacia el interior del jardín.
—¿Y por qué estás en Manhattan? —fórmula con curiosidad unos minutos después.
—Ummm, bueno mi madre falleció y he tenido que mudarme con mi tío Mark —contestó breve empleando un tono inexpresivo, tratando de no emocionarme y mostrar con ello mi mayor punto débil.
—Siento mucho lo de tu madre —se lamenta con sincera aflicción, mientras percibo como se acerca más a medida que caminamos, buscando reconfortarme y hacerme ver que no estoy tan sola—. ¿Y tu padre? —cuestiona con cautela, temeroso de herirme pero al mismo tiempo deseando poder llegar a entenderme mejor.
—Falleció en un accidente de tráfico antes de que yo naciera —desvelo con mayor entereza, aunque en el fondo deseo no hablar de estos temas, en especial porque no puedo controlar que los recuerdos y el dolor me consuman.
—Ha tenido que ser muy duro —asegura mirándome con otros ojos, como si comprendiera cuan fuerte soy a pesar de mi frágil apariencia—. Mi madre se fue de casa cuando era un enano y no la he necesitado, pero agradezco haber tenido a mi padre. Todo lo que tengo se lo debo a él y no pienso defraudarle —jura compartiendo sus propias intimidades de forma espontánea, como una muestra de agradecimiento ante la confianza que le he depositado.
—¡Brian, colega! —grita una voz proveniente del camino que hemos atravesado y la cual reconocemos de inmediato.
—No puede ser —lamenta a medida que su expresión se retuerce al ver a Jason encaminándose tambaleante hacia nosotros, balbuceando incoherentes disculpas—. Siento tener que pedirte esto, pero debería dejarlo con alguno de los chicos para que lo lleve a casa —comenta sin querer abandonarme, aunque temiendo por la seguridad del joven.
—No te preocupes, no me moveré de aquí —aseguro con una pequeña sonrisa, queriendo demostrarle que no ha de sentirse mal por dejarme unos instantes, pues en realidad no me molesta esperar con tal de poder disfrutar un poco más de su compañía.
—Gracias. Solo será un momento, lo prometo —asegura aliviado, rozando mi brazo con su cálida mano en un juramento mudo antes de alejarse para intentar razonar con Jason.
Ayudándolo a caminar de vuelta a la casa veo como poco a poco la silueta de ambos es consumida por la oscuridad, dejándome sola a medida que los ruidos de la noche se vuelven más presentes. Aprovechando el momento me distraigo con la belleza del terreno escuchando el suave sonido del agua precipitándose desde una fuente cercana, junto con el embriagador aroma de las flores, hasta que encuentro un banco de piedra en el que decido sentarme a esperar. El pensamiento de que los Black estén buscándome genera una cierta intranquilidad a medida que la fría brisa me envuelve, y tengo la necesidad de frotarme la nuca ante una extraña incomodidad.
De la nada un sonido alto y claro irrumpe en la tranquilidad de la noche, pero es imposible reconocerlo en un comienzo hasta que se encuentra más cerca y lo identifico como el repiqueteo de unos zapatos de tacón sobre el camino de grava del jardín. Rápidamente me alzo temerosa ante el minúsculo compás, escrutando el entorno con la esperanza de descubrir que todo se trata de una simple broma insensata. Mi pulso se dispara y la idea de salir huyendo resulta cada vez más tentadora.
Sé que está cerca, pero soy incapaz de predecir la dirección. Hasta que una escabrosa criatura se abre paso de entre los setos del jardín, obligándome a olvidar al hombre misterioso, para abrirme consigo un nuevo universo de pesadillas. Ella se aproxima con absoluta confianza portando un apretado corsé, unas altas botas de plataforma y un largo abrigo, todo en un tono oscuro que le otorga la apariencia de un espectro. El único toque de color que parece permitirse es el de su cabello rojo como el fuego, que se bambolea alrededor de sus caderas y que me mueve a examinar su rostro de una belleza perfecta. Pómulos altos, nariz aguileña, labios jugosos… En cambio sus ojos hielan mi sangre de tal manera, que quedó petrificada.
Perdida en esa mirada completamente negra y bañada en odio, captó impotente el reflejo de la luna sobre la enorme daga que porta entre sus manos y que parece deseosa de enterrar en mi pecho. Con gran esfuerzo logró reavivar mi instinto de supervivencia, dando un paso atrás, pero sin apartar la vista de la maliciosa mujer.
—¡Jessica corre! —grita una voz que conozco a la perfección, preñada de una desesperación tan enorme que la idea del miedo que Ethan siente, es lo único que me saca del trance.
A pesar de mis extremidades temblorosas, reculo cada vez más rápido hasta que la callosa mano de Ethan se aferra a mi muñeca tirando con fuerza para embarcarnos en una persecución, a medida que escuchamos los pasos del monstruo tras nosotros. Por suerte conseguimos llegar al coche, donde Ethan se asegura de que estoy a salvo antes de situarse al volante y mientras pone el motor en marcha no puedo evitar examinar el exterior cuestionando si realmente la hemos esquivado. Aunque antes de que algo más suceda nos alejamos del lugar, viéndome obligada a agarrarme del salpicadero ante las temerarias maniobras de mi salvador.
—¿Qué ha sido eso? —pregunto irrumpiendo en el sepulcral silencio como una patada de realidad, a medida que trabajo por encontrar una respuesta lógica a lo que acaba de suceder.
Para mi desespero Ethan ni siquiera me mira, concentrado en la carretera y en su teléfono móvil que sujeta con precariedad queriendo enviar un mensaje. A diferencia de mí su cuerpo no tiembla, e incluso su semblante luce tranquilo como si estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones, despertando un sentimiento de desconfianza que jamás pensé proferirle.
—¿Podrías dejar el móvil? Vamos a tener un accidente —pido cuando el coche da un brusco giro a la izquierda, esforzándome por mantener la compostura pero sin poder contener el deje iracundo en mi tono.
—Erika y Ricky siguen en la fiesta —responde con firmeza como un soldado bien entrenado, haciendo que cuestione quien es realmente el joven que comenzaba a representar la fuente de mis ilusiones—. ¡¿Dónde narices estabas?! Llevamos toda la noche buscándote —cuestiona tirando el móvil con desdén sobre el salpicadero una vez que termina de redactar, e impregnando sus palabras con un resentimiento para el que no estoy preparada.
—¿Quién era esa chica? —pregunto a medida que asimilo que hace tan solo unos minutos, pude haber sido asesinada por un ser cuyo origen sé que no es de este mundo.
—No lo sé —sentencia con actitud despiadada, haciéndome presa del dolor que implica ver cómo nos denigramos el uno al otro de una forma tan vil.
—No me mientas —exijo sintiéndome insultada ante su estrategia de ocultarme la verdad como si fuera una niña.
—Prometí no decirte nada, no… No puedo —susurra hablando más para sí mismo, dejándome entrever por un instante la culpabilidad que lo está consumiendo—. ¡Maldito sea! Mark te advirtió que no te alejaras de nosotros.
—Así que él tiene algo que ver con todo esto —afirmó sabiendo que de otro modo no podría haber escuchado sus advertencias, a medida que mi corazón se retuerce al comprobar que él también me ha engañado.
—Mark solo busca protegerte —sentencia mirándome por primera vez a los ojos, como si fuera lo único que no está dispuesto a discutir. Así que caigo brevemente en la sinceridad que refleja, pero me resisto a confiar de nuevo en ellos ahora que mi inocencia se resquebraja.
—Eres un maldito mentiroso, todos lo sois —le recrimino llevada por la rabia que siento. La misma que me incita a propinarle un duro golpe en el brazo, desesperada por obtener alguna respuesta o liberar algo del dolor que produce saber que nunca ha sido quien yo pensaba.
—¡Basta! —grita aceptando el golpe con entereza, aunque dando la conversación por finalizada y dejándonos a ambos sumidos en nuestros propios pensamientos durante el resto del trayecto. De manera que cuando el coche aparca enfrente de casa, salgo sin despedirme cerrando con un fuerte portazo.
—Jessica, por favor —suplica desde la distancia, siendo una incógnita si lo hace por el estado de nuestra relación o por no ser capaz de contarme la verdad ahora que tanto lo necesito.
A pesar de que mi corazón ruega que pare a escucharle, mantengo el paso hasta entrar en casa, donde me siento más perdida que nunca. El comienzo de la noche fue como una fantasía, cuando todo se derrumbó y lo peor es que no comprendo la profundidad de lo ocurrido. Creyendo que estoy sola me sorprendo al escuchar un murmullo proveniente del despacho y acercándome con sigilo consigo discernir la voz de Mark y Carmen charlando en actitud nerviosa. Sobrevenida por la curiosidad empujo un poco la puerta hasta que la discusión resulta clara.
—Debes hablar con ella —pide Carmen en tono firme, supongo que refiriéndose a mí y quizás acerca de la verdad que el resto de los Black aparentemente también conocen.
—No está preparada —sentencia avivando una ira que me hace considerar por un instante el entrar y recriminarle todo lo sucedido.
—O quizás eres tú quien no lo está —contraataca irritada ante su reticencia, mostrando de donde proviene la vehemencia de su hija—. Por favor Mark, siempre te he considerado un hombre sabio, pero en estos momentos estás cegado por el miedo —añade relajando su tono y reculando quizás al advertir algo en su expresión.
—No puedo destruir su vida de esta manera —admite Mark en un susurro, como si estuviera a punto de romperse, escuchando a continuación que arrastra la silla para levantarse.
—Si no lo haces, la perderás igual que a Julianne.
Esas son las últimas palabras que consigo captar antes de alejarme, demasiado apabullada por este sendero de mentiras donde a penas puedo discernir quienes son los buenos o los malos. Ya no sé si confiar incluso en el noble Mark y cuando el temor me convierte en su presa actuó motivada por este, abandonando la casa para correr despavorida entre las calles de Manhattan con el único pensamiento de alejarme de allí.
El helado frío de la noche me envuelve, penetrando a través de mi ligero vestido de fiesta, pero no paro. Inclusive continuo la maratón cuando una densa niebla se cierne sobre la ciudad, impidiéndome ver lo que tengo a tan solo unos metros de distancia. Por ende no soy consciente del momento en que mis pies pasan de trotar sobre el asfalto, a hacerlo por el mullido césped de Central Park.
Empleando una farola como apoyo descanso tan solo un instante, mientras continuó torturándome con que no tengo a nadie a quien contactar o donde refugiarme. Ellos no cesarán en mi búsqueda y por un momento barajó la posibilidad de huir a un lugar muy lejos, salvo porque no tengo ni un solo dólar. Estoy atrapada, unida a unas personas que comenzaba a percibir como mi familia y a un peligro que me persigue, sin saber por qué.
Lágrimas de desesperación bañan mi rostro haciéndome sentir más indefensa que nunca. Hasta que tras varios minutos sentada en el húmedo césped intento recomponerme y borrando de un manotazo la pena, examino el entorno en busca de una salida para abandonar el parque. Entonces algo me advierte del peligro reactivando mi huida, aunque el manto blanco impide que avance demasiado. Para cuando planteó detenerme a meditar sobre otra vía de escape, percibo un profundo gruñido a mis espaldas y un cuerpo desconocido se abalanza raudo deseoso de cazarme.
Incapaz de mirar hacia atrás avanzó con arraigo, pero no llegó muy lejos pues tropiezo con algo y caigo de bruces golpeándome la cabeza contra el suelo. Aun así me arrastro e incluso hago el amago de volver a levantarme, cuando ante un horrendo dolor en el gemelo profiero un profundo grito mientras trato de liberarme de las fauces del lobo.
Durante el forcejeo lo único que consigo es que sus dientes desgarren aún más la extremidad, corriendo el peligro de que estos rocen alguna arteria y muera desangrada en unos minutos. Por lo que haciendo uso de mi pierna sana le asestó una fuerte patada al animal en el hocico, logrando que se aleje malherido. Creyendo estar a salvo a penas digiero lo que veo, cuando el enorme lobo negro se desfigura y crece para dar lugar a una figura terrorífica.
—Aléjate de mí —ordeno con una firmeza que desconozco, en especial ante mi clara desventaja.
—Jessica, deberías aprender a ser más amable —dice con sorna, girándose para mostrarme la sangre que le salé a borbotones de la nariz, aunque en su expresión no hay vestigio alguno de dolor sino de una satisfacción enferma. Limpiándose el rostro de un manotazo, camina a mi alrededor como un animal acechando a su presa.
—¿Por qué haces esto? —pregunto obviando el hecho de que sabe mi nombre, escogiendo entretenerla con la esperanza de que alguien me encuentre a tiempo—. ¿Qué eres?
—Muchas preguntas, simples respuestas —dice soltando una depredadora carcajada al contemplar como sigo intentando alejarme de ella, hasta que he de presionar la pierna para detener la hemorragia—. Eres una piedra en mi zapato y tengo que quitarte de en medio ¿Lo comprendes verdad?
—Ni siquiera te conozco —respondo con voz débil y jadeante, cada vez más mareada ante la pérdida de sangre. Al extremo de que por un instante creo estar al borde de la inconsciencia, pero para mi funesta suerte soy obligada a contemplar cada último minuto de mi vida.
—Yo a ti sí —aclara amenazante, agachándose hasta que nuestras miradas se encuentran, azul contra negro. La esperanza latente de poder sobrevivir, contra unas irrefrenables ansias de matar.
Sumida en ese profundo pasadizo, no estoy preparada cuando agarra mi muñeca y con un rápido movimiento me tumba de espaldas sobre el césped, situándose a horcajadas. Instintivamente me revuelvo con toda la fuerza que soy capaz de reunir, desesperada por quitármela de encima, al menos hasta que me abofetea. Paladeando el sabor de la sangre proveniente de un corte en el labio, atisbo a través de la maraña de cabello su rostro de absoluto disfrute, entretanto asegura que su perfecta manicura no ha sido dañada de algún modo.
—Y ahora tu segunda cuestión —añade con diversión y un tono preñado de sadismo.
—Déjame ir —digo a penas capaz de articular palabra.
—Somos el mal absoluto, la perversión, la sed de sangre —delira liberando mis muñecas y envolviendo sus manos alrededor de mi garganta comienza a apretar.
Arañó, golpeó e incluso cuando comprendo la incapacidad que involucra mi posición, trató de aflojar la presión que ejerce, en busca de una salvadora brizna de aire. Pero poco a poco mi cuerpo se torna laxo, dejo de resistirme y cualquier flujo normal de pensamiento se desvanece. Ha llegado el fin y la única alegría es saber que podré reencontrarme con mamá al otro lado.
—Yo soy un demonio —declara en mi oído para asegurarse de que la escucho con absoluta claridad
La confesión hace que exhalé de manera exagerada, acelerando su intento de asesinarme. Hasta que de la nada su presencia desaparece y me remuevo de inmediato jadeando y tosiendo violentamente en busca de oxígeno. Al comienzo no escucho, ni veo nada, aún envuelta por el velo de la muerte. Cuando unas manos se posan de repente sobre mis hombros y advierto que he de volver a pelear.
—Tranquila, te llevaremos a casa —afirma la voz de Erika, mientras me ayuda a tumbarme y se quita el cinturón para hacer un torniquete.
Sabiéndome segura, mi atención se centra en el lejano ruido de una pelea, hasta que se detiene y es sustituido por unos pasos que se aproximan a nosotras.
—Son los chicos —declara Erika rápidamente al percibir mi tensión.
—¿Cómo está? —oigo que pregunta Ethan con voz jadeante y preocupada.
—Tenemos que irnos ya —sentencia en tono bajo, no queriendo alarmarme al describir el estado real de mis lesiones.
Con delicadeza unos fuertes brazos me envuelven, afianzando mi peso con absoluta seguridad antes de echarse a andar. Durante los cortos periodos de lucidez, percibo en mi mejilla la calidez de un torso y el martilleo de un corazón desbocado, que se acompasa lentamente a mis propios latidos.
—Te pondrás bien, te lo prometo — jura Ethan con una poderosa intensidad, permitiéndome esconder el rostro en el hueco de su cuello a medida que caigo sumida en la inconsciencia.
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Editado: 19.02.2021