Cerrando la puerta del dormitorio, me desplomo contra ella debilitada por el inmenso dolor que aprisiona mi corazón. Hecha un ovillo en el suelo todas sus confesiones comienzan a calar con fuerza, obligándome a imaginar que significa en realidad formar parte de esa historia, ser la presa del hombre que supuestamente es mi padre y poseer un poder tan glorioso para ellos. Semejante planteamiento no solo altera el presente, si no cualquier futuro que pueda haber imaginado, destruyendo mi vida una vez más, pero en esta ocasión para dejarme en medio de un árido pasaje donde la muerte parece asegurada.
La aflicción se incrementa al plantear tantas mentiras, un engaño organizado durante diecisiete años por mi propia madre, supuestamente bajo el afán de protegerme. Un esfuerzo fútil pues según las sospechas de Mark, ni siquiera todos los sacrificios que han hecho evitaron que Dominik diera con ella y la asesinase dejándome huérfana. Una guerra entre dos fuerzas, dos razas a una de las cuales creen que pertenezco y atada además a una supuesta luz interior que jamás se ha manifestado.
Las personas que me rodean no son humanas, la Tierra puede no ser el único mundo que existe y la mujer que me atacó, fue enviada desde el mismísimo infierno. Parece descabellado, simplemente imposible, pero los hechos que he experimentado durante mi estancia aquí tampoco disponen de mayor sentido, al menos no uno racional. Como aquel símbolo en el cuerpo de mama, dibujado también en la ventana a través de la que hallé al extraño forastero, quien parece ser el detonador de este delirio.
Pues tras su presencia esa tal Angelique me atacó, maldita sea, yo misma contemplé como aquel feroz lobo se deformaba para dar lugar a su esbelta figura pelirroja. La forma en que mi pierna y todo rastro de su maltrato se ha disipado inexplicablemente tras solo unas horas. En realidad no recuerdo haber caído jamás enferma de gravedad o visitar siquiera la consulta de un doctor. Esto es un golpe de realidad y al mismo tiempo la peor de las pesadillas, es demasiado para cualquiera, pero todavía más para mí que no logro recordar a mama sin que la pena me consuma.
Con un suspiro cargado de resignación me seco las lágrimas detestando la impotencia que siento. Está es mi vida y soy la única que decide en qué realidad deseo habitar. Puedo asumir que mama me mintió, que ese monstruo de nombre Dominik es mi progenitor y que los demonios como Angelique existen contra toda lógica. Estoy dispuesta a intentar digerir incluso que los ángeles son reales, pues en cierto modo hasta el más cándido de los hombres tiende a plantearse qué es lo que hay más allá de su propia existencia. Pero eso es todo lo lejos que estoy dispuesta a ir, no importa que los Black, Mark o incluso mi madre lo sean, yo no soy un ángel y mucho menos soy especial. Es la única barrera, el salvavidas en medio de este mar en tormenta que puede ayudarme a no perder del todo la cordura, a aferrarme a lo que siempre he sido y seré.
Durante horas bago por el dormitorio, recostándome en la cama cuando los pensamientos se agolpan demasiado pesados como para soportarlos. Creí que huyendo del despacho lograría obtener una cierta claridad, pero ahora soy bien consciente que ni un millón de años me harían poseedora de semejante bendición. Entrada la noche doy un pequeño sorbo a la taza de té abandonada sobre el escritorio.
En algún momento de la tarde unos suaves golpes en la puerta reavivaron mi nerviosismo, pero al no percibir mayor insistencia me armé de valor para salir, descubriendo una bandeja con la cena. A pesar de estar agradecida por las provisiones y de ser evidente que fueron preparadas con mimo, mi estómago no está dispuesto a tolerar un mísero bocado. Aunque la bebida ahora fría, me despabila gracias al dulzor propio de la miel.
Este tiempo significa tan solo la calma antes de la tempestad, pues ahora que la supuesta verdad ha salido a la luz deseo saber qué es lo que va a suceder conmigo. Como puedo continuar con mi aburrida existencia consciente de lo que me persigue y del mundo que se esconde detrás de nuestra realidad mundana. Sentada en la mecedora con la intención de dormir un poco, unos ansiosos golpes en la puerta interrumpen el sosiego que reina en la habitación. Incluso a pesar de la distancia reconozco su presencia, la entereza de aventurarse en mi privacidad a sabiendas de que jamás se lo echaría en cara.
Capto su sincera preocupación y comparto esa necesidad de reencontrarnos, por lo que le abro la puerta y me siento junto a él en la mullida alfombra, reposando la espalda en un lateral de la cama. Examinó su expresión con detenimiento, pero lejos de cualquier malicia, solo hallo una bondad inquebrantable y una fidelidad estremecedora.
—¿Cómo estás? —pregunta con una autoimpuesta tranquilidad.
—No lo sé —contesto con sinceridad empleando una pequeña sonrisa resignada. Ambos sabemos que en cierto modo las palabras son innecesarias entre nosotros, pero comprendo su deseo de escuchar mi voz y asegurar que continuó aquí, que estoy dispuesta a seguir peleando.
—Julianne te crio como una humana y es imposible que asimiles tan rápido algo que se aleja tanto de dicha realidad —responde comprensivo, de un modo tan natural que inconscientemente imagino cuan duro debe haber sido para ellos ocultar algo que forma parte de lo que son y de su vida diaria. Pienso en mamá, en cuanto debió de añorar a su hermano, sus padres… Puede que mis abuelos aún sigan con vida, quizás tengo más familia. Pero descarto de inmediato la idea, pues de ser así Mark ya lo habría mencionado.
—No he podido parar de pensar en lo que me han contado y con ello he caído en la cuenta de que no llegue a agradecerte por salvarme anoche —mencionó con gratitud, pero igualmente como una manera poco sutil de retrasar la aparición de ciertos temas—. De no ser por ti, ahora mismo… —añado creyendo que al estar en un lugar seguro podré hablar de ello, pero soy incapaz de continuar acosada por la idea de que habría pasado si no hubieran llegado a tiempo.
—Yo siempre voy a cuidar de ti, igual que los demás —promete con tal vehemencia que me colma de una estúpida seguridad, hasta el punto de olvidar que ya nada será como antes.
—Puede que aún no estés preparada para hablarlo, pero a pesar de ser guerreros, los ángeles somos una raza muy unida. Tanto que entre nosotros nos consideramos hermanos —explica de manera tentativa, calibrando cada uno de mis gestos para averiguar si está yendo demasiado lejos y aunque por el momento estoy tranquila, no me responsabilizo de lo que suceda si presiona demasiado.
—Aún no puedo creer que… —menciono como si un pensamiento escapara de entre mis labios. He experimentado cuán fugaz y cambiante es la vida, pero jamás pude imaginar que el mundo tal y como tantas personas lo conciben es tan solo una ínfima porción de algo mucho más grande y horrible.
—No todo es malo, existen otras cosas increíblemente hermosas —asegura con una ferocidad que desearía poder contemplar todo a través de la perspectiva que brindan esos cristalinos ojos verdes.
—¿Cómo cuáles? —pregunto sumida en la pasión que manifiesta.
—La luz es una fuerza creadora, a diferencia de la oscuridad, ella es capaz de concebir seres y mundos de la nada. Así fueron creados los primeros ángeles bautizados como divinidades, la Tierra y los humanos. De esa manera crecieron Anfor y Elis —dice con un brillo especial en los ojos, uno del que hasta ahora no me había permitido ser testigo, un amor que se destila desde lo más hondo de su ser.
—¿Anfor? —pregunto intrigada ante el extraño nombre, perdida en su deseo de narrar la belleza de esos mundos que conviven con la Tierra en completo secreto.
—Es nuestro hogar, el único lugar donde la oscuridad carece de poder. Mi madre nació en Elis, es fascinante o al menos lo era —dice haciéndome suponer que Anfor puede tratarse del mundo al que Mark hizo referencia durante nuestra charla. Siendo la tierra en la que creció junto a mi madre, Carmen y Alex.
—¿Por qué lo dices? —pregunto temiendo sumirle más en la tristeza que acompaña a sus últimas palabras, aunque en su mirada parece que el recuerdo es tan lejano que se ha convertido en un simple espejismo.
—Elis fue un mundo casi tan pacífico como Anfor. Pero del mismo modo que con la Tierra, la oscuridad siempre encuentra la manera de corromper cualquier belleza —confiesa temeroso de asustarme, pero al mismo tiempo necesitando hacerme partícipe de dicha perspectiva—. Como ángeles fuimos creados para salvaguardar todos los mundos y sus seres. Honrar, vigilar y proteger. Es nuestra misión y me siento orgulloso de llevar esa carga para que otros sean libres.
—Yo no tengo el valor de enfrentar algo así —reconozco odiando el miedo que destilan mis palabras, poco dispuesta a soportar que cualquiera de ellos me compadezca.
—Si descubrieran tu existencia, cualquier raza estaría honrada de ceder sus vidas para protegerte.
—Yo no quiero que alguien muera por mí y tampoco deseo acabar con nadie —sentenció descubriendo un nuevo temor tras su férrea declaración—. Yo no soy un ángel—advierto esperando que poco a poco lleguen a la misma conclusión que yo, aunque es algo la mar de evidente.
—Entonces ¿Cómo explicas que no tienes ni una sola marca después de lo sucedido anoche? —replica acercándose con la intención de infundirme confianza, pero en realidad me siento un tanto acorralada.
—¿Podemos cambiar de tema? —pregunto desesperada por esquivar el asunto que amenaza con arrancar el último pedazo de cotidianidad que me queda.
—Los ángeles tenemos habilidades a parte de nuestro poder, ambas son concedidas desde nuestro nacimiento —continúa adoptando una actitud relajada, quizás esforzándose por comprender mi aversión—. Poseemos sentidos aumentados, podemos hablar en cualquier lengua, una gran rapidez. Ningún arma humana puede herirnos, e incluso tenemos un proceso de curación más veloz que el de cualquier otra raza, ni siquiera una plaga o pandemia podría afectarnos —dice sin disimular el tono incisivo que impregna su última frase.
—Hablas de que todos tenéis un poder ¿Cuáles? —cuestiono llevada por la curiosidad y olvidando por un breve instante que hace tan solo unas horas, está conversación me hubiera parecido absurda.
—Mi madre maneja todas las técnicas de combate, Ricky es capaz de controlar las mentes, generalmente humanas. Erika influye sobre la vegetación y yo dispongo de una gran fuerza física —desvela dejándome anonadada, mientras los imagino por un instante desatando su poder a medida que los nombra, siendo curioso que cada uno encaja en cierto modo con su personalidad—. Mark es lo que consideramos un sanador, su poder y conocimientos le permiten curar casi cualquier lesión.
—Cuando tú lo cuentas parece fascinante —admito reticente.
—Lo es, aquellos guerreros que decidimos proteger la Tierra de la oscuridad tendemos a escoger una profesión en la que podamos aportar algo a la sociedad. Por eso mi madre imparte clases de defensa personal a mujeres, Mark es médico y Ricky va a sesiones de terapia de grupo. Aunque odia fingir, salva a mucha gente despejando sus mentes —explica con reverencia, dándome la oportunidad de distinguir los caminos que separan a los ángeles de esas horribles criaturas cuya maldad he experimentado en mi propia carne—. Todos tenemos una conexión con nuestros poderes y aunque no lo creas, tú también.
—Si fuera un ángel, hace años que me habría percatado de que algo no está bien —sentenció iracunda, incapaz de comprender su obstinación a pesar de haberle reiterado mi opinión al respecto.
—No voy a engañarte, existe un lugar que puede ayudarte a confirmar la veracidad de lo que te hemos contado. Pero debes estar dispuesta a acompañarnos —ofrece manteniendo una actitud pasiva, generando una nueva oleada de cuestionamientos. Es evidente que he sido seducida por sus palabras, pero igualmente he de reconocer orgullosa, que no he dado mi brazo a torcer con respecto a mi humanidad. Ahora ofrece una increíble oportunidad de acabar con esto para siempre o por el contrario asumir que a pesar de mis deseos, soy una figura de importancia en un peligroso universo que desconozco por completo.
—¿Confías en mí? —pregunta consciente de la inseguridad que me embarga, ofreciendo su mano con solemnidad y dejando entrever que independientemente de la decisión que tome, él siempre estará a mi lado. Llevada por mis instintos más viscerales, tengo la necesidad de confirmar o negar esta historia por mi misma. Así que acepto su propuesta uniendo nuestras palmas en una íntima caricia, desconociendo el peligro en el que me acabo de embarcar.
—Baja solo cuando estés lista, nosotros te esperamos —con esas últimas palabras se va, no sin antes echar la mirada atrás para asegurarse de que estoy bien.
Tomando más tiempo del habitual me aseo y escojo el primer conjunto de ropa que encuentro en el armario. Mis acciones aunque irrelevantes ayudan a calmar la ansiedad, al menos hasta que bajo las escaleras para encontrar varias miradas que me examinan expectantes. Mark, Ethan y Carmen esperan pacientemente, aunque ninguno se atreve a hablar.
Ella es la única que busca reconfortarme de algún modo con una pequeña sonrisa y una caricia en el hombro, antes de abandonar la casa en dirección al coche de Mark, quien no despeja la vista de la carretera en ningún momento. Aprovecho el tiempo para pensar y recupero la conexión con el presente cuando aparcamos, obteniendo un indicio de donde estamos gracias al lúgubre panorama que descubro a través de la ventana. Imitando sus actos abandonó el vehículo incapaz de obviar el inmenso cementerio que se abre paso ante nosotros destilando un aura aterradora, potenciada por el oscuro manto de la noche.
Asombrada los veo encaminarse hacia las puertas con total normalidad, forzándome a seguirlos, no sin antes exhalar un largo suspiro nervioso. Sintiendo el espesor de la tierra bajo los pies, mantengo fiel el rumbo que trazan Mark y Carmen, mientras que Ethan vigila mi espalda, percibiendo su protectora presencia a pesar del silencio que nos rodea. Finalmente parece que hemos alcanzado nuestro destino cuando nos establecemos ante un antiguo mausoleo, situado en lo más profundo del campo santo.
A la vista está que la edificación ha sido construida por alguien adinerado, pues los materiales y el diseño que la conforman son exquisitos. Embebiéndome de la belleza de su estructura, descubro unas palabras talladas en el arco de la puerta.
«Parte de una misma luz, que la fuerza y la valentía de vuestras almas os acompañe en la cruzada contra la oscuridad».
Meditando sobre el simbolismo de la frase, desvió la atención al joven a mi derecha cuando me toma con discreción de la mano, suscitando la valentía que necesito para el momento en que Mark abre la puerta del mausoleo.
—Está protegido por viejos conjuros de brujas ancestrales y solo los ángeles podemos verlo. Mantén la calma, aquí estas a salvo —susurra Ethan percibiendo el miedo que aún pulula en mi interior ante la simple idea de experimentar de nuevo un enfrentamiento como el de anoche.
A medida que la tensión se incrementa, tira de mí hasta sumergirnos en una amplia habitación circular, constituida por entero de piedra y que rodean varios nichos de aspecto común. De hecho la sala no es nada fascinante, a excepción de un hermoso mosaico en el suelo que representa dentro de múltiples detalles, la imagen de dos serpientes enfrentadas entre sí.
—Es un caduceo —explica Ethan al captar mi fascinación—. Es el símbolo de nuestra raza, la serpiente blanca representa la luz, la negra la oscuridad, eternamente enfrentadas. Nos ayuda a recordar en los momentos más difíciles cuál es nuestra misión, librar a los mundos de la maldad que los acecha —describe con una dureza que me lleva a pensar en la gran responsabilidad que porta sobre sus hombros. Tanto él, como Ricky y Erika son muy jóvenes y aun así están dispuestos a entregar sus vidas para salvar a personas tan inocentes como ellos.
Fijándome más en los reptiles, advierto una ranura justo en medio de sus cabezas, donde Mark encaja un collar constituido por una esfera, que saca de su bolsillo. El dije se incrusta a la perfección, generando que tras el sonido de un mecanismo el mosaico se eleve lentamente dividiéndose a la mitad, para convertirse en dos grandes compuertas. Las cuales dan paso a unas escaleras que se adentran en un camino infinito hacia el subsuelo.
Ethan se ve obligado a soltarme cuando Carmen y Mark comienzan a bajar por el estrecho camino, aunque lo siento seguirme pendiente de mi reacción. Por suerte los escalones se distinguen de manera tenue gracias a las antorchas en la pared, que igualmente aportan un calor casi asfixiante. Cuando llegamos al último tramo una gélida brisa impacta contra nosotros procedente de una antesala constituida por piedra, y cuyo protagonista absoluto es la gigantesca puerta de metal tan exquisitamente grabada que resulta irreal encontrarla bajo un simple cementerio.
Con un llamado por parte de Carmen las pesadas compuertas se abren, desvelando un lugar que ni en mis más descabellados sueños habría sido capaz de formular. Tiene la amplitud de un estadio, compuesto por altos techos, paredes de piedra y un sencillo suelo de baldosas blancas. Varias columnas metálicas recorren la sala, siendo usadas para escalar hasta las vigas del techo en una reñida competición. Rings de lucha, pesas, armas recorren las paredes, cualquier máquina necesaria para ejercitarse, dianas, circuitos… Este sitio representa un verdadero campo de entrenamiento para los miles de ángeles que dejan libres sus talentos e incluso sus alas, en el único entorno que consideran seguro.
—Bienvenida a la guarida —presenta Mark abarcando todo el lugar con un movimiento de su brazo, visiblemente aliviado al comprobar que lejos de sentirme intimidada mi primera reacción es una inocente sorpresa.
—¿Qué es esto? —pregunto necesitando más información, entretanto examino cada rostro cuestionando cuáles serán las historias de todos ellos.
—Las guaridas son recintos diseñados como refugios, centros de entrenamiento y logística para los ángeles —explica con detenimiento—. Se encuentran repartidas en la Tierra por todo el mundo y en Elis hay una por cada extensión de territorio.
—Las situamos bajo tierra para pasar desapercibidos de humanos y demonios. Así resulta más sencillo disimular el aroma angelical que desprendemos —añade Carmen, mostrando que a pesar del mutismo que han mantenido de camino aquí, continúan deseosos de solventar mis dudas.
—¿Cómo puede existir algo así? —pregunto para mi misma.
—Fueron una idea de nuestro líder, quien nos concedió a mí, Julianne, Carmen y Alex, el honor de ser sus elegidos para construirlas y dirigir cada una de ellas —responde Mark con latente orgullo, a la vez que lo invade la nostalgia del pasado—. Por supuesto no podemos estar en todas al mismo tiempo, así que los regidores resultan de gran ayuda.
—Son ángeles, generalmente profesionales, que son escogidos por nosotros y que se encargan de organizar la guarida asignada, en nuestro nombre. De esa manera construimos un sistema que funciona casi a la perfección —sigue explicando Carmen al ver mi confusión, entonces medito sobre la confianza que hay entre ellos como para regir con acierto miles de lugares así.
—¿Todos son…? —preguntó atrapada aún en la imagen de los jóvenes que muestran sin vergüenza sus musculados cuerpos y las impresionantes alas blancas que nacen de sus omóplatos.
—Ángeles —continúa Mark ayudándome a pronunciar esa palabra que no resulta especialmente estridente en mi cabeza, pero que en la vida real suena tan ficticia que me avergüenza incluso susurrarla—. Ellos han decidido venir a la Tierra para ayudar a proteger a los humanos de la oscuridad. Muchos incluso dejando de lado sus hogares en Anfor y residiendo aquí de manera permanente.
—Comienzan como novatos y a medida que demuestran sus cualidades pasan a convertirse en avanzados. En un futuro serán profesionales —alecciona Carmen con mayor exactitud, satisfecha de ver a Mark desvelando más tranquilo los entresijos de la guarida.
—¿Cómo les hacéis frente? —cuestiono recordando el rostro de cierta pelirroja e imaginando cuantos seres como ella deben de existir ahí fuera, pululando entre nosotros ignorantes del peligro.
—El consejo es quien tiende a enviarnos órdenes de captura o extinción sobre algunos demonios, aunque en estos tiempos difíciles, nos hemos visto obligados a actuar con mayor libertad. No te equivoques, los ángeles y en especial las guaridas poseen sus propias leyes y su incumplimiento es severamente castigado —responde a medida que su tono se torna grave—. Solo los revisores y los profesionales tienen el derecho de tomar o asignar misiones, incluso de actuar por cuenta propia si lo creen necesario.
—Es increíble que esto no sea un sueño —a pesar de estarlo viendo no termino de asimilar que sus palabras son ciertas y lo que ello implica. El comprobar la honestidad de estas me tranquiliza, pero al mismo tiempo despierta una serie de temores primitivos. No deseo morir, hacerle daño a alguien o descubrir que en realidad no soy humana, que soy un ser extraño incluso para los ángeles.
—Generalmente acudimos aquí mediante otra vía, pero pensamos que te resultaría más cómodo acceder desde esta entrada —menciona Ethan acariciando mi brazo,transmitiéndome una renovada paz.
—Esa mujer, Angelique. De verdad trato de matarme —aseguró con voz entrecortada.
—Siento mucho no haber estado allí para cuidar de ti —se disculpa Mark, aunque realmente suena como un lamento salido desde lo más profundo de su alma—. Igual que no haber hallado al infeliz que te acosó la otra noche.
—¿Qué es lo que ocurrió? —pregunto curiosa de como habrían transcurrido los hechos desde su perspectiva.
—Fuimos alertados de la presencia de un demonio rondando demasiado cerca de la casa, esa fue la razón de que no regresara a tu lado aquella noche. Tratamos de buscarle sin descanso, pero no había dejado ni un solo rastro que pudiéramos seguir —explica apesadumbrado.
—Él dibujó un símbolo en la ventana, el mismo que encontré grabado en la muñeca de mi madre cuando… —confieso al borde de las lágrimas, atreviéndome a compartirlo con ellos pues ahora que sé la verdad, comprendo que no podré condenar sola a ese desgraciado—. Esa noche tuve la sensación de que quien estaba ahí fuera era su asesino, tú mencionaste a Dominik —digo con mayor seguridad alertándolos. Pues percibo la mirada decisiva que comparten Mark y Carmen, como si esta revelación hubiera dado lugar a un silencioso consenso.
—Ha estado más cerca de lo que creímos —menciona ella preocupada.
—Esto confirma mis sospechas, ese monstruo mató a Jules —alega Mark apenas capaz de contener la ira que hierve en su interior y que veo reflejada en su mirada. Estableciendo con su declaración un único enemigo común al que pienso hacer pagar el arrebatarme lo más sagrado que tenía, sin importar lo que deba arriesgar.
—Por esa razón has de comenzar con tu entrenamiento cuanto antes —interviene Carmen, sin darme apenas tiempo para procesar las palabras de mi tío.
—¿A qué te refieres?
—Nosotros cuidaremos de ti, pero debes aprender a pelear, es la única forma de que sobrevivas —asegura mostrándose por primera vez poco dispuesta a escuchar una negativa—. Yo seré tu entrenadora, además irás a clases teóricas, podemos comenzar mañana —añade con calma, sabiéndose segura de estar haciendo algo bueno por mí, aunque pueda ser recompensada con cierta incomprensión o disgusto.
Lejos queda la esperanza de un nuevo comienzo o la sensación de haber encontrado finalmente mi lugar en el mundo. No soy un ángel y a pesar del temor a verme reducida una vez más por alguno de esos demonios, tampoco encuentro en mí la capacidad para pelear como los seres que pululan a nuestro alrededor. Carezco de la fuerza y la valentía suficiente, de hecho dudo poder soportar otra horrible mirada satírica sin caer en la locura.
Aunque igualmente detesto sentirme impotente, ver mi presente derrumbándose como un castillo de naipes y no poder hacer nada para detenerlo. Ese tal Dominik no se detendrá hasta asesinarme y ante las sospechas que recaen sobre él, deseo llegar a ser tan poderosa como para destruirlo. Pero es cuestión de tiempo que todos descubran que no formó parte de su raza, así que obviando la sensación de estar sumergiéndome de manera voluntaria en este mundo, determino que por mientras aprender a sobrevivir a cualquier posible encontronazo con el mal es una gran estrategia.
—Estoy dispuesta —accedo dudosa, consciente de como lo que comenzó siendo una puntual noche de terror en mi habitación no aparenta tener un final próximo.
—Todo estará bien —asegura Ethan mostrándose como esa mano amiga a la que siempre podré aferrarme, especialmente en estos momentos—. Mañana es lunes y vendrás con nosotros.
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Editado: 19.02.2021