Light.

Capítulo 7: Brian.

Tranquilamente camino por los pasillos del instituto junto a una callada Erika que con su actitud ayuda a que me concentre en mis propios pensamientos. Hasta el momento la mañana se ha desarrollado de lo más normal, tras despertar me preparé para escuchar el familiar sonido del claxon y al encontrar a Mark en la cocina nos saludamos de manera cortés. Abandonando el refugio que representa nuestra casa para acudir al instituto, donde finjo que nada ha sucedido.
Pero resultó evidente que ninguno tenemos idea de cómo actuar en esta nueva situación, cuando al entrar en el coche con los chicos me recibieron con tímidas sonrisas y expresiones cargadas de incertidumbre. Ante semejante cambio no pude quedarme callada y con tono decidido, deje en claro que no deben reprimir sus personalidades, al final ya demasiadas cosas han cambiado como para perder también la amistad que hemos forjado.
El éxito de mi discurso vino acompañado del inmediato abrazo por parte de Erika, junto a la reaparición de los sarcásticos comentarios de Ricky. Rápidamente los mellizos comenzaron a mencionar sucesos que desconozco, pero que desataron sendas carcajadas por parte de Ethan. Enfrascada en las hazañas que describían no me percate de su presencia, sin embargo incluso contemplándolo a lo lejos parece lógico que no se trate de un ser de este mundo. Solo su belleza lo convierte en un querubín, aunque esta es eclipsada por la bondad de su corazón. Tenerlos tan cerca reitera lo infame de que alguien corriente como yo pueda siquiera dirigirles la palabra a semejantes criaturas, o incluso adentrarse en su mundo.
A pesar del escalofrío que aún me invade al pensarlo, es cierto que la mayoría de humanos experimentan su existencia sin conocer ni un ápice de lo que me desvelaron ayer. Aunque el precio que he de pagar por ello continúa siendo demasiado grande. Incluso ahora mientras saco las llaves de la taquilla del bolso, la visión de esos horrores continúa persiguiéndome de una forma tan vívida a como lo hacen en mis pesadillas.
—Tengo que ir a secretaría —escupe Erika de repente—. He de recoger unos documentos —añade reticente a alejarse, a pesar de que Mark dejó en claro que el instituto es un entorno medianamente seguro mientras no abandone el recinto.
—No te preocupes, nos vemos en el almuerzo —aseguró confiada, concentrando mis esfuerzos en dar con los libros para la siguiente clase.
—Ten el teléfono encendido y trata de mantenerte en los lugares donde haya más gente —pide en un susurro, no obstante por mucho que intentemos fingir normalidad ya ningún lugar es seguro para mí.
—De acuerdo —concedo solícita dispuesta a no hacerla partícipe de mis preocupaciones y por ello es que fijo la mirada en el horario de clases, esperando que no advierta el nerviosismo que siento.
—Y no te mortifiques demasiado por lo de esta tarde —menciona con naturalidad antes de marchar. Quizás nota algo extraño, pero es evidente que no concibe la auténtica maraña de pensamientos que me acosa, pues de lo contrario jamás se iría.
Durante el trayecto en coche admito que sentí un extraño gozo al saberme parte de ellos. Como una cálida hermandad, de la que por mucho que duela, he de mantenerme un tanto alejada. El ingresar a la guarida confirmó que sus historias son honestas y no producto de un delirio propio de la locura, pero a pesar de la confianza que eso genera he de continuar fiel a lo que soy.
Algo que resulta aún más difícil si como Erika acaba de recalcar, está tarde he de asistir a mi primer entrenamiento. Una preparación destinada para los ángeles y a la cual a penas podré hacer justicia. Pero la idea de que en otra ocasión Ethan o cualquiera de ellos no logré llegar a tiempo para salvarme resulta devastadora, y suficiente para motivarme a dar todo de mí. El sonido del timbre me pone en marcha, sorprendida cuando al cerrar la puerta de la taquilla encuentro un rostro familiar recostado a su lado, esperando pacientemente.
—No quería asustarte —aclara Brian con una pequeña sonrisa, haciendo que desee poder compartir con él las razones de mi intranquilidad—. Quería disculparme por haberte dejado sola en la fiesta y entiendo por completo que te fueras —confiesa visiblemente avergonzado, con la esperanza de ser perdonado aunque no crea merecerlo. A pesar de todo lo que ha acontecido en mi vida desde entonces recuerdo esa noche con especial claridad, y como tuvo que marchar para dejar a Jason en buenas manos, ingenuos del peligro que acechaba.
—No fue por ti, me llamaron por una urgencia familiar y tuve que ir corriendo —aseguro con naturalidad, deseando hacerle saber que el hecho de que esa noche se convirtiera en una de las peores de mi vida, no fue por su actuación. En realidad su amabilidad y protección, me llevan a soñar con lo que pudo haber sido.
—¿Algo grave? —pregunta preocupado.
—Está todo bien ahora —respondo esperando que no trate de indagar más en ello pues ya resulta suficientemente difícil tener que mentirle sobre mi huida, como para continuar inventando más bulos.
—Quedé más tranquilo cuando vi que los Black tampoco estaban, imaginé que ellos te llevaron a casa —alega haciéndome fantasear con la idea de que quizás esos instantes en el jardín pudieron haber despertado las mismas sensaciones en él. Avivando un nerviosismo que solo salé a la superficie cuando estoy a su lado.
—Debí haberte avisado —admito pensando en lo que una joven corriente hubiera hecho en tal caso, aunque desgraciadamente en aquellos instantes mi atención fue forzada hacia un objetivo más tenebroso—. Solo pensé que no le darías importancia —admito incrédula ante la valentía que empleó.
—En verdad me habría gustado pasar más tiempo juntos —reconoce con una naturalidad cautivadora—. Así que, ¿Querrías salir conmigo está noche? —pregunta desplegando todo su magnetismo. Cuando me sobreviene un cierto agradecimiento al ver como obvia de manera intencional la palabra «cita», que cualquier otro joven habría colado inesperadamente.
Una negativa es lo primero que me viene a la cabeza, Carmen estará planeando mi llegada y he de reconocer que eso tiene más prioridad que cualquier otra cosa. Un pensamiento lógico procedente de la Jessica que busca su supervivencia y cumplir con lo que es correcto. Esa joven responsable que creció bajo las palabras de su madre, sin imaginar que la engañaba.
Sé que es injusto, pues con un solo vistazo a su vida es fácil reconocer el enorme sufrimiento que atravesó y encima en completo silencio. Pero algo en mí reclama un poco de libertad, incitándome a soñar con lo genial que sería poder aceptar la petición de un chico como Brian. Sin miedos, ni remordimientos, solo dos jóvenes que atraviesan el nerviosismo de los primeros encuentros, bajo una atracción que no terminan de comprender. Es en el influjo de esta fantasía que me veo pronunciando las siguientes palabras.
—Sería genial.
—Perfecto, ¿Te recojo a las seis en tu casa? —ofrece con gran ilusión a medida que voy siendo consciente del enorme error que he cometido.
—Sí —acepto vacilante, regresando a la cruel realidad—. ¡La dirección! Claro… —caigo al ver que se mantiene contemplándome con una sonrisa pícara, disfrutando del espectáculo que le ofrece mi bochorno. Empleando la esquina de un folio anotó la dirección de la casa de Mark, rasgando el papel y entregándoselo consciente de la intensa energía que desprende el leve contacto de nuestras manos.
—Entonces, hasta luego —sentencia aprovechando la oportunidad para continuar con su caricia a lo largo de mi brazo. Ofreciéndonos la conexión que ambos necesitamos y asegurando que no ha sido algo casual. Atolondrados nos perdemos en esas sensaciones hasta que se aleja por el pasillo, dejándome con unas irrefrenables ganas de volver a verlo.
Al final de la jornada me reúno de nuevo con Erika y la tumultuosa masa de estudiantes que trata de abandonar el lugar lo más rápido posible, mientras caminamos por el aparcamiento en busca de Ethan quien conversa cómplice con Ricky ya en el interior del vehículo. Ante la abstracción de los jóvenes, decido que es un buen momento para compartir con alguien mi error, esperando recibir alguna sugerencia que me ayude a salir de este embrollo.
—Erika ¿Podemos hablar? —pido cuando aún nos encontramos a varios metros del coche, temiendo que me recrimine el haber aceptado la propuesta de Brian y sé que no podré ofrecerle una sola excusa—. Esta tarde he de estar en la guarida, pero Brian, un compañero de mi clase de literatura apareció y en resumidas cuentas… Me ha invitado a salir —confieso con aparente audacia, hasta que mi voz decae apenas siendo capaz de pronunciar el nombre del joven.
—¿Y tú le dijiste...? —pregunta con especial sorpresa ante la repentina mención de un muchacho, aunque luciendo dispuesta a escucharme hasta el final. Internamente me preparo para un sermón, consciente de cuán responsable es ella y del absurdo conflicto que he generado solo por un chico.
—Que sí —confieso deseando poder mostrarle de algún modo la manera en la que mi razón se apaga cuando me cruzo con su mirada gris, despertando una revolución de emociones e ideas que se adhieren a cada rincón de mi ser. Cualquiera diría que a su lado parezco otra persona, pero al contrario, con él no he de fingir—. Le aseguré a Mark que estaría allí y es lo correcto… Sin embargo acepté —admito decidida a enfrentar las consecuencias.
—¿Qué piensas hacer? —pregunta con recelo, prefiriendo conocer todos los detalles que encierra el tema, antes de atreverse a dar su opinión, demostrando que su intención está lejos de juzgarme.
—No tengo ni idea.
—Jessica disculpa si soy indiscreta, pero ¿Te gusta ese chico? —cuestiona con una expresión velada que no logro descifrar.
—Solo sé que en estos momentos estar con él es lo único que me hace sentir normal, como si nada hubiera cambiado. Pienso que tener una noche así sería genial, considerando que no tengo idea de cómo puede acabar todo —respondo apasionada, pues a pesar de lo poco que conozco a Brian parece haber surgido como una gracia divina, la única vía de escape dentro del loco universo que me rodea.
—Lo mejor que puedes hacer es, ser sincera con Mark —sentencia recurriendo a la opción más sensata y al mismo tiempo a la que más nervios me produce. Mi tío parece un hombre abierto al diálogo, pero no estoy tan segura de que comprenda tal anhelo, mucho menos tras lo ocurrido estos días—. Explícale como te sientes, pero es mejor que ni siquiera le menciones lo que Brian significa para ti, incluso a los chicos —asegura rompiendo todos mis esquemas, pues confiaba en que compartir lo bien que me siento a su lado, lograría ablandar el corazón de Mark, ya que en el fondo no es más que una pequeña escapada. Pero contemplando el rictus tenso e incluso preocupado de la joven, presiento que he de acatar su advertencia, sobre todo porque hasta el momento no me ha fallado.
—¿Por qué podría molestarle algo así? —pregunto curiosa, aunque recurro a la imagen de Ethan descubriendo mi intención de compartir tiempo con Brian y encuentro bastantes razones para ni siquiera mencionarlo. Pero no veo qué podría decir mi tío en contra del joven, más allá de una decisión que he tomado y de la que unicamente yo tengo la culpa.
—No te preocupes por eso, solo dile que quieres una noche para ti con un amigo de clase —responde rauda tratando de silenciar este asunto de una vez por todas, y recuperando la deslumbrante actitud a la que nos tiene acostumbrados —. Él lo entenderá y mi madre también —me tranquiliza. Pero tengo la sensación de que esconde algo, aunque no me atrevo a ahondar en ello, quizás por el temor a descubrir una nueva mentira.
Al llegar a casa me aventuro inquieta en el despacho de Mark, tras un viaje en coche de lo más silencioso. Erika y yo preferimos mantenernos así, temerosas de motivar una conversación alrededor de mi asistencia a la guarida y destapar mis verdaderas intenciones. Ricky que no apartó la vista de su consola no pareció ser consciente del problema, sin embargo Ethan comenzó a observarme con suma curiosidad.
Ahora mientras tomo asiento delante de Mark sé que mi silencio es solo una estrategia para ganar tiempo, pues estamos irremediablemente forzados a encontrarnos y tarde o temprano habré de enfrentar sus preguntas respecto a Brian.
—¿Qué tal ha ido el día? —cuestiona con cariño, tratando de paliar mi habitual mutismo.
—Bien —respondo escueta, restregándome las sudorosas palmas en la tela de mis vaqueros, pensando en la mejor manera de encauzar está conversación.
—Yo aún recuerdo mi primer día de entrenamiento. Por aquellos tiempos las cosas eran mucho más duras, pero Carmen y yo hemos charlado sobre el programa que seguirás y puedes estar tranquila, nadie te obligará a hacer nada que no quieras.
—Es genial saberlo y os lo agradezco mucho, pero vengo porque necesito precisamente hablar del entrenamiento de esta tarde —comienzo haciendo acopio de todo el coraje que creo poseer.
—Te escucho.
—Yo acepté entrenar con Carmen, pero ha surgido un plan con un compañero de literatura y realmente me apetece ir —desvelo con sencillez, liberando un largo suspiro al finalizar, como si me hubiera quitado un peso de encima.
—El que acudas a la guarida no es ningún juego, es una necesidad. Lo lamento, pero mi respuesta es no, deberéis escoger otro momento —responde calmo, aunque con un rictus serio. Sin estar demasiado convencido de lo que está escuchando, pero al mismo tiempo no queriendo herirme al expresar lo que en realidad pasa por su cabeza.
—Entiendo los peligros y mis deberes, de hecho eso es lo único en lo que me he podido centrar últimamente. Sé que intentas hacerme ver que si doy mi palabra, he de cumplir con ella, pero necesito salir… —explico sin abrirle por completo mi corazón ante el miedo de no ser comprendida y espero que aun así, aprecié que esto es más que un simple capricho—. Pretender que mi vida no ha cambiado de la noche a la mañana.
—Has de estar en casa a las nueve, tendrás el teléfono siempre a mano y uno de los Black te vigilará desde la distancia —rectifica tras unos instantes de reflexión en el que la tensión es capaz de cortarse con un cuchillo—. Esas son mis condiciones y por supuesto mañana irás a la guarida para suplir la lección de hoy —añade extendiendo su mano, y manteniendo esa actitud solemne a la espera de que emplee la madurez que sabe que poseo.
—Creo que es justo —acepto con un firme apretón, sellando un pacto cuyo argumento puede parecer banal, pero ambos somos conscientes de lo que hemos jurado. Él me da la noche de libertad que necesito y a cambio a partir de mañana he de ser consecuente con esta nueva realidad—. Gracias —digo casi en un susurro cuando me dispongo a abandonar la habitación, temiendo mostrarme demasiado efusiva, pero sintiendo como miles de fuegos artificiales explotan a mi alrededor.
Durante el resto de la tarde trato de enfocar la atención en los estudios, a sabiendas de lo próximas que se encuentran las fechas de los exámenes. Pero la emoción que me invade es demasiado grande, por lo que este tiempo termina convirtiéndose en una inagotable charla con Erika sobre lo ocurrido y la búsqueda de algo bonito que ponerme.
En cierto sentido resulta extraño, como si estuviera contemplando la vida de otra persona, los de la joven que fui hace mucho tiempo y no sabía cuánto añoraba. Al menos por hoy cualquier extrañeza se mantendrá alejada y mientras recojo mi cabello delante del espejo, el sonido del timbre me conduce escaleras abajo para recibirle.
—Recuerda la hora y disfruta —dice Mark desde su despacho, esperando educadamente a que yo aparezca en lugar de dejar pasar a Brian para intimidarlo con una actitud severa o preguntas incómodas.
Tratando de fingir indiferencia respecto al joven, respondo a dichas palabras con un simple asentimiento y espero a que regrese a su despacho antes de abrir la puerta.
—Hola —saludo algo nerviosa aunque relajándome ante la desinhibida sonrisa que exhibe, mientras contempla mi aspecto. No me he arreglado demasiado temerosa de despertar las sospechas de Mark, pero dentro de la sencillez creo que luzco coqueta. Aunque no se queda atrás vestido con una chaqueta de cuero sobre una camisa blanca y unos vaqueros, algo simple, pero que en él no lo es.
—Hola, quiero llevarte a un sitio especial. Aunque tendremos que ir en moto —saluda empleando un tono de advertencia en sus últimas palabras, probablemente al percibir mi aversión a la elegante Harley que se encuentra aparcada tras él.
—No hay problema —miento con sorprendente seguridad, aunque tomo unos segundos mientras cierro la puerta para acallar mis trágicos pensamientos.
Tras ponerme el casco me anima a subir junto a él, por lo que tratando de lucir lo más segura que puedo, paso la pierna por encima convirtiéndome en su pasajera. Insegura no sé bien a donde asirme y al notarlo, toma mis muñecas envolviéndolas alrededor de su cintura, acercando aún más nuestros cuerpos.
—Agárrate fuerte en las curvas peligrosas —pide con sorna, decidido a probar mi resistencia mientras se acomoda la melena castaña para ponerse también el casco.
—No estoy asustada —aseguro empeñada en hacer de tripas corazón y no dejarme intimidar por un simple vehículo, que poco tiene que ver con la clase de peligros que he enfrentado.
—Conmigo estás a salvo —promete retirando el caballete y poniendo en marcha el motor que vibra con fuerza bajo nosotros—. ¿Cómo llevas la velocidad? —pregunta confirmando mis sospechas de que este viaje será más que un reto.
—Soy más resistente de lo que crees.
Tras mi imprudente frase Brian comienza a circular por las calles de la ciudad, donde desde un inicio advierto que un coche nos sigue y presupongo que ha de ser alguno de los Black, aunque la distancia me impide reconocer quién es. Segura bajo la vigilancia del desconocido, me permito olvidar y simplemente disfrutar de la compañía. El joven que al notar mi confianza con la velocidad bastante racional que está manteniendo, aprovecha un semáforo en rojo para incrementar de repente la marcha haciéndonos volar.
Serpenteamos por las calles mientras la adrenalina corre a toda velocidad por mi sistema, entonces comprendo por qué tanta gente relaciona las motos con la rebeldía, pues sobre ella parece que el resto del mundo desaparece al menos por un instante. Poco tiempo después aparcamos delante de un bonito bistró italiano, donde nos adentramos siendo recibidos por un interior algo rústico, a la par que hogareño.
—Es precioso —comentó fascinada, al percibir su atenta mirada que busca calibrar mi reacción. Ahora orgulloso de su elección, escoge una zona tranquila tomando asiento en una de las mesas que solo están alumbradas por el tenue resplandor de las velas.
—Me alegra que te guste, es un sitio sencillo, pero la comida es deliciosa —asegura despertando mi apetito, junto con el seductor aroma que proviene de la cocina.
—No sabía que los chicos como tú, visitan lugares como este —le digo en tono de broma, aunque reconozco que el lugar a pesar de dar una apariencia austera sus platos se ven como perfectas obras de arte, e imagino que por ende su coste está a la altura de ello.
—Mi padre es el que tiene dinero, es lo que se denomina «alguien importante» —menciona con naturalidad e incluso un poco de burla, como si careciera de mayor notoriedad—. Últimamente estamos algo distanciados, me paga un apartamento para que acabe el último año de instituto y me provee con todo lo que necesito, menos con su compañía —explica al ver mi confusión dejando entrever una cierta vergüenza.
—Lo siento —le digo llevada por la empatía.
—No busco que me tengas lástima —asegura un tanto osco, pues aunque trata de disimularlo es evidente que hablar de ello le resulta complicado. No debe ser fácil estar alejado de su padre, sobre todo ante la falta de su madre. Pero quizás ese mismo mecanismo de defensa lo emplea en otras muchas facetas de su personalidad, aunque yo no soy precisamente un libro abierto con él, así que no puedo juzgarle.
—No se trata de eso, es solo… Que yo no imagino mi vida sin mi madre —respondo con sinceridad, sintiéndome ridícula cuando el simple hecho de mencionarla me sume en una extraña melancolía. Pero gracias a ello descubro una gran similitud entre nosotros y es que a pesar de las dificultades tratamos de lucir fuertes ante las personas que nos rodean, quizás por soberbia o solo por el temor de herirles a ellos también.
—Discúlpame —pide al percibir el aura de tristeza que me rodea.
—Ahora eres tú quien está sintiendo lástima por mí —añado con sorna, tratando de devolver la conversación a esa actitud desinhibida y alegre que manteníamos.
—Basta de asuntos tristes, ¿Qué es lo que busca una chica como tú en una ciudad, cómo está? —pregunta recuperando ese tono animado al que me tiene acostumbrada y empleando el mismo juego de palabras que dio inicio a nuestra charla.
—Quizás un chico adinerado que me pague la universidad y un buen coche —respondo decidida a no quedarme atrás en su juego.
—Los Black son gente pudiente, uno de sus hijos parece ser capaz de cualquier cosa con tal de que le dirijas una mirada —comenta manteniendo una actitud atrevida, desconocedor de la verdadera trascendencia que tienen sus palabras.
—Son buenos amigos de mi tío —menciono sin darle mayor importancia.
—Hablando de la universidad, ¿Cuáles son tus aspiraciones? —pregunta curioso.
—Aún no lo tengo muy claro —respondo insegura, consciente de que normalmente una joven de mi edad tiende a sentirse confusa respecto al futuro, pero no por las razones que yo lo hago.
—De acuerdo ¿Y qué hay de tus sueños? —cuestiona con mayor interés, examinándome con una intensidad que me incita a contestar con una cruda franqueza alejada de cualquier educación protocolaría.
—Digamos que ahora mismo estoy en un momento en el que ando un poco perdida —confieso advirtiendo que su presencia me afecta más de lo que podría haber imaginado.
—No te creo —sentencia sorprendiéndome ante la rotundidad que ostenta.
—¿A sí? ¿Y qué más sabes de mí? —contraataco incitándole a confesar sus pensamientos, mientras aparento un ligero desinterés. Sin embargo por dentro estoy muriendo por saber qué ha podido ver durante nuestro escaso tiempo juntos.
—Que eres inteligente, sensible y piensas demasiado. Te preocupas más por los demás que por ti misma y crees que no sabes lo que quieres porque lo confundes con lo que deberías desear —atestigua con completa seguridad y quizás es por ese tono, pero algo en mí reconoce cada una de las cualidades que menciona. Descubriendo que a pesar de lo mucho que intento esconderme, soy un libro abierto—. De hecho eres bastante fascinante… —menciona perdido en sus pensamientos.
—Así que te dedicarás a la psicología, o a ser uno de esos malos tarotistas que aparecen en televisión a la madrugada —digo buscando aligerar la pesada carga que no solo dejan sus palabras, sino también la energía que desprenden nuestras miradas interconectadas.
—Creo que un turbante con plumas me quedaría de maravilla —asegura sacándome una ligera carcajada. Dando inicio a una larga charla plagada de valiosas cosas insustanciales, que nos distraen de tal modo que las horas pasan como segundos a nuestro alrededor. Entonces tras intercambiar los teléfonos para grabar el número del otro, nos embarcamos en un duelo brutal y decisivo…
—Oh vamos, es una película horrible —digo entre risas, prefiriendo ser sincera a pesar de saber que está dispuesto a luchar hasta las últimas consecuencias.
—Es un clásico, pensé que tú mejor que nadie sabrías apreciarlo —contraataca con sutileza tal y como cabe de esperar en él.
—Solo porque intentes halagarme no voy a cambiar de opinión —advierto socarrona, fluyendo con el talante desenfadado de la conversación. Cuando un golpe en la entrada del local llama mi atención, un colérico Ethan examina el lugar hasta que nuestras miradas se cruzan y tengo la certeza de que está mágica noche ha llegado a su fin.




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