Abandono el dulce sueño sin advertir en un inicio el culpable de mi desvelo, hasta que unos ruidos en el piso de abajo me obligan a reaccionar. Poniéndome en pie de inmediato valoro brevemente la situación a través de la nube de somnolencia que aún emborrona mi juicio. Entonces comprendo que a pesar de las muchas razones que tengo para salir huyendo he de sobreponerme y encontrar una solución lógica. Bajo dicha premisa busco en la habitación algo con lo que defenderme, consciente de que cuando he llegado Mark no estaba en casa, pero los estruendos que continúo escuchando no pueden pertenecerle.
Rauda me hago con la lámpara de la mesilla tras valorar que es lo único suficientemente compacto a fin de resultar una distracción para el enemigo. Hasta que logro distinguir como los ruidos son acompañados por un coro de voces, que resultan inconexas en un inicio, entonces una voz que reconocería en cualquier situación sobresale motivándome a abandonar mi quietud.
Ante la desesperada urgencia que desprende, salgo corriendo dejándolo todo atrás y encuentro una desapacible escena al alcanzar la planta baja. Paralizada contempló como Ethan y Erika sujetan a un lesionado Ricky, cuyo hombro no solo está totalmente desencajado, sino que parece haber recibido el impacto de algún arma contundente dejando la extremidad al borde de la amputación. Advierto que la sangre mana casi a ríos por su cuerpo recordándome una escena del pasado igual de impactante, pero despierto al ser milagrosamente consciente de la verdadera situación que tenemos entre manos.
—Llevadlo al despacho —ordenó sorprendida ante la autoridad que desprendo, pero sé que la gravedad de la lesión requiere de rapidez a fin de evitar una desgracia. O al menos eso es lo que haría si se tratara de un humano—. ¿Qué ha pasado? —preguntó mientras abro las puertas correderas y me adelanto desembarazando de un manotazo todos los objetos encima de la mesa, disponiéndola para Ricky.
—Me dijo que podía encargarse solo de un demonio y mira lo que pasó —responde Ethan brevemente, colocando al joven sobre la superficie, quien a pesar de la suavidad por parte de sus hermanos no puede contener un grito de dolor.
—Podía con él —responde con voz entrecortada. Mientras el sudor que cubre su piel me hace sospechar que está ardiendo en fiebre, además de la extrema palidez por la pérdida de sangre.
—Ya se ve —adiciona Ethan con cierta rabia. Aunque calla sabiendo que su hermano no se encuentra en condiciones de recibir el sermón, que si todo salé bien, planea impartirle.
—Tenemos que llamar a Mark —sentenció consciente de que ninguno de nosotros podemos hacer más por él.
—Está en camino —asegura Ethan contemplando a Ricky con el rostro compungido, sin dejar de apretar ni un segundo su hombro en un infructuoso intento por detener la hemorragia. A la vez que Erika al borde de las lágrimas se sitúa más cerca tomando su mano, haciendo con ello que su mellizo le acaricié la mejilla con la esperanza de consolarla.
—¿Cómo habéis entrado? —pregunto percatándome por primera vez de que la puerta está cerrada, mientras tomo un cojín de uno de los sofás y lo colocó debajo de la cabeza de Ricky. Observó cómo a pesar de haber escuchado mi pregunta, ninguno quiere responderme debido a alguno de sus misteriosos secretos, pero en pro de la situación me detengo antes de iniciar una pelea.
—Me pondré bien —asegura Ricky, a medida que despegó los cabellos recubiertos de sangre y sudor de su frente, esperando reconfortarlo de algún modo—. Sabes, el otro está mucho peor que yo —asegura, sin abandonar su humor ni siquiera en este instante. Desvelando una parte más profunda de él, la de un joven dispuesto a sufrir hasta lo indecible por las personas que ama y que en lugar de alardear de ello como otros harían, prefiere esconderlo detrás de un aspecto llamativo y una actitud díscola.
Sin saber de qué manera responder a su generosidad, ofrezco una de mis mejores sonrisas, mientras que la preocupación y el miedo nos consumen lentamente en nuestra espera por Mark.
—¡Chicos! —exclama esté unos minutos después desde el recibidor, apareciendo de la nada y advirtiendo sagaz nuestra presencia en el despacho. Presos de la desesperación hemos puesto unas compresas frías en la frente de Ricky, mientras que Ethan gracias a su fuerza, logró moverlo para quitarle los restos de ropa adheridos a la herida.
—Jessica, necesito que traigas unas toallas limpias, sábanas, alcohol y agua caliente en un balde —dice tomando el control, mientras remanga los puños de su camisa blanca preparado para examinar al herido.
Corriendo como alma que lleva el diablo reúno todo y cuando vuelvo, dispone cada uno de los utensilios quirúrgicos que extrae de su maletín en una de las sabanas, preparándolos para esterilizarlos. Mientras Erika y Ethan se inclinan protectores sobre su hermano, necesitando instintivamente cuidar de él.
—Tenéis que salir todos de aquí —ordena Mark a punto de comenzar con las curas, acomodando además de las herramientas anteriores, un cúmulo de extrañas hierbas y ungüentos que jamás he visto.
—No pienso dejarlo —decreta Ethan compartiendo una decisión que le resulta inamovible mientras se aferra aún más a Ricky, quien yace inconsciente preso del dolor.
—No podemos hacer nada —súplica Erika, buscando la forma de hacerle entrar en razón a pesar de su debilidad.
—No me importa, no voy a irme —persiste, aunque ablandándose al ver el rostro de su amada hermana bañado en lágrimas.
—Ethan, si nos quedamos solo vamos a molestar a Mark. Confías en él y sabes que no dejará que le pase nada malo —explicó con toda la tranquilidad que soy capaz de reunir, situándome estratégicamente ante él, buscando cortar la vigilancia perpetua que mantiene sobre su camarada.
—¡De acuerdo! —ruge saliendo a trompicones de la habitación.
Tomando a Erika por los hombros la acompañó hasta el salón a la espera de cualquier nueva información. En el transcurso de las horas un silencio sepulcral se apodera de la casa, salvo por alguna llamada de Mark para surtirle con un nuevo enser. Y a pesar de tener la oportunidad, no me atrevo a pasar más allá de la puerta, ni a preguntar sobre el estado del joven. Erika recostada en mis rodillas acaba cediendo a la presión cayendo dormida entre un mar de lágrimas y Ethan por su parte, pasa el tiempo caminando a nuestro alrededor o deteniéndose a contemplar la oscuridad de la noche a través de la ventana.
En una de estas, mientras cubro a Erika con una manta, lo encuentro observándome fijamente con una expresión velada. Prestando atención advierto una brecha en su ceja situada cerca de su ojo, así que me levanto intentando no despertar a Erika.
—Déjame ver eso —pido girándole con suavidad el rostro, queriendo obtener una mejor visión de la herida, llena de seguridad al ver lo mucho que ha permitido que me acerque.
—Estoy bien —sentencia arisco apartándose de mi toque.
—Solo quiero ayudarte —aseguro irritada ante su comportamiento, el cual estoy cansada de justificar.
—De acuerdo —concede después de que un millar de pensamientos circulen por su mente, terminando en una poderosa determinación.
—Vamos al baño de arriba.
Ya en el aseo, le pido que tome asiento al borde de la bañera mientras trasteo en los armarios en busca de lo que necesito.
—Sabes que esto se curará en un par de horas ¿Verdad? —pregunta con evidente curiosidad, como si no comprendiera el motivo de mis acciones.
—Lo sé, pero al menos quiero limpiarla —respondo escueta, pensando que la triste realidad es que mientras él me rehúye, yo no puedo soportar verlo sangrar sin hacer nada.
Vierto un poco de alcohol en un algodón y comienzo a desinfectar la herida, dejándome llevar por mis pensamientos ante la comodidad que refleja. De hecho por un segundo planteo pedirle que se cambie al ver su camisa rasgada y manchada con la sangre de su hermano, hasta que la sola idea de soportar su ser semidesnudo me obliga a mantener la boca cerrada. Trayendo consigo el recuerdo de lo sucedido en la guarida está tarde.
—Tus alas son hermosas —confieso en un susurro, incapaz de esconder el rubor que al instante tiñe mis mejillas.
—Solo son blancas —dice restándole importancia, agradeciendo que disimule su sorpresa inicial ante mi atrevimiento.
—¿Hay de otros tipos? —pregunto pensando en que después del tiempo que llevamos peleados esta es la primera vez que nos detenemos a hablar y aunque no sea para aclarar nada, me alegraría que fuera una premisa a fin de no retornar a nuestra ignorancia mutua.
—Las alas de un ángel distinguen su rango en la raza. Los cargos más altos ostentan unas doradas. Las del guardián, quien es el encargado de la defensa de Anfor, están recubiertas de acero. Y en los elegidos, son blancas con plumas doradas —explica dando la apariencia de que tampoco desea regresar a su frialdad, al menos por ahora.
—¿Los demonios también las tienen? —cuestiono siendo aún difícil vocalizar el utópico término.
—Sí, las suyas lucen como las alas de un murciélago, en los demonios más viejos suelen estar ajadas hasta casi no poder volar. Pero no las muestran ni siquiera cuando combaten, pues temen que se las arranquemos y eso les vetaría la entrada a su propio mundo —explica con repugnancia, disfrutando de entablar una conversación conmigo, pero prefiere cambiar de tema—. En nosotros aparecen desde que tenemos cuatro años y está prohibido lucirlas fuera de la guarida, a no ser que nos encontremos en alguna misión. Además existen miles de leyes a tener en cuenta.
—¿Cómo cuáles?
—La más importante de todas es que los humanos jamás deben siquiera sospechar de la veracidad de su realidad —alecciona dejando claro con su profunda mirada la importancia de dichas normas—. Y por supuesto, nuestro lema «Mundos y seres se abren camino bajo una misma luz y la protección de una noble raza. Honrar…».
—Vigilar y proteger —continuo interrumpiéndole al recordar que ya la he oído antes, aunque en un momento en el que desconocía su relevancia.
—Aprendes rápido —asegura con una pequeña sonrisa en la que intuyo cierto deje de orgullo—. No logro comprenderte, hace no mucho estabas enfadada por el humano y ahora estás aquí curando mis heridas —confiesa tras varios minutos en los que se mantiene contemplándome pensativo.
—El hecho de que te comportarás como un asno, no significa que no me importes —aclaro necesitando mostrar que a pesar de mis propios errores o de lo que siento por él, no voy a pasar por alto su actitud de aquella noche.
—Mark me ha dicho que prometiste alejarte de él —confiesa con reticencia, previendo la obvia respuesta que tendré ante su insinuación.
—¿Eso es lo que de verdad quieres saber? —cuestiono enfadada, alejándome y olvidando la razón inicial por la que nos encontramos aquí—. Pues para tu tranquilidad, tengo intención de ser fiel a mi palabra.
—Él no te merece, solo quiere una chica con la que pasar el rato y luego olvidarse, como todos los humanos.
—¿Y en qué lugar me deja ese comentario? —recrimino exhibiendo la manera en que dentro de su inconsciencia, llega a herirme profundamente—. Aunque en realidad nada de esto te incumbe.
—Por supuesto que lo hace —sentencia levantándose hasta encontrarnos cara a cara, dando la apariencia de estar a punto de estallar sin embargo yo estoy a su mismo nivel de tensión.
—¿Por qué Mark té pidió que me vigilaras? ¿Por haber tenido que ir en mi busca? —espeto sabiendo que soy injusta, pero necesito devolverle algo del dolor que me ha provocado.
—¡No! Porque somos destinados Jessica —reclama con decisión y un tono profundo, sumiéndome en un mutismo absoluto que solo deja espacio a la confusión—. No quería que lo supieras así —asegura arrepentido, sustituyendo su expresión aliviada por una llena de pesar.
—¿Qué significa eso? —preguntó con voz temblorosa.
—Para asegurar la raza, cuando la luz creó a los ángeles estableció un vínculo irrompible entre ellos. Va más allá de un simple enamoramiento, es algo que se gesta desde el instante en que somos concebidos y si el destino decide unir nuestros caminos, estamos condenados a enamorarnos —explica mostrándome una parte tremendamente frágil de sí mismo—. Puede que ahora no lo comprendas, pero piensa en nosotros, en lo que sé que ambos sentimos. La atracción, la confianza, esa necesidad de protegernos… Nacimos para compartir la vida juntos.
—¿Así que en todo este tiempo jamás he tenido una oportunidad? —pregunto siendo yo quien esta vez no piensa en cómo mis palabras pueden afectarle, y desbordada comienzo a alejarme hacia la puerta.
—Jessica yo daría mi vida por ti y la razón por la que te he ocultado esto es porque necesitaba hablarlo contigo tranquilamente —explica desesperado, pero por desgracia, a pesar de que hayo cierta lógica con respecto a nuestra supuesta unión, es demasiado para procesarlo—. Esa era mi idea, hasta que el humano se ha metido de por medio y ahora tengo la sensación de haberlo arruinado todo —añade con despiadada inquina al mencionar a Brian, aun siendo testigo del horrendo resultado que ha obtenido dejándose llevar por los celos. Ahora comprendo que ese fue el verdadero motivo de su rabia, el verme acompañada de otro joven cuando se supone que solo debo desear estar con él.
—Necesito pensar en esto y hasta que tenga algo en claro te pido que no volvamos a hablar de ello —suplico destrozada al observar que a medida que abandonó el baño, vuelve a sentarse al borde de la bañera pero esta vez mesando sus cabellos con desesperación, visiblemente afectado por lo ocurrido.
Bajo las escaleras con lentitud acomodándome de nuevo al lado de una adormecida Erika, y lloro mientras intento comprender cómo puede habernos sucedido esto. Ethan queriendo respetar mi espacio o quizás incapaz de encontrarse conmigo, no baja hasta pasadas varias horas y para cuando lo hace, se sienta en el lado opuesto del comedor con actitud impávida. Dolida me cuestiono todo lo que pude haber hecho para mejorar la situación y sé que en su mente se debaten las mismas dudas. Pero todo se detiene cuando la puerta del despacho se abre recordándonos nuestras prioridades.
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Editado: 19.02.2021