—Hola, Dominik —le saludó sin asimilar por completo que el personaje recurrente de mis pesadillas, y la principal influencia de cada uno de los pasos que he dado hasta el momento se halla al fin ante mí.
A pesar de la repugnancia que me produce es innegable el lazo sanguíneo que nos une, aunque dentro de este huracán de emociones es imposible encontrar la clase de sentimientos que cualquier hijo profiere hacia su progenitor. Siento un odio inquebrantable, a tal extremo que mi cuerpo tiembla y he de cerrar las manos en firmes puños para mantener la entereza de no alzarme en guerra contra este monstruo. Pero lo peor es la frustración de no poder vengar a toda la gente inocente que sus manos o su afilado intelecto habrán aniquilado, en ocasiones por simple diversión. Sin embargo empleo la fe en mi cometido para camuflar esta rabia con la misma frialdad que hallo en sus rasgos, poco dispuesta a darle alguna ventaja, ya que es la única manera de sobrevivir.
—Jessica es un placer reencontrarnos, por favor acércate, estoy deseoso de charlar contigo —ofrece de un modo extremadamente educado e incluso con un tono ligero, dando la impresión de que un hombre así jamás podría haber cometido ninguna de las atrocidades que se le acusan. Sin embargo rascando sobre su impoluto disfraz, puedo apreciar una sonrisa petulante, una clara actitud de superioridad e inclusive lo mucho que le molesta mi desconfianza.
Quizás porque tras sus órdenes aún me mantengo inmóvil, pero parece que una parte de mí ser continua dispuesta a pelear por la supervivencia. Antes de que Ethan se cruzara en el camino, tenía claro que respetaría el precio a pagar con tal de liberar a Elizabeth de esta inmundicia, del mismo modo que brindaría gustosa mi vida por la de Mark, cualquiera de los Black e incluso Brian. La muerte ha sido un acompañante desde aquel primer encuentro con Angelique en Central Park, por lo que aceptarla resulta liberador, más si tengo el honor de morir por alguien a quien amo.
Aun así la idea de ellos teniendo que ahogar la pena por mi perdida para alzarse en guerra contra Dominik me parte el corazón de tal forma, que intentaré hacer todo lo posible por salir de aquí con vida y junto con la joven humana. Por ende me acerco con prudencia al líder de los demonios, tomando un lugar a su lado en la barandilla.
—¿Por qué consideras esto como un reencuentro? —pregunto sin dejarme intimidar por la tenebrosa profundidad de su mirada y tras ser consciente que desde mi perspectiva, esta es la primera vez que nos encontramos cara a cara.
—Creí que te percataste de mi presencia aquella noche en casa de tu tío —responde cortándome el aliento durante unos instantes ante su repentina sinceridad o debería de decir, desfachatez.
—No lo niegas —afirmó incrédula, sabiendo que aquello demuestra que fue él quien dibujó el símbolo en la ventana. El mismo que aparece en el libro de las sombras y que grabaron en la muñeca de mi madre.
—Hacerlo sería insultar a tu inteligencia y no es eso para lo que te he llamado —responde prepotente y bajo esa inquebrantable serenidad con la que consigue desquiciarme aún más a cada segundo. Luciendo ajeno a todo a medida que disfruta del espectáculo en la jaula, donde de los cuatro demonios ya quedan tan solo dos—. Bienvenida a la fosa —dice como si me presentara su cálido hogar, esforzándose por convencerme de que no hay cabida para la mentira o la manipulación en él, solo la apariencia de un padre forzosamente distanciado de su progenie.
—¿Qué es este lugar? —pregunto escrutando el espacio con mayor detenimiento, antes de volver a prestarle atención al recaer en que no existe posibilidad de escapar sin su expreso indulto.
—Aquí mis mejores guerreros combaten a muerte buscando acrecentar su ego, su liderazgo frente a los demás y por supuesto entretenerme —comenta con cierta burla ante los evidentes esfuerzos de estos demonios por obtener su admiración. Cuando el único modo de atraer el interés de alguien tan vil es tener algo que necesite o ser de utilidad para alcanzar sus planes, lo que yo sé bien.
—¿Dónde está Elizabeth? —digo dudando de cuanto tiempo más podré continuar fingiendo que no existe problema alguno entre nosotros. Sobre todo cuando la idea de empujarlo por la barandilla para ver como sus sesos se desparraman por el piso de hormigón de la planta baja, resulta cada vez más tentadora.
—La verás a su debido momento —responde escueto, a medida que su expresión se ensombrece por primera vez, pero de manera premeditada, buscando dejar en claro que él tiene el poder y por ello marcará el orden de los acontecimientos.
—¿Ella está bien? —reitero adoptando una pose de ligera sumisión, pensando solo en el bienestar de la joven.
—Bueno… —medita con sorna, dando la apariencia de estar a punto de conceder el desahogo que tanto necesito, cuando en realidad sé que planea obligarme a continuar soportando la incertidumbre de no saber en qué condiciones se encuentra—. No tengo intención de comenzar una disputa contigo. Eres mi hija y aunque me hayan arrebatado la oportunidad de conocerte, busco mejorar nuestra relación para el futuro —asegura escondiendo su absoluta falta de empatía bajo un sucio manto de amor paternofilial.
—¡Basta Dominik! —exijo con una fuerza que yo misma desconozco, pero estoy superada por su falsedad y sus mentiras.
—¿A qué te refieres? —pregunta con fingida ignorancia, alzando la esquina de sus finos labios dando lugar a una sonrisa maliciosa, la cual deja entrever el auténtico placer que le genera mi pasional reacción.
—Mataste a mi madre, he estado a punto de morir a manos de tus esbirros, asesinaste a esa pobre familia solo por torturarme… Tú no puedes amar a nadie más que a ti mismo ¿Crees que no conozco tu historia? —reclamó a sabiendas de que jamás se arrepentirá de sus pecados, pero al menos podré liberar parte de la ira que llevo guardando por tanto tiempo.
—Esas son palabras muy duras Jessica, pero supongo que no podía esperar otra cosa. Te han llenado la cabeza de historias sobre mí cuando la realidad es que Julianne nos separó, nunca me dijo que estaba embarazada y lo que es peor, te ha engañado desde que eras un bebé —responde manteniendo la compostura y usando la oportunidad para posicionarme en contra de mi madre, algo del todo inútil—. Dime ¿Cómo puede una madre hacer sufrir así a su hija? —cuestiona rastrero.
—Lo único que hizo fue protegerme de un monstruo —sentenció advirtiendo cómo esta situación es solo otro de sus divertimentos. Y aunque rebelarme contra la persona que tiene mis esperanzas entre sus maliciosas zarpas no es la mejor opción, soy incapaz de aguantar impasible ante tan infame teatro—. Ahora entiendo que no la amaste en realidad, quizás te atrajo por alguna sórdida razón, pero lo único que siempre has deseado sobre todas las cosas es el poder. Por eso te convertiste en un traidor, lideraste una revolución y corrompiste tu alma… Para deslumbrar a la oscuridad —escupo dejando patente la aversión que me produce, no solo por el daño que ha hecho, si no por haber cometido tales actos para alabar a una fuerza que jamás le devolverá todo lo que él ha entregado para contentarla.
—El mundo no es siempre blanco o negro. Yo adoré a Jules, ella era lo único que me importaba hasta que no comprendió mis verdaderas necesidades y entonces solo la oscuridad me dio respuestas —responde con un extraño brillo en la mirada bajo el que por un segundo creo estar hablando con el serafín que una vez fue. Como si solo hubiera sido un ángel incapaz de encontrar un lugar entre los suyos y en su soledad, hallo algo más grande que él mismo que acabó por consumirle—. Pero cuando la encontré viva hace unos meses, habiendo creído que estaba muerta durante todos estos años y junto a mi propia hija ¿Cómo no iba a odiarla? —asegura rompiendo con el magnetismo de sus anteriores palabras y recuerdo que he de continuar en guardia, consciente en todo momento de que él es mi peor enemigo.
—Tú la mataste —sentencio casi sin voz, incapaz de fingir que este tema no me afecta, incluso a pesar de conocer desde hace tiempo las fundadas sospechas sobre su culpabilidad.
—Ella me engañó y te alejo de mí, solo recibió el castigo correspondiente por sus actos —responde despertando en mí una cólera desenfrenada, al ser testigo de con qué simplicidad resume el acto con el que me arruino la vida.
—¡Dilo! Quiero que lo digas —exijo alzando la voz, sin importarme las miradas asesinas que me dirigen los demonios que nos rodean al tener que soportar semejante insolencia para con su señor. Pero no puedo contenerlo cuando con su manera de ignorar mi anterior afirmación, como si habláramos de algo melifluo, ha despertado una bestia que hasta el momento dormitaba tranquila en lo más profundo de mi ser.
—Yo asesiné a Julianne —afirma sin ningún remordimiento, como si mi pobre madre solo hubiera representado una espina en su costado que debía arrancar cuanto antes.
Por un momento creo que seré incapaz de continuar tras su confesión, pero la adrenalina alimenta mi sistema motivándome a obtener más respuestas que me brinden una ventaja sobre el enemigo. Así los gritos de auxilio de mi madre se convertirán pronto en los alaridos desesperados de Dominik suplicando piedad. Es mi derecho, al parecer mi destino y por primera vez estoy orgullosa de poder ejecutarlo.
—¿Quién te dijo dónde estábamos? —pregunto con un deje amenazador, meditando en que si Dominik fue su ejecutor el desgraciado que lo llevó hasta nosotras también tiene un lugar reservado en mi lista negra.
—Alguien de confianza. Tu tío no es tan sagaz como cree y la oscuridad siempre encuentra la manera de conseguir lo que quiere —menciona dedicándome una mirada llena de significado, que sumida en mi propio huracán de emociones, no logró identificar correctamente—. Ninguno de ellos es suficiente para ti, solo frenan tu potencial —confiesa derramando toda la bilis que aún reserva, dispuesto a desquiciarme. En estos momentos me gustaría carecer de alma igual que él, ya que estoy perdiendo esta íntima batalla entre lo que deseo y lo que considero correcto.
—Tú fuiste quien dibujó ese símbolo en su muñeca y en mi ventana aquella noche, ¿Qué significa? —pregunto tratando de encaminar la conversación hacia algo que realmente me beneficie. Confiando en que la ingenuidad que me atribuye sea suficiente para averiguar más sobre sus planes.
—Ahora tú escupes encima de mi intelecto ¿Crees que tan solo porque Anfor nos es vetado no tengo idea de lo que sucede allí? —responde tras una sonora carcajada, demostrando que el mal tiene ojos y oídos en todas partes—. Yo mismo encerré el libro de las sombras en esa cámara y solo mi sangre hubiera podido abrirla. Las similitudes entre nosotros nunca dejan de fascinarme —añade pensativo, ayudándome a comprender por qué la compuerta se abrió de aquella forma, pues al mancharse con la sangre que manaba de mis heridas debió de confundirme con él.
—Tú y yo no tenemos nada que ver.
—No soporto ver tanto odio en tu mirada, por eso sabiendo el apego que tienes por esa joven humana y a pesar de poner en riesgo mis planes, he tomado la decisión de entregártela —dice adoptando un tono más meloso. Evidenciando que no teme lo que pueda hacer con el pleno conocimiento de que mi idea sobre el ritual de liberación no es errada en lo absoluto.
—Cuanto amor… —alegó adoptando su mismo tono burlón, sin dejarme llevar por la desesperación de tener a Elizabeth junto a mí.
—Tus hazañas son alabadas incluso en Elis, los ángeles son una raza muy comunicativa. Solo busco premiar tus buenos actos y mostrar que tienes en mí a un aliado —menciona con una inquietante mirada cargada de orgullo, además de lo irrisorio que resulta el planteamiento de que seamos cómplices.
—¿Por qué haces todo esto?
—No podía acercarme a ti sin que un conflicto estallara, pero siempre he estado cerca y te he enseñado más de lo que jamás podrás llegar a imaginar —responde mostrando por primera vez algo de sinceridad en sus palabras, pues en ellas se deja ver lo meticuloso y calculador que es. Convirtiéndose en un enemigo que actúa movido por su sagaz inteligencia, en un juego en donde todos somos fichas que disfruta posicionando en el área del tablero que más le conviene—. La impaciencia es un defecto propio de los idiotas, pero con cada una de mis intervenciones te he moldeado con tal perfección que al fin eres una digna hija mía —alaba luciendo tan pagado de sí mismo que tengo ganas de vomitar.
—Me repugnas —escupo imaginando cuán enferma ha de estar su mente como para pensar que el acoso y la persecución que impuso sobre mí desde que vine a Manhattan me ha beneficiado de algún modo.
—La única diferencia que hay entre tú y yo, es que yo no oculto lo que soy. En cambio tú, necesitas recordarte cada mañana que eres una buena persona para no perder la cabeza —dice adoptando un tono más fiero, como si sus palabras no estuvieran preñadas de simple honestidad, sino de la verdad más absoluta—. Ellos se ocultan tras buenas palabras, tras una absurda jerarquía que lo que busca es controlarte para que no resultes un problema. Luchan por una raza inferior asegurando que eso es lo correcto, cuando lo que realmente piden es que soportemos su mediocridad siendo superiores —continúa con mayor convicción. Proyectando el odio y la sed de venganza que sigue arraigando no solo hacia el arcángel Miguel y la raza angelical, sino a la propia humanidad.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —pregunto a pesar de que la respuesta que obtendré no será más que una sarta de mentiras.
—Deseo compartir algo contigo —confiesa sorprendiéndome ante la posibilidad de una aparente revelación, por la que su expresión hosca se torna sonriente—. Estoy seguro de que el arcángel habrá hecho un buen trabajo hablándote de la profecía, al menos la parte de ella que conoce —menciona con sutileza.
—¿A qué te refieres? —cuestiono temerosa de estar siendo atrapada entre sus redes.
—Tras asediar la aldea de las brujas blancas hace miles de años, encontramos una cueva en la que escondían unas tablas de piedra con un contenido bastante especial. La realidad es que para cuando los ángeles llegaron y dieron con ellas, solo encontraron lo que yo quise que vieran —relata sin un ápice de lástima al rememorar lo que hizo a una raza que seguramente antes de su llegada, vivía en tranquila armonía. Pero lo que de verdad me eriza la piel es el gesto que hace a uno de los demonios, quien reaparece instantes después cargando un enorme cofre que deposita ante nosotros—. Pues siempre he tenido en mi poder la otra parte de la profecía. Puede que no comprendas estas runas, pero los ángeles tienen la habilidad de interpretar todas las lenguas, date un instante —alecciona cuando el cofre es abierto desvelando dos enormes tabloides de roca negra, cuyas inscripciones me resultan ilegibles al comienzo. Hasta que como él ha advertido, acaban tomando forma y generando un texto que hiela mi sangre.
De algún modo por mucho que lo odie, las cosas parecen tomar sentido. El relato me representa como la condena de las razas y no su salvadora, todo por una oscuridad que poseo incluso antes de nacer. Por eso la lúgubre esencia de la biblioteca me atrajo de tal manera, por eso puedo reconocer cuando un demonio anda cerca con tanta intensidad, y esa es la razón por la que Dominik ha escogido mantenerme con vida. Pues si lo que este objeto describe es real, yo soy su mejor arma en contra de la luz.
—No caeré en tu engaño —dictaminó negándome a reconocer algo sobre lo que existen demasiados antecedentes, pero viniendo de él, no puedo ser tan necia como para creer fielmente en su palabra.
—Mi sangre corre por tus venas y gracias a ello la oscuridad yace en tu interior —asegura con satisfacción al ver que hemos acabado en el mismo punto, y es que él siempre irá un paso por delante.
—Por eso no me has matado —le acusó, liberando la ansiedad y los nervios de ver cómo de nuevo todas las convicciones que tenía no han servido en lo absoluto, pues nada podrá arrancar este mal de mi interior.
—Jamás te haría daño —asegura como si no acabara de condenarme.
—¿Y los ataques? ¿Angelique? ¿Ese demonio en la feria? —cuestiono rauda, meditando sobre todas las veces que me he encontrado con alguno de sus esbirros.
—Angelique fue castigada por su insubordinación —confiesa con un tono sombrío que advierte cuán cruel tuvo que haber sido dicho correctivo. Entonces recuerdo las palabras de Ethan, sobre que los celos pudieron ser lo que la llevó a atacarme, incluso en contra de las órdenes de Dominik. Así que queda claro que la pelirroja no me odia por ser un ángel, sino porque teniendo en cuenta la profecía, teme que pueda robarle el puesto al lado de su amado señor—. Y en lo que respecta a aquella tarde en la feria, solo deseaba adelantar nuestro encuentro, pero por supuesto no dejaste que aquel inútil te atrapara.
La sala parece dar vueltas sin control, mientras las barreras de confianza en mí misma que me han ayudado a crear las personas que más quiero son derribadas. Pero lo peor es que desconozco que hay detrás de ese afecto y aquí nace el temor a que en esta reunión Dominik no solo haya desvelado una tenebrosa parte de mí, sino que además la pueda haber avivado.
—Confías en un líder débil, en tu tío que carga con Evone una historia de amor fracasada, en los Black que se creen la voz de la verdad cuando entre ellos también hay una gran deshonra —continúa en pie de guerra, sin darme ni un segundo para meditar sobre la situación o calmar mis emociones—. A mi lado tendrás todo lo que deseas, poder, un líder que arriesga todo por lo que cree, incluso a ese muchacho… ¿Brian? —ofrece sin saber lo poco que me interesan sus promesas vacías. Al menos hasta que su nombre sale a relucir y comienzo a verlo todo bajo un alarmante velo rojizo, producto de la rabia asesina que se apodera de mí.
—Puede que hayas calculado tu plan con todo lujo de detalles, pero vigilaré día y noche si es necesario con tal de impedirte abrir Bakal —juro con fiereza incapaz de advertir las posibles repercusiones de mis palabras—. No vas a conseguirlo, igual que no voy a caer en la oscuridad —aseveró a medida que su expresión se torna seria, aunque lejos de arrepentirme solo siento una gran satisfacción al lograr romper de una vez su perfecta máscara.
—Ya lo has hecho —contraataca conociéndome lo suficiente como para saber que ha dirigido su venenosa flecha justo donde más duele.
—Ahora me necesitas y no solo porque posea el libro de las sombras, esa profecía habla de un reino de oscuridad bajo mi liderazgo. No eres nada sin mí —le recrimino aun sabiendo que poner en duda su poder es casi una sentencia de muerte, pero menos dispuesta que nunca a continuar temiéndole—. Exijo ver a Elizabeth.
—¿Dónde han quedado tus modales? —pregunta escondiendo detrás de sus buenas maneras la enorme irritación que le ha producido mi orden—. Mejor hablemos de lo que serías capaz de hacer por llevarte contigo a la chica —añade socarrón, recordándome de manera disimulada que la vida de Elizabeth aún pende de un hilo, el cual puede ser cortado si continuo con mi descortesía.
—Pensaba que la entregarías libremente —comentó haciendo alusión a sus propias palabras.
—La caridad es solo egoísmo disfrazado. Ya que pareces dispuesta a enfrentarte a mí, veamos si eres tan fuerte como proclamas —asegura con malicia, queriendo hacerme creer que esta repentina reticencia de entregarme a la chica se debe al hecho de haber despertado su furia. Cuando lo más probable es que todo estuviera pensado desde un inicio, así que en realidad se ha dedicado a jugar con mis esperanzas.
—¿Qué pretendes? —preguntó harta de este absurdo tira y afloja.
—Quizás después de esto aprendas a comportarte como corresponde —amenaza eludiendo mi pregunta y acercándose para poder susurrármelo al oído, produciendo que un duro escalofrío me recorra como una advertencia de lo que se avecina.
De repente tras un melifluo movimiento de su mano dos fornidos demonios me inmovilizan y comienzan a arrastrarme hacia el nivel inferior, donde la marabunta de seres que allí se encuentra detienen cualquier interés en sus actividades para dirigirme una mirada asesina. Previendo cuál será el precio a pagar por Elizabeth refreno la necesidad de resistirme, y continuó andando a medida que trastabilló entre las infames criaturas que se agolpan como perros deseosos de lanzarse a la yugular ante la llegada de un intruso a su territorio.
Aunque por suerte los demonios que me acompañan dispersan un poco a la multitud, no como un gesto de cortesía, sino por la simple desesperación de alejar el ansia que reflejan sus expresiones. Mientras la puerta de la jaula es abierta cuestiono si de verdad Dominik permitirá que alguien me mate solo por el placer de un buen espectáculo, pero algo evidente es que el reducido espacio constituirá un antes y un después.
Con un fuerte empujón que a punto estuvo de hacerme caer, me sitúo en medio de la jaula. Manchas de sangre seca cubren el suelo de cemento mientras que los anchos barrotes de metal algo oxidados se ven deformados, probablemente tras verse obligados a soportar el impacto de algún pesado cuerpo. Pero lo que más destaca es la inconfundible esencia de la muerte que se ciñe asfixiante sobre mí. Temo lo que vaya a suceder y lo que seré capaz de hacer con tal de salir victoriosa.
Existe la posibilidad de que ni siquiera después de aniquilar a mi oponente Dominik tenga la decencia de entregarme a Elizabeth. Por ello la necesidad de comprobar que se halla aún con vida se torna tan imperiosa, que no medito en lo que presenciar un escenario como este puede significar para su delicada psique humana.
—Haré lo que quieras, pero antes tengo que verla —gritó empleando un tono duro que evidencia mi carácter. Entretanto él se prepara para la función recolocando su traje de vestir con actitud fría, hasta que detiene su escrutinio sobre la fosa para atenderme, dándose el lujo de actuar como todo un dios ante la única persona que jamás podrá controlar.
—Es lo justo —responde solícito, pero sin perder su trasfondo calculador, a medida que se gira hacia uno de los demonios quien acude raudo a hacer cumplir sus deseos. Tan solo un instante después aparece recorriendo la pasarela la joven que recuerdo se halla en sus dieciséis años, aunque incluso en la distancia es evidente cómo los horrores que ha experimentado han hecho mella en su belleza.
De la chica que vi en el cartel de «se busca», solo quedan rescoldos del júbilo y la inocencia que brillaba en su mirada. Ahora su rostro luce opacado por la pena y el miedo, junto con los evidentes cardenales que marcan su piel, muestra del maltrato dispensado por sus torturadores. Sin perderla de vista como si así pudiera protegerla de cualquier mal, me contengo al ver que la fuerzan a situarse al lado de Dominik como un reluciente trofeo.
—Aquí está —alega sin concederle una mirada a la joven que se retuerce temblando presa del pánico—. Ninguno de mis demonios se opondrá a que la saques de aquí, siempre y cuando consigas vencer a tu enemigo —añade escueto, demasiado ansioso por ver la pelea a la cual da comienzo con un simple gesto.
Tras dirigir una última mirada a Elizabeth para embeberme de todos los motivos por los que he de superar esta difícil prueba, me centro en esquivar las iracundas zarpas que se cuelan a través de los barrotes buscando herirme. Hasta que de repente tanto su acoso, como sus violentas exclamaciones se detienen y mis pulsaciones se disparan, siendo curioso como por mucho que trato de controlarlo mi cuerpo se rebela ante el peligro. Pues de entre la marabunta de demonios se abre paso el segundo combatiente de la noche, quien altiva no esconde la satisfacción que siente por tener la oportunidad de enfrentarnos.
A medida que Angelique se cuela en la jaula portando sus habituales botas de tacón y un apretado corsé de cuero rojo, entiendo lo que ve Dominik en la pelirroja. Ya que más allá de la desatinada pasión que la lleva a cometer ciertos actos en contra de su amo, como el intentar matarme, es fascinante la milimétrica perfección que irradia. Una mujer hermosa, titánica, a la par que cruel y una herramienta ideal para generar el caos.
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Editado: 19.02.2021