La conocí en un día común, con el uniforme del colegio; al parecer tenía 9 años. Ella decía llamarse Dohue. Lo extraño no fue que supiera mi nombre, ni que me mirara como si me conociera. Lo extraño fue lo que dijo después: -Soy tu hija, pero aún no he nacido.
-Mamá, ya me voy -grité antes de abrir la puerta. La escuché decir: -Regresa con cuidado. -Antes de cerrar la puerta.
Ya era muy tarde; la entrada a la escuela era a las 7 a.m. y solo faltaban 10 minutos; tal vez llegaría 5 minutos tarde si no corría. Saludé al señor Kang, una persona mayor de 55 años que siempre estaba regando sus plantas a estas horas.
-Buenos días, señor Kang -dije haciendo una reverencia.
-Buenos días, Jimin -respondió saludándome.
Miré la hora en mi reloj que tenía en la muñeca como pulsera; ya marcaban las 6:55.
-¡Voy tarde, hasta luego, señor Kang! -grité.
Corrí por unas cuantas calles, pero estaba muy cansado; no había dormido nada anoche. Me detuve para tomar aire. Entonces escuché un bullicio: una niña estaba peleando con un señor. Ella le pedía que le regalara unas galletas de su tienda, pero el señor no quería. Me acerqué, aunque tenía los minutos contados.
-Señor, ya le dije que cuando encuentre a mis padres le pagaré -decía la niña.
-No puedo confiar en una niña; ¿sabes lo que cuesta traer a vender todo esto?
-No he comido nada desde que llegué aquí -se quejó la niña.
Por su uniforme pude ver que iba a la misma escuela que la mía, solo que en el nivel más pequeño.
-Seguro tu madre te envió algo de comer; estás bien vestida -se defendía el señor.
-Señor, puede darle lo que pide; yo se lo pagaré -dije.
El hombre negó con la cabeza y buscó las galletas. Aquella pequeña me miró y, al instante, sonrió.
-¿Eres hermano de esta niña? -dijo, entregándome el paquete de galletas.
Negué, saqué dinero de mis bolsillos y pagué.
-Si eres alguien cercano, deberías enseñarle a no contradecir a los mayores -murmuró, al parecer molesto.
Hice una reverencia y llevé a la niña un poco más alejada de la tienda; le entregué las galletas. Ella me miró y, al instante, me abrazó. Me tomó por sorpresa, pero acepté; era adorable.
-Pensé que no te encontraría -dijo. Yo me quedé inmóvil. ¿Acaso la conozco?
-Ahora solo tengo que encontrar a mamá y esto se solucionará.
¿Qué es lo que acaba de decir?
-¿Qué?
-Soy Dohue; tú eres Park Jimin, mi padre.-respondió ella.
Creo que me estoy volviendo loco. Esto me pasa por trasnochar. Me asusté y me alejé un poco.
-Creo que te estás confundiendo. Yo tengo 17 años; no puedo tener una hija -dije.
Es obvio que era imposible; ella debía tener unos ocho años. ¿Acaso se puede tener una hija a los 9? Ni siquiera he hecho... haaahh, ¿qué pienso?, golpe mi cabeza con las manos.
-Soy tu hija, pero aún no he nacido -respondió ella, tranquila-. Y en el futuro serás mi padre. -Sonrió.
Reí. Realmente, ¿me está jugando una broma, verdad?
-Espera, ¿dices que soy tu padre? -ella asintió-. ¿Me estás bromeando?
Por su expresión pude notar que no era broma. Eso era imposible.
-Tú eres mi papá.
-¡Ah, no digas eso! -le tapé la boca; había personas pasando por ahí, podían escuchar-. Mira, ahora tengo que ir a la misma escuela que tú y ya voy 5 minutos tarde. Tú debes entrar ahora también. Olvidaré esto. Tú tienes tus padres; ellos te enviaron a este colegio; estás confundida. -Dicho esto me di la vuelta.
-¡Papá! -gritó.
No sé por qué mi corazón se hizo pequeño al escuchar eso; me dolía. Noté cómo algunas personas que pasaban por ahí me miraban, ¿mal?, así que volteé y vi que la niña estaba llorando. Me acerqué de inmediato.
-No, no, no. ¿Por qué lloras? -dije inclinándome hasta su altura. Ahora que lo noto, no traía nada; ni siquiera su mochila. Esto ya es raro.
-Porque no me crees -respondió, limpiándose las lágrimas-. Me prometiste que me creerías.