No fui a la escuela; al final me quedé sentado a su lado en un parque.
—A ver si te entendí —dije, incrédulo—. ¿Tú dices que soy tu papá, pero por alguna extraña razón dejaste de existir en el futuro? —Ella asintió—. ¿Y que tu yo, o sea Dohue mayor, te dijo que tenías que venir donde estoy yo y reunirte con tu madre?
—Entendiste algo almenos, papá —respondió.
—No me digas así; me siento raro —dije con voz pesada; aquello me ponía los pelos de punta.
Ella frunció el ceño, enojada aunque con una ternura infantil. —Eres mi papá —dijo, aferrándose a la idea.
—No sé por qué hablo con una niña; tu mentalidad es demasiado madura, para ser una niña—murmuré—. ¿Cómo puede una niña de ocho años pensar así? Mi hermana de la misma edad habla como si tuviera seis.
—Será porque tengo el cuerpo de una niña, pero la mentalidad de alguien mayor —contestó—. Eso lo saqué de mamá.
Debería sentirme ofendido, pensé. En primer lugar, ¿por qué estoy creyendo esto?
—Algo está mal contigo, Dohue. Debes ir a casa; tus padres estarán preocupados —dije, riendo nervioso; la situación era rara—. Yo iré a la mía.
—Tú eres mi papá.
—No, no —insistí—. Ya te lo dije.
Ella me miró con ojos tristes. —No tengo a dónde ir, papá. Dijiste que me cuidarías cuando llegara aquí.
Eso me estaba asustando.
—Papá me dijo que si no creías en mí te mostraría esto —dijo. Sacó de uno de los bolsillos de su uniforme una foto.
Era realmente yo, pero mucho mayor; a mi lado había una chica y entre sus brazos una niña de tres años. —Si no es suficiente —añadió—.
Volvió a revisar sus bolsillos y sacó un dije.
—Esto no puede ser—respondí, tratando de procesar todo—. ¿Cómo es que tienes eso?
El dije era importantísimo: me lo había dado mi madre; había pasado de generación en generación. Ni siquiera yo lo tenía; mi madre me lo daría cuando me casara y sólo me lo había mostrado una vez antes. Pero Dohue lo tenía. El collar tenía dos anillos únicos de mi familia.
----
Llamé a Soeji; necesitaba que me ayudara. El seguro sabría qué hacer, así que quedamos en vernos en su casa en media hora. Si llegaba a mi casa con aquella pequeña, mi madre pensaría muchas cosas malas. ¿Cómo se supone que llegara y le dijera: “Mamá, te presento a mi futura hija”?
—Papá —dijo, jalando un poco mi camisa que traía, llamando así mi atención. La miré—. ¿Me ayudarás a buscar a mamá?
Suspiré. —Sí, pero necesito que me expliques todo lo que sabes.
Aún seguía mirando la foto: la chica que estaba junto a mi yo del futuro no la conocía.
—Pero primero… —me detuvo y me miró seria—. Necesito buscar en la escuela a la que vas, a mi madre Haneul. Se supone que ya debían haberse conocido; no entiendo por qué no la conoces. Supongo que es porque algo pasó en el pasado que alteró el futuro.
Yo la miré. —Si no quieres que te llame papá, te diré Jimin. Supongo que, después de todo, es raro: tú tienes diecisiete y yo ocho —bufó.
Me quedé atontado. ¿Puede una niña de ocho años hablar a ese nivel?
—Y no te asustes, a veces mi yo adolescente toma mi cuerpo de niña… —era como si hubiera respondido a mis pensamientos—, así que acostúmbrate. Si actúo como niña es porque regresa mi yo de ocho años; y si hablo así, es porque está mi yo de quince. Así que deja de poner esa cara, papá… digo, Jimin.
Después de un largo trayecto llegamos a la casa de Soeji. Toqué su puerta hasta que abrió.
—¡Jimin! —dijo sonriendo. Él era mi mejor amigo; tenía tres años más que yo y nos conocíamos desde los ocho.
—¡Tío Seoji!
La niña se soltó de mi agarre y abrazó a mi amigo. Él me miró confundido.
—Jimin, me estás jugando una maldita broma, ¿no? —dijo.
Yo negué con la cabeza. Ambos miramos a la niña jugando con el perrito de Soeji.
—¿Me estás diciendo que ella es tu hija?
—Sí… No sé qué hacer. Dice muchas cosas. Al principio estaba como tú, sorprendido, pero me mostró esto —le enseñé la foto y el dije con los anillos.
—No puedo creerlo… —se tapó la boca—. ¡Eres tú, pero mucho mayor!
Asentí. —Si ves estos anillos… mi madre me los había mostrado una vez, y son idénticos. Pero ella los tiene… ¿cómo los consiguió Dohue?
—Necesitamos investigar. ¡Esto está de pelos! —respondió fascinado. Yo lo miré mal.
—¿Qué? —dijo indignado—. No vas a negar que esto pone adrenalina en tu vida. ¡No puedo creer que soy tío!
Se levantó y cargó a la niña, que estaba muy feliz y lo seguía en el juego.
¿En serio solo me dirá eso? Haaa… me volveré loco.