—¿Harin, qué haces aquí? —preguntó Seojin, impidiéndole el paso a su casa.
—¿No es obvio? Vengo a visitar a mi hermano —rodé los ojos—. ¿Me dejarás entrar?
—No.
—¿Qué? Seojin, no estoy para juegos. Caminé desde la escuela hasta aquí y estoy cansada —bufó, molesta.
—Justo ahora iba de salida.
—Bien, entonces vete tú y yo me quedo —respondió, empujando un poco la puerta, que fue detenida por Seojin.
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—¿La han encontrado? —preguntó una mujer de espaldas, con un tono cargado de molestia.
—¿¡Cómo que no la han encontrado!? —rugió en la llamada—. ¡Es una mocosa! No pudo haber ido tan lejos.
La rabia la consumía tanto que estrelló la botella de licor contra el suelo, haciéndola añicos.
—Quiero a esa niña en mis manos, ¿me oyes? Viva o muerta… No permitiré que arruine mi plan. —Su voz retumbaba de furia en el teléfono.
—Y escúchenme bien: vigilen a Jimin y a Haneul. Ellos no deben ni siquiera cruzarse.
—Colgó y lanzó el teléfono contra el sofá; el aparato rebotó y quedó boca abajo entre los cojines.
—Maldición… ¿Cómo pudiste enterarte de mi plan? —susurró al principio, la voz contenida como veneno—. Fui cuidadosa.
Se quedó un segundo inmóvil, la respiración entrecortada; luego dio un paso y apoyó la planta del pie sobre los fragmentos de la botella hecha añicos. El crujido bajo su zapato pareció avivar aún más su enfado. Sus manos temblaron un instante antes de cerrarse en un puño, y al volver a respirar su pecho subia y bajaba, por la ansiedad de ser descubirta.
—No permitiré que nada ni nadie lo arruine —dijo con voz baja, afilada como un meteorito estallando de ira. Cerró los puños, conteniendo la rabia.
En el enorme salón principal, con techos altos, ventanales de cristal y un candelabro brillando sobre la sala, se escuchó la voz de un hombre que acababa de entrar:
—¡Kim, estás loca! ¡Bájate de eso, vidtios! —gritó.
—No te importa!!.—Su respuesta fue tan, cortante.
—Eres mi hermana. ¿Qué diablos te pasa? —la jaló del brazo, haciéndola retroceder.
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—¿Y? ¿Me dejarás entrar? —exclamó Harin, con los brazos cruzados.
—Sí… claro.
Seojin abrió la puerta y se hizo a un lado. Harin lo miró de reojo y entró. Apenas dio unos pasos, vio a Jimin sentado junto a una niña.
—Hola, Jimin… ¿y ella quién es? —preguntó, mirando a la niña, quien esbozó una sonrisa.
—¡Tía Harin! —gritó la pequeña, levantándose para correr a abrazarla.
Harin la sostuvo por inercia, aún sin entender nada, y miró a Jimin con los ojos muy abiertos.
—¿Viniste con mi madre? ¿Dónde está? —preguntó Dohue.
—¿Madre? —repitieron ella y Jimin al mismo tiempo, con evidente desconcierto.
Harin giró hacia Seojin, buscando respuestas, pero él permanecía inmóvil, la mandíbula apretada y el rostro serio, evitando mirarla.
—Seojin… ¿qué significa esto? —susurró Harin, con un escalofrío en la voz.
La niña, aún aferrada a su cintura, levantó la mirada y sonrió con inocencia.
—Haneul… tu mejor amiga. Mi madre.
—Un momento… —Jimin sacó una foto de su bolsillo y se la mostró a Harin. Ella la miró, totalmente anonadada.
—¿Conoces a esta chica?
Seojin fijó la vista en su hermana.
—Sí… es mi mejor amiga. ¿Por qué lo preguntas? —respondió, aún sin entender.
—La encontramos —exclamó Seojin, mirando a Jimin.
Él asintió en silencio, mientras Harin los observaba a ambos, desesperada, en busca de una explicación.
—¿Y bien? ¿Me dirán qué está pasando o lo tengo que averiguar yo sola? —gritó molesta; se sentía ignorada por los tres, incluso por la niña.
—Cálmate, hay una niña aquí —respondió Seojin, señalando con los ojos a Dohue.
—¡No soy una niña! —añadió Dohue, cruzándose de brazos.
Jimin permanecía en silencio. No sabía cómo explicar todo aquello; tantas cosas sucediendo en un solo día lo tenían completamente estresado… y todavía le faltaba la regañada que le daría su madre.
—¿Cómo me voy a calmar? —replicó Harin, con la voz cargada de rabia y confusión—. Llego a tu casa y me encuentro con esta pequeña que me llama tía, y encima esta foto está rara: ¡veo a Jimin más adulto, a Haneul igual y a esta niña aquí! ¿Cómo va a tener una hija Haneul? ¡Si solo tiene 17 años!