Like real people do

no obsesivo, supero lento

tw: en el pasado de Niccoló hay varios comentarios que podrian ser detonantes para algunas personas. hay un poco de lbgtfobia.
gracias por leer.

Nico no esperó a ver si Juliet decía algo más. Dio media vuelta, volvió a la barra,se sacó el delantal de un tirón y lo dejó sobre la repisa, junto a la máquina de café. Ni siquiera se molestó en doblarlo. No le quedaba mucho de turno igual. Diez minutos, quince, pero eso ya no importaba.

—¿Te vas? —le preguntó Alex desde la caja. Era un chico un poco más grande que Nico, andaba en sus veintitantos —casi treinta, aunque nadie lo decía en voz alta—. Siempre traía camisetas con estampados de bandas indie y el pelo negro teñido con las puntas azul marino. Nico había pensado en teñirse el pelo así más de una vez. Se veía en serio cool.

—Me duele la cabeza —mintió Nico, aunque no era del todo mentira. Lo miró un segundo. Pensó en decir algo más, pero no lo hizo. Salió del café sin despedirse de nadie.

El aire de afuera le pegó como si hubiera estado horas encerrado en un cuarto sin ventanas. Caminó sin apuro, con las manos en los bolsillos, los audífonos puestos pero sin música. Su cabeza hacía ruido suficiente. Ni siquiera se molestó en tomar un bus para llegar más rápido. Solo caminó en línea recta, mirando hacia el frente.

El departamento de Nico era cálido, en el sentido más literal posible: el sol se colaba en las mañanas por los ventanales anchos del living, que daban a un edificio de ladrillo cubierto de enredaderas. Era un piso mediano en un edificio viejo, pero remodelado. El suelo estaba cubierto de una alfombra gris claro, suave y algo gastada en las esquinas, como si alguien hubiera vivido allí desde siempre. Tenía dos habitaciones: la suya —ordenada a la fuerza, con una repisa llena de libros de poesía, una lámpara con base de mármol, y una cámara análoga vieja que usaba a veces para practicar retrato— y la de Oasis, que siempre olía a incienso de sándalo y estaba llena de notas pegadas por todas partes, ella tenía tantos libros que más de la mitad de su colección estaban en la sala, un montón de ellos de antropología y huesos. Al lado del ventanal de la misma sala, había un sofá en forma de L tapizado en tela mostaza, cómodo al punto de dar sueño con solo verlo. Frente al sofá, una tele colgada en la pared, debajo de la cual se apilaban una playstation, algunos vinilos y varias cámaras viejas. En las paredes, había algunas fotos impresas en blanco y negro, casi todas tomadas por Nico: retratos de gente en el metro, árboles torcidos por el viento, Oasis mirando por la ventana con una taza en la mano. las fotos de oasis estaban intercaladas, ella usaba el enfoque de "entre más vintage y borroso se vea, mejor". Por último la cocina era americana, abierta al living, con una barra blanca donde usualmente comían porque la mesa del comedor servía más de depósito que de otra cosa. En los estantes había tazas desparejadas, vasos de colección del cine y la pila de los únicos seis platos que tenían.

Apenas cruzó la puerta y dejó caer la mochila, el gato le pasó entre las piernas buscando cariño, que por esta vez no fue correspondido.

—Buena, llegaste antes. Pensé que hoy día te ibas a quedar en la casa del Mati —dijo Oasis desde la cocina, mirándolo por sobre el hombro mientras cocinaba. la amiga de Nico medía apenas metro cincuenta; a Nico le llegaba a las clavículas. Curvilínea, de piel canela y ojos café oscuros, tenía ese tipo de seguridad que no se aprende, se nace con ella. pero en el mejor sentido posible, una nerd orgullosa de ser nerd. Vestía como siempre: ropa negra, gótica, con transparencias, telas gruesas y encaje; hoy llevaba un top ajustado, una falda asimétrica con cadenas, y unas botas blancas con plataforma y hebillas que sonaban contra el piso de alfombra como advertencias suaves. todo eso contrastaba un montón con el color celeste que tenía en su cabello ruliento y corto.

El olor del vino reduciéndose llenó la nariz de Nico, sacándolo por fin de su estado de shock.

Y cuando eso pasó, empezó a hablar.

Oasis bajó el fuego al mínimo y se quedó escuchando toda la historia con el ceño fruncido y la comisura de los labios hacia abajo. Esa cara que decía: esto me preocupa mucho, pero es cómico, ¿vale? Deberías admitirlo. Nico simplemente había aprendido a ignorarla.

—¿Y onda, te quedaste a hablar con ella? —preguntó, apoyada en la isla de la cocina como si estuviera viendo la telenovela de la tarde. Nico venía despotricando hacía veinte minutos seguidos por algo que cualquier persona habría resumido en una frase y media. Caminaba de un lado a otro como si la cocina tuviera una pista marcada, agitando las manos sin frenar ni para tomar aire.

—¡No! ¿¡Cómo me voy a quedar a hablar con ella!? Le di su bebida y me fui. Tomé mis cosas y me fui —dijo con una seriedad tan marcada que parecía estar relatando un escape de emergencia.

Oasis se desparramó sobre el mármol entre risas.

—No puedo creer que te hayas ido así. Literalmente, te evaporaste. ¿Y te despediste del Matías?

—¿Qué? No. Da lo mismo —aseguró Nico, moviendo las manos como si espantara un bicho, en un gesto de desinterés.

—El amigo del año —respondió ella, con sarcasmo, aunque sin convicción.

Nico resopló. Se dejó caer en la silla más cercana y escondió la cara entre las manos.

—No puedo con esto. Fue demasiado.

Oasis lo miró, cruzándose de brazos.

—¿Sabés qué es lo peor? Que vas a seguir pensando en ella. Hasta el martes, por lo menos. Y ni hablaron —negó con la cabeza, sonriendo apenas—. Te dijo su nombre nomás.

—En primer lugar, me haces ver como si fuera un obsesivo. Y segundo, ¿por qué no lo ves como lo terrible que fue? ¡Fue horrible! —aseguró Nico, juntando las manos frente a la boca. Cerró los ojos, respiró hondo, soltó el aire lentamente—. Tengo que calmarme. Soy un adulto.

—Un adulto, sí —dijo Oasis con una sonrisa antes de girarse y volver a revolver lo que tenía en la sartén.




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