Santiago era terrible durante el verano. Parecía que aquí solo existían dos estaciones: invierno gélido y verano sofocante. Eso había aprendido Nico en los últimos siete años.
El sol pegaba desde todas direcciones, la mitad de las alumnas se sacaban los corbatines para abrirse un poco la camisa, los espacios debajo de los escasos árboles siempre estaban ocupados por los mismos grupos, y la cancha techada se volvía el refugio natural de quienes jugaban vóleibol o básquetbol.
Nico estaba sentado en las gradas, justo en la sombra. Ese era el único lugar aceptable para poder almorzar medio a gusto. Les llegaba poco sol desde ese ángulo y era perfecto para comer o para que te dieran con una pelota en la cara, en un mal día.
Tenía las piernas cruzadas como un pretzel. Ya se había terminado el pancito y sus uvas. Camila, sentada a su lado, seguía comiendo unas galletas mientras se quejaba de cómo el profesor de matemáticas la odiaba.
Nico pasaba la mano distraídamente por la tela del buzo negro que usaba para la clase de deporte y salud. Técnicamente, no se podía usar uniforme deportivo si no tocaba ese día... pero cada vez le importaba menos que le llamaran la atencion por algo tan tonto como una prenda de vestir. Él no le hacía daño a nadie.
—Toma —dijo Camila, ofreciéndole un jugo en caja de durazno. Ella tenía las uñas pintadas de negro y la mirada filosa de alguien que sabía que no encajaba del todo, pero lo disimulaba bien.
Podía hablar con las chicas populares sin problemas, sin esconder que le gustaban cosas como Skins o American Horror Story, y seguir siendo cool, aparentemente. Camila era ese tipo de chica. Con mechas blancas detrás de la nuca, un piercing en la nariz que siempre la obligaban a quitarse, y delineador que parecía haber sobrevivido varias vidas.
Era el tipo de chica que Nico se quedaba mirando un par de segundos más de lo necesario. El tipo de chica que cuando salía en una foto de Tumblr, él se quedaba mirando. Sin saber si era porque la encontraba muy bonita, o si quería tener su estilo, o si... era otra cosa.
Se le apretaba algo en la boca del estómago. Cuando se abrazaban por mucho tiempo, le sudaban las manos. Se le ponían rojas las orejas, incluso un par de veces tartamudeo.
—Oye —dijo Camila de pronto, medio en broma. Nico ya sabía ese tono; era su forma de empezar a molestar—. ¿Tú alguna vez has besado a alguien?
Nico se atragantó con el jugo y tosió, tapándose la boca.
—¿Qué? ¿Por qué preguntas eso?
Pregunta tonta. Como si no supiera que todas en su clase ya hablaban de chicos. Cantantes, actores, chicos del colegio de hombres al final de la calle. Nico no entendía qué veían en ellos. Sobre todo a los chicos de su edad, estaban recién aprendiendo a dejar de ser imbéciles ¿por qué los encontraría atractivos? Ni siquiera había cumplido los quince, ¿para que le serviría un novio más allá de darle dolores de cabeza como a las chicas de su curso?
—No sé, curiosidad —dijo Camila con un encogimiento de hombros. Ni siquiera lo estaba mirando; seguía con la vista clavada en el partido amistoso de básquetbol de unas chicas de último año—. ¿Sí o no?
—¿Como la Milla? —dijo Nico, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Ella anda diciendo que se comió a la mitad del colegio de al frente.
Camila soltó una risa suave, esa risa nasal que usaba cuando algo sí le daba risa, pero no quería exagerar.
—Puta que erí' tonta, Nicole. Me refiero a cuando te gusta alguien.
Nico bajó la mirada. Empezó a pelar el sticker de la caja de jugo con la uña. Se dio tiempo para pensar. O para esquivar la pregunta.
—No, me da flojera -contestó con ligereza—. No sé qué le ven a los hombres. Son todos como... ya sabes. —Pegó el sticker en la carcasa del celular, pero incluso de reojo pudo ver con total claridad como Camila lo miraba. Él esperaba que Camila se riera o dijera algo en mala onda. Algo tipo "ya, pero qué tonta", pero con ese tono más pesado.
Pero no pasó.
—Onda... ¿pero cómo? —preguntó Camila, inclinando un poco la cabeza hacia él—. ¿No te gusta ningún tipo? ¿O directamente no te gustan los hombres?
La pregunta lo descolocó. Así, sin anestesia.
Había gente que no conocía el significado de la sutileza.
Nico sintió como si la luz le pegara más fuerte de repente, como si el calor le subiera desde el pecho hasta las mejillas. Se pasó una mano por el pelo y se hizo una coleta improvisada, descubriéndose la nuca para tratar de escapar del bochorno que ahora lo sofocaba. No es que no se lo hubiese preguntado antes. Lo había hecho. Varias veces. Más de una noche se había quedado con el celular bajo las sábanas, buscando en Google cosas como:
"chicas que no quieren estar con chicos"
"no me gusta mi cuerpo pero no sé por qué"
"soy rara por no gustarme nadie??"
"como saber si me gustan las chicas?"
Y una vez, incluso, escribió:
"qué hacer si me siento hombre"
...pero borró la búsqueda a los cinco segundos. Ni siquiera se atrevió a ver lo que aparecía. Se le bajó la presión de tan solo escribirlo y se sintió mal el resto de la semana por haberlo pensado siquiera.
¿Qué diría su papá si llegaba y le decía que su única hija era hombre?
No podía.
Le rompería el corazón.
Nico se encogió de hombros, sin mirarla. Soltó su cabello y volvió a dejar sus manos sobre la caja de jugo.
—No sé. Nunca me ha gustado nadie así, creo.
—¿Ni un famoso? ¿Ni el del cartel de perfumes que está en la Alameda? —Camila lo empujó suave del hombro, levantando las cejas con una sonrisa medio burlona.
—Quizás no es mi momento —dijo él, esquivando la conversación como pudo—. O no sé, tal vez soy como... no sé, po'. ¿Tal vez no ha llegado la persona correcta?
—¿Y cuando llegue la persona correcta la vas a recibir así? ¿Sin saber dar besos ni nada? —bromeó Camila, con una sonrisa arrogante.