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Burbuja

Mientras Nico estaba de rodillas al final de las escaleras, justo frente a Juliet, le pasaron dos cosas por la mente:

La primera fue que agradecía que el vestido de Juliet fuera tan largo como para taparle las piernas.
La segunda… que era muy injusto que ella no temblara.

Él sí lo hacía.
Tal vez era por la hierba, o el frío, o simplemente por estar tan cerca.
O, más probablemente, por el solo pensamiento de que ella estaba ahí, tan tranquila. Tan quieta.
Como si ese tipo de cercanía no le moviera absolutamente nada por dentro.

Si Nico no sobrepensara tanto cada paso que da, esto no sería un problema en lo absoluto.

No estaría con las manos suspendidas en el aire, dudando si apoyarse en el borde del primer escalón o subir un poco más el vestido para ver de verdad el tobillo.

Si no se enredara tanto en su propia cabeza, no estaría midiendo su respiración ni cuestionándose por qué carajo no puede simplemente hablar sin sentirse como si se estuviera resbalando sobre hielo fino.

Y si no pensara tanto, si no pensara siempre tanto, definitivamente no seguiría gritando por dentro por haberse ofrecido a ayudar, para variar.

—Te tengo que subir el vestido.

En tiempo real, esa frase no se demoró tanto en salir. A ver, Nico no tardó más que unos instantes en bajar las escaleras del porche y agacharse. A lo mucho, medio minuto antes de hablar. Pero a sus ojos, decir algo le costó varias vidas.

—Seguro —dijo ella, en voz baja.

Sus delicadas manos con las uñas acrílicas color rosa aperlado tomaron la tela para subirla un poco. No mucho. Solo lo suficiente, antes de que Nico tomara su tobillo con la punta de sus dedos helados.

El tacto hizo que Juliet, casi automáticamente, intentara apartarse.
El sonido que trató de esconder tras sus labios no pasó desapercibido. No para él.
Tragó saliva y apartó las manos, dejándolas suspendidas cerca, dudando de si debía volver a intentarlo. Las frotó entre sí, buscando entibiar los dedos con las palmas antes de regresar con más cuidado.

El tobillo se veía magullado, enrojecido. A Nico no le hacía falta un doctorado en traumatología para saber que eso no estaba bien. Chasqueó la lengua suavemente y alzó la mirada.

—Está fracturado. ¿Cómo te pasó esto? —preguntó, arqueando una ceja, los ojos fijos en ella

—Bailando, creo. Me di cuenta cuando empezó a doler. —Juliet ni siquiera lo miró a los ojos. Desvió la vista hacia un costado. Su tono sonó relajado, pero Nico sabía que mentía.
El golpe no parecía de hace una o dos horas. No se veía reciente.

—No sabía que ser una princesa fuera tan peligroso. —Se rió un poco de su propia broma, pero cuando notó que lo había dicho en voz alta, dejó de reírse—. Perdón. Eso fue... un poco imbécil.

Juliet asintió apenas, mordiéndose el labio por dentro, No parecía haberle hecho mucha gracia el comentario.

—Un poco, sí —respondió por fin, con una sonrisa apagada que no terminó de cuajar—. Pero ya sabía que lo eras.

—Oye, oye, oye. Tú tampoco eres la persona más simpática del mundo, ¿ya? —dijo Nico sin pensarlo mucho, con una risa breve escapándose entre palabras. Si no hubiese estado drogado, probablemente no le habría encontrado tanta gracia. negó con la cabeza, trazando con cuidado la línea alrededor del hueso del tobillo para hacerse una idea de los daños.
—Creo que deberías ponerle hielo —dijo finalmente, soltándola con suavidad.

—Arrogante, denso y además doctor, woah —respondió Juliet, alzando una ceja mientras se recostaba un poco más en los escalones.
—Ja. Ja. ¿Tú naciste sintiéndote superior a los demás o es algo que se aprende? —preguntó él, intentando poner mala cara, aunque no le salió muy bien.

—No es gracioso. —se quejo ella, pero su risa resonaba entre ambos, incluso si ella se cubria la boca con las manos

—No estaba tratando de ser gracioso, rucia.

Ambos se quedaron mirándose, con la risa aún suspendida en el aire. Nico tenía una sonrisa pequeña en los labios, más relajado por no haber arruinado la situación. Juliet ya no tenía los brazos cruzados, solo las manos apoyadas en el regazo, relajadas. El frío seguía ahí, pero ya no tan áspero. Fue tan largo el momento en el que miro sus ojos que las motas más oscuras en medio del azul brillante parecían constelaciones... como las de sus pecas el día que la vio sin maquillaje. Eso lo hizo bajar un poco la mirada a sus mejillas. Las pecas habían desaparecido, dejando una piel limpia, sin ninguna pequeña marca.

—¿Por qué te cubres las pecas? —preguntó Nico en un hilo de voz, volviendo a encontrar sus ojos, con las cejas apenas fruncidas.

—¿Disculpa? —la palabra flotó entre ambos, suave, como si no supiera si había escuchado bien.

Juliet se tocó la mejilla con la punta de las uñas, casi sin pensarlo, verificando que siguieran ocultas bajo el maquillaje.

—Ah... las manchas —dijo al fin, sin risa, sin molestia. Solo nombrándolas como “manchas”
.
—Es que no me gusta que se me vean. Me hacen ver como… extraña —trató de encontrar una palabra mejor, se notaba por cómo decía las sílabas, una por una, como si ninguna terminara de encajar. No fue la mejor descripción.

—¿"Extraña"? —se atrevió a repetir Nico, apenas moviendo los labios.

—Sí. O sea… no son iguales, ¿sabes? Como que le quita la magia a no tener una cara bonita.

Lo dijo tan convencida que Nico no supo por dónde empezar.
No era como si no pudiera decir algo en plan “eso es una idiotez” porque a eso sonaba, o refutarla desde la lógica más básica: que ella era preciosa, y las pecas no la hacían menos.

Pero no estaba seguro de que ninguna refutación fuese bien recibida.
No había una caja de sugerencias donde dejar su opinión.

Nico bajó la mirada y, por fin, rompió el contacto entre los dos.
El ruido de la fiesta se desdibujó en sus oídos. Ya no sentía los bajos de los parlantes, ni las risas estruendosas de los demás. Solo el retumbar de su propio corazón, fuerte, insistente, desacompasado.
El mundo se detuvo un segundo, lo dejó ahí, atrapado frente a Juliet.




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