El empujón no fue fuerte.
Solo lo suficiente como para desequilibrarlo y hacer que su costado tocara el suelo.
Pero eso bastó.
Por un segundo, ni eso, medio segundo. Nico no estuvo ahí.
La fiesta se acabó. Las drogas en su sistema desaparecieron.
El frío de la noche dio paso al clima templado de un día escolar.
Santiago. 2012.
El pasillo del segundo piso siempre estaba lleno durante los recreos. Nico tendía a evitarlo, pero su siguiente clase era en la sala de computación, así que fue, con la mochila colgándole de un hombro y la falda golpeándole las piernas mientras intentaba deshacer la trenza espiga que su nueva madrastra le había hecho esa mañana.
Eso ya lo tenía al borde.
Y entonces sintió un pie delante del suyo.
Y cayó de frente al suelo.
Alcanzó a poner las manos justo a tiempo para no golpearse la cara, pero el impacto le dejó las palmas resentidas.
—No, perdóname, no puedo creerlo —canturreó Jazmín, con esos fingidos aires de preocupación que siempre le daban a Nico ganas de vomitar, incluso después de haber desayunado.
Las tres chicas que la acompañaban soltaron una carcajada sincronizada.
“Ni con todo el dinero del mundo esas idiotas obtendrían una personalidad propia”, pensó Nico mientras escuchaba esas risas nasales, falsas y agudas.
Juliet estaba justo detrás de Jazmín.
Con su uniforme pulcro y el cabello sujeto en dos coletas bajas.
Miró a Nico en silencio... y luego apartó la mirada.
—No tiene gracia —acusó Nico, levantándose con torpeza, pasándose las manos por las rodillas y subiendo las bucaneras negras para cubrirse las rojeces del golpe.
—No dije que diera risa, Nicole. Esa caída se vio muy mal, deberías ir a verte a la enfermería o algo... —se quedó a media frase. Estaba luchando por no reírse junto a sus amigas—. Creí que si caías de cara se te arreglaría esa nariz que tienes, pero no. Lo lamento mucho.
Nico arrugó la nariz de forma instintiva, con una mueca, y apretó las manos a los costados.
Para este punto del año ya llevaba dos suspensiones. Solo del primer semestre.
Y no es que fuera una persona conflictiva, pero Jazmín y sus amigas que eran igual o más descerebradas realmente le sacaban lo peor.
—Mi nariz está perfectamente bien —masculló.
—Ay, pero obvio que está bien, o sea... si tienes algún familiar tucán o algo por el estilo —añadió Laura, una de las chicas a la derecha de Jazmín.
No es que ella tuviera algo más que aire en la cabeza, tantas decoloraciones o el uso temprano de bronceador en spray tal vez la convirtió en toda una comediante en su mente. Laura se rio de su propio chiste, ese sobre el tucán. Las otras la siguieron como perros bien entrenados. Jazmín, en cambio, no reía tan fuerte, solo lo necesario, con una sonrisa arrogante y la barbilla levantada. Había girado apenas la cabeza, mirando de reojo a Juliet.
La más callada del grupo.
—¿Y tú? ¿No vas a decir nada? —le preguntó, con esa media sonrisa que usaba cuando esperaba una respuesta alineada a su propio veneno.
Juliet rodó los ojos, fingiendo que esto era solo un inconveniente menor, algo demasiado insignificante como para involucrarla.
—¿qué quieres que diga? La molestan por su nariz y es lo menos feo de su cara, podrías partir por usar falda sin depilarse o las cejas sin retocar. —dijo, sin mirarlo, con la voz perfectamente neutra. Casi aburrida. Como si no le importara nada lo que decía.
Se escuchó un murmullo entre las otras.
Nico no se movió. Ni un centímetro.
—¿Sí sabes que hay una escuela de hombres al final de la calle? —agregó Juliet, apenas con un giro del rostro, sin mirarlo todavía—. Arréglate un poco. Le haces pasar vergüenzas a tu papá.
Jazmín soltó una carcajada corta, satisfecha. Se acercó un paso más y, como si Juliet hubiera pasado una especie de prueba invisible, le tomó del brazo con familiaridad, esa cercanía efímera que parecía cariño pero no lo era. Más bien se sentía como una medalla colgada al cuello. Como si dijera así se hace sin necesidad de palabras.
…
Esa fue una píldora difícil de tragar.
Maldita sea, incluso después de once años, seguía siéndolo.
El vidrio entre sus manos ya no estaba frío, ni siquiera húmedo. Pero Nico seguía limpiando el mismo vaso con una constancia absurda, a este paso podría desintegrar el vaso.
—Sí. O sea, no esperaba que ella me defendiera ni nada —dijo, con la vista fija en el vaso, sin verlo realmente.
La mitad de su cerebro todavía estaba atrapada en un pasillo de colegio con olor a desinfectante de flores. La otra, rumiando cómo había terminado todo en el porche con Juliet. Las mañanas en el café solían ser tranquilas. El sol entraba por los ventanales, se estaba preparando la primera tanda de café para tomar algo de desayuno. Fran terminaba de limpiar las mesas al fondo, tarareando bajito. Nico seguía medio migrañoso después de haber tomado hasta las seis de la mañana, pero, bueno… ¿Quién no sobrevive a un turno con dos horas de sueño? Apenas.
—¿Cómo alguien puede seguir siendo tan mala como en la escuela? Te juro que estoy tratando de no ser un... ¿Cómo me llamaste? —frunció el ceño y se giró un poco para ver a Mati, quien terminaba de ordenar los filtros de café y limpiar la máquina de expreso.
—Obsesivo, pesado, ofendido, amargado, traumado, exagerado… —empezó a enumerar Mati con los dedos, hasta que se encogió de hombros—. Ah, obvio. Rencoroso.
—Rencoroso —repitió Nico, asintiendo en señal de afirmación. No lo estaba aceptando, simplemente aceptaba que eso era lo que su amigo había dicho.—. ¿Ves? No quiero ser rencoroso. Trato de vivir en el presente.
Fran, desde la otra punta del local, soltó una carcajada sin mirar atrás. Mati dejó los filtros de café y lo miró con cara de “¿tú te escuchas?”