Juliet se había sentado junto al primer ventanal, justo al lado de la puerta, hojeando el mismo libro con el que había entrado la primera vez. Su chai helado descansaba sobre la mesa, junto a un platito con dos galletas de avena aún intactas. Tenía una pierna cruzada sobre la otra y una mano sosteniéndole la barbilla.
Nico la miró de reojo mientras sacudía el envase de crema batida. Llevaba un buen rato mordiéndose la lengua, conteniéndose para no hacer ningún ruido innecesario.
—Oye —murmuró Mati, apareciendo por detrás, apenas bajando la voz—. ¿No que era “la peor”? ¿Mala onda? ¿Fría? ¿Esa no era la que te molestaba en el colegio?
—Cállate —siseó Nico sin mirarlo, agitando el envase con más fuerza de la necesaria. Lo último que necesitaba era que Juliet escuchara una sola palabra de esa conversación.
—Y se disculpó —continuó Mati, con una sonrisa torcida y la comisura de los labios apuntando hacia abajo, como si no terminara de creérselo—. Lo cual es raro, porque según tú, me dijiste que te odiaba. Pero ahí está, con cara de no haber roto ni un vaso en su vida. dijo que “lo sentia”.
—Me enteré —masculló Nico entre dientes.
—Se ve como una persona terriblemente peligrosa —dijo Mati, apoyando un codo en el mesón, encantado con la situación—. Onda, letal. Muy.
Nico apretó los labios.
—No estoy diciendo que esté mal —agregó su amigo, bajando aún más la voz, fingiendo una compasión que no tenía—. Solo me da risa. Te has pasado semanas diciendo que es una sociópata, pero ahora parece… no sé, un ciervo. Es tan o más letal que Bambi.
—¡No lo es! —soltó Nico, un poco más alto de lo que pretendía.
Juliet levantó la cabeza. Sus inmensos ojos azules no tardaron nada en encontrar los suyos. Y entonces, pssstt —el envase de crema batida resbaló de sus manos, golpeó el mesón, rodó, y terminó su trayecto en el suelo con un silbido patético y un pequeño chasquido final.
Metafóricamente, había sido como encender un letrero de neón sobre su cabeza que dijera: MÍRAME, SOY ESTÚPIDO. Literalmente… más o menos lo mismo.
Silencio.
—Genial —murmuró Nico, agachándose a recoger el envase con la dignidad hecha trizas.
Juliet no se rió. Tampoco se burló. Solo sonrió, apenas, como si acabara de ver algo increíblemente tierno. Nico solo quería que la tierra se abriera y se lo tragara completo para poder desaparecer.
—No sé, Nico… “sociópata” me suena un poco fuerte —añadió Mati, encogiéndose de hombros con la cara bien seria—. Pero sí es muy educada. Te está dejando en vergüenza con demasiada elegancia.
—Sí, bueno… ella no solía ser así —empezó Nico, con un hilo de voz que se le fue apagando antes de terminar la frase.
Hizo una pausa. Bajó la mirada y se agachó, en silencio, para recoger el envase de crema del suelo.
—No conmigo —añadió, más bajo, con esas palabras secando su garganta.
Mati se agachó junto a él, con toda la calma de alguien que sabía que tenía ventaja moral y emocional.
—Aaaaw, no conmigo —repitió con tono burlón, haciendo un puchero dramático mientras le daba un golpecito en el hombro—. Qué tragedia shakesperiana estamos presenciando aquí. ¿Dónde está el violín más pequeño del mundo cuando se le necesita?
Nico quería quedarse en el suelo. Podía vivir perfectamente ahí. Todavía era temprano, ni siquiera podía escaparse a uno de sus pequeños breaks. No cuando la cafetería acababa de abrir. No debería estar tan nervioso. ¡Él no había hecho nada!
Pero se había preparado mentalmente para que Juliet lo ignorara. No para que viniera a disculparse personalmente. Eso lo desarmó. Lo dejó en jaque, sin otro movimiento previsto.
—Pero igual… no te haría mal, no sé. Hablarle. ¿No lo hicieron ayer? —la voz de Mati lo sacó de su espiral.
“Sí. Conmigo drogado hasta los cimientos…” pensó Nico, frunciendo el ceño mientras reprimía la frase justo antes de decirla.
—Digo, ya está aquí. No parece una perra maldita. Y no te mordió todavía. Solo hablen. Corta. No te vas a desintegrar.
Nico apretó la mandíbula. Estaba a nada de escupir espuma por la boca de lo estúpida que le parecía la idea. No solo no quería hacerlo: la sola imagen lo ponía mal. Mal en mayúsculas, mal del estómago, mal de la piel, mal de la salud, mal de la psiquis, mal de todo.
—Solo digo. Si igual te va a seguir viniendo a la cabeza… al menos que sea por algo que pasó hoy.
Nico limpió el envase de crema con un trapo limpio, lo dejó a un costado del mesón y exhaló. Sería un testarudo total si no aceptará que Matías tenía un poco de razón, muy a su pesar.
—Solo por si necesita algo más —aceptó, como una excusa barata que si el mio se hubiera parado a pensar más de dos segundos, no se la creería. Mati abrió la boca para decir algo, pero Nico lo fulminó con la mirada. —Servicio al cliente, ¿sí?
Salió de detrás del mesón caminando como si le dolieran las articulaciones, no de resaca, sino como si el piso se hundiera con cada paso y el aire pesara más de la cuenta. Juliet seguía sentada junto al ventanal, marcando palabras en su libro con una sonrisa reprimida, mordiéndose las mejillas como si intentara no reírse.
Nico se aclaró la garganta. Una vez. Dos veces.
Dios mío.
Tal vez iba a atragantarse justo antes de hablar.
Ya fracasó.
Abortar misión.
Huir.
Juliet levantó la vista.
—Eh… ¿Todo bien con el chai? —preguntó al fin, parado frente a su mesa.
—Sí, está perfecto. ¿Por?
—Nada. Solo… vi que no habías tocado las galletas y pensé que tal vez estaban frías o algo. —Se encogió de hombros, muy consciente de que estaba diciendo puras estupideces.
—No, están bien —respondió ella, mirándolo con una mezcla de confusión y ternura que le dieron ganas de arrancarse la piel a tiras—. Solo no tengo mucha hambre, las pido más por costumbre.
—Ah. Claro. —Silencio. Buscó algo más que decir, lo que fuera, cualquier cosa que no lo hiciera parecer... lo que claramente estaba pareciendo.