Era una fresca tarde de otoño, en Alemania, no hace más de 8 décadas cuando Lizzie, La Niña con piel de porcelana, rosados cachetes, de los más exquisitos modales y más pequeña de su hogar decidió jugar muñecas en el salón más grande de toda la casa, su lugar favorito por su enorme ventana, que permitía ver el hermoso jardín de su madre comenzar a teñirse de naranja.
La pequeña era asmática, por lo que su madre no le permitía llevar a pasear muy seguido sus rulos negros y blancos vestidos, fuera de la casa.
Mientras que sus hermanos mayores Carla y Joan, quienes le llevaban más de diez años casi no compartían con ella por preferir andar con personas de su edad.
—Lizzie—canturreó su madre—¿Donde estás?
—En el ventanal mamá—contestó dulce como solo ella sabe.
—Casi es hora de la cena, deja tus muñecas y asea tus manos.
La pequeña Lizzie no titubeó un segundo en obedecer a su madre, se puso en pie, pasó las manos por su vestido para plancharlo, y luego de un par de pasillos llegó al lavabo, se aseó hasta los codos mientras observaba sus grandes ojos marrón azabache y pasaba a limpiar su piel canela.
—Carla, bendice la cena— se dirigió a su hija el Señor Siddle.
Carla con una sonrisa se puso en pie, abrió sus manos y bendijo diciendo:
—Dios, te damos gracias por permitir que estemos reunidos en familia una vez más, compartiendo el pan que nos das cada día. Bendice las manos de mi madre por prepararla con amor, y las de mi padre por proveerla. Te pido fervientemente por aquellos que no tienen que comer para que reciban el triple, y finalmente por nuestros estómagos para que haga bien.
Amén.
-Amen —Respondió el resto al unísono.
—Hasta se enfriaron mis patatas...—susurró Joan.
—jajajajaja—se reía Lizzie intentando no levantar la voz, mientras que Carla los miraba entrecerrando la mirada.
—Coman en silencio, mañana es un largo día.
Joan trabaja con su padre, en los negocios, Carla estudia y trabaja el resto de la tarde, y su madre se ocupa de la casa y hacer todo tipo de mandados, mientras que Lizzie la más consentida, recibía clases en casa, y con ellas de danza y piano. Al menos hasta que cumpliera los 13 y fuera a estudiar a un instituto de señoritas.
Así era la vida durante el año en la casa Siddle hasta que Lizzie salió al jardín esa tarde de otoño...