Lilith y el misterio del príncipe heredero

2. El despertar en sombras.

El aroma a lavanda y jazmín impregnaba la habitación. Todo estaba en calma, salvo por el sonido ocasional de pasos apresurados y murmullos preocupados en el pasillo.

Lilith abrió los ojos lentamente. La luz filtrada por los ventanales la cegó por un instante, obligándola a cerrar los párpados de nuevo. Su cuerpo se sentía pesado, como si cada músculo se negara a moverse. Su mente, sin embargo, despertó con una sensación de vacío y angustia.

Algo terrible había sucedido.

La confusión la envolvió antes de que el recuerdo se estrellara contra ella con la fuerza de una ola violenta.

Aaron. Su hermano. Muerto.

El aire se volvió difícil de respirar.

Sus ojos se abrieron de golpe, y al intentar incorporarse, un mareo la obligó a recostarse de nuevo. Su pecho subía y bajaba de manera irregular, y por un instante pensó que podría perder el control de su propia respiración.

—Lilith... tranquila —la voz firme y serena de Beatrice llegó a su lado. Sus manos cálidas sostenían la de la princesa con cuidado, tratando de transmitirle algo de estabilidad.

Cedric estaba allí también, de pie junto a la cama. Su expresión era rígida, pero sus ojos reflejaban una tristeza profunda.

—Aaron... —fue lo único que pudo pronunciar Lilith, su voz rota, apenas un susurro.

Cedric asintió.

—Lo siento.

Esas palabras eran demasiado pequeñas para el peso que llevaban.

Lilith cerró los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas, pero fue inútil. El dolor que la atravesó era insoportable, una herida abierta que nunca sanaría. Su hermano, el único que realmente comprendía la carga de su apellido, el que siempre la protegió, se había ido.

—¿Cómo...? —logró preguntar, aunque una parte de ella no quería saber la respuesta.

Cedric tragó saliva.

—Fue asesinado, Lilith. En la capital. No sabemos quién... aún.

El silencio se apoderó de la habitación, salvo por el sonido de la respiración entrecortada de la princesa.

—No puede ser... —susurró, negando con la cabeza—. Él era el heredero, el futuro emperador.

—Y precisamente por eso lo mataron —agregó Cedric, con la mandíbula tensa—. Ahora todo ha cambiado.

Lilith sintió que el mundo se hundía bajo sus pies.

Si Aaron ya no estaba... entonces el siguiente en la línea de sucesión era ella.

El aire en la habitación se volvió pesado, casi irrespirable. Lilith sintió un escalofrío recorrer su espalda al comprender la realidad que Cedric traía con su noticia. ¿Ella? ¿La heredera? Era un destino que nunca había considerado posible, un peso que jamás quiso cargar.

—No... —murmuró, su voz temblorosa—. No puede ser. Mi padre... todavía está vivo.

Cedric mantuvo la mirada fija en ella, su expresión seria, pero en su semblante había algo más: urgencia.

—El emperador está devastado. Apenas ha salido de sus aposentos desde que recibió la noticia hace días. Y mientras él se hunde en su duelo, la emperatriz Nevalie ha empezado a moverse.

Lilith entrecerró los ojos. Nevalie.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con cautela.

Cedric exhaló con frustración, como si el solo hecho de explicarlo le causara enojo.

—Quiere que su hijo sea nombrado heredero. Ha comenzado a presionar a la corte para que se reconozca su derecho al trono.

Lilith sintió una ola de indignación recorrer su cuerpo. Su hermano acababa de morir, y ya su madrastra conspiraba para desplazarla.

—Eso es absurdo. Mi padre nunca permitiría algo así. Aaron era el heredero. Y después de él, yo.

—El emperador está vulnerable, Lilith. No está en condiciones de pelear contra esto. Y Nevalie lo sabe. Sabe que si logra convencer a suficientes nobles, el trono será suyo antes de que Calix pueda reaccionar.

La princesa apretó los puños. La corte siempre había estado llena de intrigas, pero esto... esto era una traición descarada.

Beatrice, que hasta ahora había permanecido en silencio, se inclinó levemente hacia la princesa.

—Alteza... si usted no regresa, Nevalie logrará su cometido. Nadie podrá detenerla.

Lilith cerró los ojos, intentando calmar la tormenta que se formaba en su interior. Sabía que tenían razón. Sabía que, sin Aaron, la corte se convertiría en un escenario de maniobras políticas peligrosas. Pero ella no quería ser emperatriz.

Cedric dio un paso más cerca de la cama, se hincó para que su rostro quedara a la altura de Lilith y habló.

—No puedes quedarte aquí, Lilith. Si no vuelves, Nevalie logrará que Isahia sea el heredero.

Lilith lo fulminó con la mirada. Quizás no quería el trono, pero dejar que Nevalie lo ganara sería aún peor.

Por primera vez, el exilio que ella misma había elegido parecía no ser una opción.

Lilith mantuvo la mirada fija en Cedric, sintiendo el peso de sus palabras. No puedes quedarte aquí, Lilith. Si no vuelves, Nevalie logrará que Isahia sea el heredero.

La sola idea de regresar a Solmara le producía un rechazo inmediato, pero había algo en la expresión de Cedric que la inquietaba más de lo que quería admitir.

Él se acercó un poco más, su voz más suave, como si estuvieran solos, pero no menos firme. —Sé lo difícil que es esto —dijo con calma—. No quiero presionarte, pero tampoco puedo quedarme de brazos cruzados mientras todo se desmorona.

Lilith apartó la mirada, su pecho subiendo y bajando con una sensación pesada en su interior. No quiero el trono. Nunca lo quise.

—Aaron siempre fue el fuerte, el digno, el que debía gobernar —susurró, más para sí misma que para Cedric.

Él asintió, con la mirada oscurecida por la tristeza.

—Y fue precisamente por eso que lo mataron. Porque era un obstáculo para quienes querían el poder a toda costa.

Lilith cerró los ojos un instante. Era un pensamiento que la atormentaba. Aaron murió por el trono. ¿Debería ella ahora luchar por él?

Cedric avanzó, acercándose lo suficiente para que la mitad de su cuerpo estuviera sobre la cama y ella sintiera su presencia, pero sin invadir su espacio.



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En el texto hay: asesinato, romance, magia

Editado: 23.04.2025

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