Limite Rural...

"La otra cara de la moneda" Epílogo Final

¿Qué hora es...? ¿Dónde estoy...?

La luz se filtra débilmente en una habitación desconocida. Un instante después, me doy cuenta: ¿Estoy en una habitación? un momento, en el hospital del pueblo. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Creo que me desmayé...

El día afuera parece tranquilo y bonito, pero el ambiente aquí es extraño. Siento que nunca estuve en este lugar; mi cuerpo se siente ajeno.. Espera... ¡MIS HERIDAS NO ESTAN!.

Mi corazón se acelera, retumbando como un motor desbocado. A través de la ventana veo figuras médicas murmurar entre sí, pero al intentar acercarme, descubro que la ventana está cerrada. Respiro de manera exagerada, intentando controlar el pánico.

De repente, tres médicos entran. Sus trajes son blancos, pero no son los de un médico común. Uno de ellos, con seriedad helada, dice:

—El paciente número 5 ha despertado.

—¡¿Quiénes son ustedes?! —grito, mientras trato de huir de mi propia confusión—. ¡Déjenme tranquilo!

—Señor, cálmese, por favor. Acaba de despertar de un largo sueño— intenta calmarme la voz de uno.

Pero no puedo evitar perder el control: en un arrebato, golpeo a uno de ellos, derribándolo contra la pared. Varios guardias entran para imponer el orden, y mi vista se desvía al notar que todo a mi alrededor se vuelve un alboroto insoportable. ¡Estoy asustado!

De pronto, la puerta se abre de golpe. Una figura entra para verme, pero... no es don. ¿Dónde está don? El hombre que aparece tiene una expresión de profunda preocupación: lleva anteojos, una camisa marrón de tela, un atuendo blanco impecable y una barba circular. Se mueve rápido, intentando calmar la situación, mientras dos policías resguardan la entrada:

—¡Jonathan! Jonathan, escucha... —dice el doctor, su voz grave cargada de una compasión inusitada—. Has pasado por tanto, y es hora de que enfrentes la verdad.

—¡¿Qué verdad?! ¿Quién eres tú? ¡NO ME LLAMO JONATHAN! —grito, mi voz errática listo para accionar.

El doctor, sin perder la compostura, saca unas fotos y papeles. Levanta las manos para calmar a los policías y, con firmeza, me toma las manos:

—Entiendo que esto sea confuso, pero escúchame: Soy el Dr. Luis Martiz, psiquiatra. Tu verdadero nombre es Jonathan Ezequiel, tienes 27 años y has estado en un estado de amnesia disociativa durante meses.

Su voz se vuelve casi paternal mientras me muestra, con precisión fría, cada detalle oscuro de mi existencia:

—Naciste en un entorno de dolor, hijo. Esto no es un simple hospital; es un centro de rehabilitación mental de alta seguridad. Estás aquí desde hace más de diez años. Cuando caes dormido por largos periodos, tu mente crea escenarios que, para ti, son reales, aunque no lo sean en nuestro entorno. Pero ciertos eventos, aquellos que te marcaron profundamente, persisten como contrapartes de la realidad.

—¿Cómo sabes eso? —logro balbucear—. Yo ayer estaba en mi casa...

El doctor me muestra fotos y archivos con mi información:

—Mira esto. ¿Ves esto? Ese es tu verdadero nombre: "Jonathan Elías". No eres Joe. Joe era el apodo que te daba tu mejor amigo, porque odiabas el nombre Jonathan; y Elías ni siquiera existía para ti, pero era el nombre con el que más te llamaban con frecuencia.

Mis pensamientos se revoltean, intentando rechazar esas palabras, pero cada imagen encaja en la fría lógica del doctor.

—Tus padres eran terribles, y desde muy joven sufriste ataques psicóticos. Durante la secundaria, esos episodios se intensificaron, y justo cuando estabas a punto de terminar quinto, cometiste un acto que te marcó para siempre: apuñalaste brutalmente a un vagabundo, tres veces, sin comprender la magnitud de lo que hacías.

El doctor hace una pausa sudando y agitado, su mirada se endurece:

—Antes de la trágica muerte de tu madre—un suicidio que arrasó con lo poco que aún te mantenía anclado a la realidad—, te metieron aquí a los 18 años, por ella. Pero en un intento de escape, en tu desesperación por sentir algo, golpeaste a tu acompañante, casi quitándole la vida. Y en medio del caos, perdiste todo rastro de ti mismo. La amnesia disociativa se instaló, fragmentando tu identidad, dejando solo un eco: un Jonathan que ya no reconoces.

Mi mente se nubla de incredulidad, pero entonces el doctor continúa:

—¡¿!Donde está don y clara?!

—Don y Clara… ellos, ellos no existen Jon...—Dice El doc con seriedad.

El ambiente se vuelve opresivo. El frío del hospital se mezcla con el calor de la rabia que arde en mi interior:

—Don es una imagen, una proyección del afecto que siempre deseaste de tu padre, un policía corrupto y maltratador del que nunca pudiste escapar. Clara era tu única amiga, a veces fría, pero por dentro se querían profundamente. Después de aquel accidente, jamás pudiste contactarla.

Siento el peso de cada palabra, de cada imagen mostrada. No estoy devastado, pero sí abrumado por el hecho de que toda mi vida fue una ilusión:

—Todo... toda mi vida... fue una mentira —susurro con voz quebrada mientras los demás médicos me observan en silencio.

—Lo lamento, Jonathan. El límite rural te ha alcanzado —dice el doctor, con un susurro que retumba en mi mente, mientras la luz del pasillo se desvanece y mi visión se nubla.

—Te preguntarás por qué ocurre todo esto. Te he estudiado durante más de siete años, analizando cada uno de tus episodios, tus amnesia disociativa, tus cambios abruptos.

Tu madre, antes de morir, te metió aquí a los 18 años, cuando mataste a dos jóvenes en un callejón. Decías que estabas salvando a alguien, pero en realidad, era lo contrario.

—¿Cuánto estuve dormido, doc? —pregunto con voz trémula.

—15 días. Esto no te sucede por primera vez. Tus ataques ocurren 2 a 3 veces al año, pero este año hubo un cambio notable. Solo te pasó una vez, y en menos días. Estoy orgulloso de ti, Jonathan—Dice el doc con tono de alivio y enorgullecimiento.




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