A la mañana siguiente, Hyunjin se levantó temprano. Apenas había podido dormir; demasiados recuerdos. Había pasado parte de la noche entre las cosas de su hermano: hojeando sus cómics, sus libros del instituto, y contemplando la fotografía que le habían tomado el día de su graduación, apenas un mes antes.
Se había sentido tan orgulloso de él: el primer Hwang que iría a la universidad, y nada menos que a Columbia. Ahora todo eso se había convertido en una bonita ilusión absorbida por la realidad. La gente como ellos no tenía derecho a soñar. Cuando lo hacían, siempre ocurría algo que les recordaba que las cosas buenas solo les pasaban a los demás.
Fue hasta la cocina y se sirvió una taza de café. Oyó a su madre en el sótano, refunfuñando un par de maldiciones.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó desde la puerta.
—Lo que necesito es una lavadora nueva —respondió ella con tono gruñón.
Hyunjin sonrió. Era tan agradable escuchar su voz. Apoyó la cadera en la encimera y recorrió con la vista la cocina mientras daba pequeños sorbos al café caliente.
Todo estaba tal como lo recordaba, incluidas las abolladuras en los armarios y las paredes, decoradas por los puños de su padre. Su madre apareció cargando con un cesto de ropa. Hyunjin se apresuró a ayudarla.
—Deja que yo lleve eso.
Se lo quitó de las manos y la siguió hasta el patio trasero. Mientras ella tendía la ropa, Hyunjin contempló la casa. Se fijó en el óxido que recubría las bisagras de las contraventanas y en la pintura desconchada. A la valla de madera le faltaban bastantes listones y a través de los huecos se veía con claridad el patio del vecino. No necesitaba mirar para saber que el tejado pedía a gritos una buena revisión, pues las manchas de humedad que había visto en el techo daban fe de ello. Y el día anterior, al llegar, también se había percatado de lo mal que estaban los peldaños del porche y la puerta del garaje.
—¿Qué miras? —preguntó su madre.
Con las manos en las caderas, Hyunjin sacudió la cabeza disgustado.
—Mamá, la casa se está cayendo a pedazos.
—Lo sé —dijo ella con un suspiro—. Seungmin hacía lo que podía, pero nunca fue tan mañoso como tú. Además, sus estudios le tenían ocupado la mayor parte del tiempo y… mi sueldo no da como para contratar a alguien que la repare.
Hyunjin tomó aire y lo soltó despacio: oír a su madre referirse a Seungmin en pasado era muy doloroso. Sus ojos volaron a la puerta. Deseó que se abriera y que el chico la cruzara con su amplia sonrisa, tal y como la recordaba. Pero eso no iba a suceder y debía aceptarlo cuanto antes. Su madre debió adivinar sus pensamientos, porque se acercó a él y le acarició el brazo. El contacto hizo que tuviera que apretar los párpados para contener unas estúpidas lágrimas. ¡La había echado tanto de menos!
—Tu hermano te adoraba. Para él eras como uno de esos superhéroes que aparecen en los cómics que leía.
—Ya, solo que el héroe no estaba aquí para cuidar de él.
—Hyunjin, tu hermano nunca te culpó de nada, ni pensó por un solo instante que le hubieras abandonado. Te quería muchísimo y, aunque te echaba de menos, siempre supo que no era fácil para ti regresar aquí. Lo que pasó, lo que hiciste aquella noche… —Respiró hondo—. Siempre tuvo muy presente que fue para protegerle a él. Tú cambiaste su vida esa noche, le diste un futuro sacrificando el tuyo.
—Hice lo que tenía que hacer y, si me arrepiento de algo, es de no haberme cargado a ese cabrón mucho antes —masculló, apretando los puños.
—No te atormentes, por favor. No quiero seguir pensando en cómo habrían sido las cosas si… si… —Se cubrió las mejillas con las manos. Las lágrimas tensaban su voz—. Las cosas simplemente pasan, Hyunjin. Sé que no es fácil aceptarlo sin más. Tu hermano ya no está. Honra su memoria y sigue adelante. Es lo que él querría que hicieras. No le gustaría que continuarás sacrificando tu vida por él.
Hyunjin no respondió, no sabía qué decir.
—Creo que me quedaré unos días. Voy a arreglar la casa —comentó al fin, cambiando de tema—. Iré a la ferretería del viejo Travis a por algunas herramientas y madera. Sigue allí, ¿No?
Su madre sonrió.
—Sí, sigue allí, solo que ahora es su yerno quien se ocupa del negocio. Zack, ¿Te acuerdas de él?
—Claro que me acuerdo de él.
Su madre miró el reloj que llevaba en la muñeca y sus ojos se abrieron como platos.
—¡Es tardísimo, voy a llegar tarde al trabajo! —exclamó.
—¿Vas a ir a trabajar? —preguntó Hyunjin sorprendido. Y añadió con tono enojado—: ¿Qué pasa, que esos ricachones no respetan ni el luto?
—¡No! Soy yo la que quiere ir. No… no puedo quedarme sin hacer nada. Necesito estar ocupada y también necesito el dinero. Hay que pagar el funeral.
—Está bien —refunfuñó—, pero yo te llevo. Quiero ver esa casa donde trabajas.
Hyunjin condujo su Ford Mustang de 1969 hasta la colina donde se encontraba el barrio de la gente rica de Busan. Adoraba su coche. Su tío lo había comprado en un desguace y se lo había regalado para celebrar su salida del Centro. A Hyunjin le había costado mucho dinero restaurarlo, dinero que había conseguido trabajando quince horas al día durante dos años, pero había merecido la pena. Por primera vez tenía algo que era realmente suyo.
—Es ahí —dijo su madre, señalando una enorme casa blanca de dos plantas con gigantescas columnas.
Hyunjin silbó por lo bajo.
—¡Vaya! ¿Y a qué dices que se dedica esta gente?
—No te lo he dicho. El señor Yang es juez, vive con su esposa, y con su hijo, Jeongin. Es un chico muy agradable, y también muy guapo. Todo un jovencito.
—Ya, como todos ellos —replicó él con tono sarcástico.
Aún recordaba al grupito del instituto: los populares. Tan estirados que parecía que se habían tragado un palo, y con la nariz siempre arrugada como si estuvieran oliendo algo asqueroso. Esos chicos no sabían divertirse. Su única aspiración en la vida era cumplir los deseos de los chicos del equipo de fútbol y perder la virginidad con uno de ellos durante el baile de graduación. Chico con el que se casarían al acabar la universidad y con el que formarían uno de esos matrimonios aburridos abocados a la infidelidad. Porque ese tipo de chicos, que solo vivían para ser perfectos, en realidad soñaban con que un tipo como él se colara bajo sus pantalones de diseño.