Sentado a la mesa de la cocina, Hyunjin estaba recibiendo una reprimenda de dimensiones épicas por parte de su madre. No recordaba la última vez que le había echado una bronca tan enfadada, aunque probablemente habría sido muy poco antes de que le detuvieran. Por aquella época siempre andaba metido en algún lío. Ella procuraba hacer de madre y de padre y de educarlo metiéndole con calzador algo de sentido común, mientras intentaba que no faltara comida en la mesa. La quería y respetaba por todo ello, y sabía que no se lo había puesto nada fácil.
Conocía a otras familias igual de jodidas que la suya, en las que las cosas habían acabado muy mal. Pero su madre nunca se rindió. No había ahogado sus problemas en alcohol, ni los había abandonado para huir del infierno. Los había consolado, protegido, y había tratado por todos los medios que aquel horror que sufrían, bajo la mano del bastardo de su padre, no causara heridas más allá de las palizas. Eso no pudo lograrlo. En su interior había muchas más cicatrices que las que mostraba su piel.
—Tienes veintiún años, Hyunjin. No eres ningún niño para comportarte así —decía ella, mientras cortaba unas verduras para la cena—. Innie es un buen chico, un cielo de niño. No quiero que vuelva a repetirse…
—Mamá, solo ha sido una broma. ¡Vamos, seguro que no es la primera vez que alguien le gasta una! Lo que pasa es que los chicos como él no tienen sentido del humor —se justificó, escondiendo una sonrisa.
—Te conozco, Hyunjin. Tienes dos personalidades: una que adoro, y otra que no soporto, de la que he oído tantas historias que, si pudiera, la extirparía de tu cerebro. Eres un buen chico, lo sé, ¿o acaso crees que no he oído los rumores que corren sobre lo que Minho y tú hicieron anoche? Solo a un buen chico le preocuparía lo que pueda ocurrirles a esos niños. Pero lo solucionaste como no debías, con violencia, como un gamberro… Y hoy has sido igual de desvergonzado con Innie.
“A veces no queda más remedio que ser un hijo de puta para que te respeten”, pensó Hyunjin. Clavó los codos en la mesa y escondió el rostro entre las manos mientras su madre seguía con el sermón. Cinco minutos después ya no conseguía asimilar ni una palabra más y dejó de prestar atención.
Sin saber cómo, Jeongin acabó en sus pensamientos. Tenía que admitir que estaba sorprendido. El chico había tenido el valor de contárselo todo a su madre, palabra por palabra. Se la había devuelto. Sonrió al recordar su carita maliciosa de pequeño demonio mientras lo señalaba con el dedo. “Bolitas… ya te daré yo bolitas, cariño”, pensó, y su sonrisa se ensanchó. Tenía la impresión de que Jeongin era una caja de sorpresas que esperaba a ser abierta. Y él comenzaba a sentir curiosidad por saber qué guardaba dentro. Su madre le dio un coscorrón.
—¿Te hace gracia lo que te estoy diciendo? —preguntó enfadada.
—¿Qué? ¡No! Tienes toda la razón, y a partir de ahora me portaré bien.
—Y le pedirás disculpas a Jeongin —sugirió ella.
Hyunjin se giró en la silla y entornó los ojos al mirarla.
—No.
—Sí, te disculparás.
—Solo me disculpo cuando de verdad me arrepiento de algo, y de esto no me arrepiento.
—¡Hyunjin!
El teléfono móvil de Hyunjin empezó a sonar. Miró la pantalla: era su amigo.
—No volveré a molestarlo, en serio, pero no pienso disculparme. Además, creo que tu niñito mimado necesita espabilarse y no correr a esconderse en las faldas de los mayores cada vez que alguien le saca la lengua. Cuando salga de este pueblo y se tope con el mundo real, se lo comerán con patatas. ¡Casi que le hago un favor!
Salió al porche y oyó a su madre pelearse con las cacerolas mientras soltaba un millón de maldiciones. Lo sentía, no quería hacerla enfadar, pero bajo ningún concepto iba a disculparse con Míster Trasero Perfecto.
—¿Qué pasa? —respondió al teléfono.
—¿Qué pasa, chico? —preguntó Eunwoo al otro lado—. ¿Qué tal está tu madre?
—En este momento, cabreada conmigo.
—¿Qué le has hecho?
—Nada, se ha mosqueado por una tontería. Ya se le pasará. Eh, Eunwoo, necesito pedirte algo.
—Claro, chico, lo que sea, ya lo sabes.
—Necesito quedarme un tiempo. No será mucho, te lo prometo.
—No necesitas mi permiso, y si has decidido quedarte, también me parece bien. Perderé al mejor mecánico que he tenido jamás, pero ¡qué se le va a hacer!
—Cualquiera diría que te alegras de perderme de vista.
Eunwoo se echó a reír y su risa ronca surtió un efecto calmante en Hyunjin. Quería a aquel hombre y lo respetaba como a nadie.
—Eres como un hijo para mí, lo sabes. Y aquí siempre tendrás un sitio. Yo no abandono a los míos. Aunque sean unos idiotas como tú —apostilló.
Esta vez fue Hyunjin el que rompió a reír a carcajadas.
—Solo necesito unas semanas. La casa se cae a pedazos y no puedo dejar a mi madre así.
—¿Necesitas dinero?
—No, tranquilo, he conseguido un par de empleos. No pagan mucho, pero será suficiente.
Hubo un silencio en el que la respiración de Eunwoo se volvió pesada.
—¿Cómo estás, Hyunjin? Y dime la verdad, ya sabes que huelo tus mentiras a kilómetros.
—¿Te refieres a…?
—Sí, a tu hermano, y a cómo te sientes al estar de nuevo allí.
Hyunjin tragó saliva. Eunwoo tenía un don para ver dentro de él como lo haría un halcón cazando una presa. Directo y preciso hasta clavar las garras donde dolía. Pero ese tipo de dolor no era malo, porque le recordaba que se preocupaba por él. ¡Su vida habría sido tan distinta si él hubiera sido su padre!
—Soy como un campo de minas, pero no tienes de qué preocuparte. Puedo controlarlo.
—Y si no, solo tienes que llamarme. Estaré ahí enseguida.
—No te preocupes, en serio. No hay nada que me ate aquí y, con un poco de suerte, convenceré a mi madre para que venga conmigo. Antes de que te des cuenta, estaré aplastándote contra la lona del ring.