Choi Taejoon y Yang Woobin eran amigos de toda la vida. Como cada mes, desde que Jeongin tenía uso de razón, ambas familias se reunieron para comer juntas en el Club. Para él era la segunda comida que tenía lugar tras su ruptura con San, y la situación no podía ser más embarazosa.
Agitó con la pajita el hielo de su vaso, centrando su atención en cómo daba vueltas y se iba derritiendo dentro de su refresco. Era consciente de la mirada de San sobre él, también de que no tardaría en aprovecharse de la situación para acercarse y hablar. Algo que Jeongin trataba de evitar a toda costa.
San siempre había sido una constante en su vida. Alguien a quien conocía, que siempre había estado ahí: en los cumpleaños, durante las vacaciones, en Navidades…, pero con quien apenas había tenido relación. Para Jeongin siempre había sido el hermano mayor de Lía. Era atento y educado, incluso en alguna ocasión le había atizado a algún chico por molestarlo. Pero su interés en él siempre había sido inexistente. Hasta que cumplió los dieciséis años.
Lía, Jisung y Jeongin pasaron ese verano en un campamento en Florida. A su regreso, casi tres meses después, todo cambió. De repente, San solo tenía ojos para él; y durante meses trató de conquistarlo como si de un príncipe azul se tratara. Y lo consiguió; logró enamorarlo y se convirtieron en la pareja perfecta. Hasta que todo el castillo se desmoronó bajo ellos.
—Discúlpenme. La mesa ya está preparada —informó una camarera.
Jeongin dejó su vaso sobre la barra y se dirigió al comedor. Una mano lo retuvo.
—¿Te importa si hablamos un momento?
Jeongin se giró y se encontró con la tierna mirada de Jihyo, la madre de San. Asintió sin estar muy convencido. La mujer enlazó sus brazos y siguieron a los demás.
—¿Qué tal va todo? Hace mucho que no hablamos —dijo la mujer.
—Bien. Todo va bien.
Jihyo suspiró de forma exagerada. Ese era el prólogo que anunciaba la incómoda conversación.
—Estos días he hablado mucho con San. Está muy arrepentido, lo sabes, ¿verdad? —empezó a decir. Jeongin puso los ojos en blanco, pero ella no pudo verlo—. Cariño, te aseguro que mi intención no es disculparlo, ni convencerte de nada…
—Entonces, ¿por qué estamos hablando de esto? —preguntó Jeongin, consciente de que estaba siendo grosero.
Jihyo volvió a suspirar, afectada. —¡Porque qué sería de nosotros si no aprendiéramos a perdonar! Todos cometemos errores –si bien es cierto que unos más que otros–, pero… San te quiere mucho, Innie. Él tiene planes, planes importantes de los que tú formas parte. Él no concibe un futuro en el que no estés tú.
Jeongin sacudió la cabeza. Vio cómo su madre les lanzaba una mirada fugaz por encima del hombro y después continuaba conversando con el infiel. Aquello olía a complot.
—Pues no ha sabido demostrarlo —masculló con los labios apretados.
—Bueno, ya sabes cómo son los chicos…
“Yo soy un chico”
Jeongin la miró de reojo, sin dar crédito a lo que acababa de oír. ¡Bienvenidos al siglo de la igualdad! Por mujeres como Jihyo, y chicos como Kai e incluso Beomgyu, algunos hombres se comportaban como niños caprichosos para los que nunca había consecuencias por sus actos. ¡Pobrecitos, nunca saben lo que hacen!
—¿Y cómo son, si se puede saber? —preguntó Jeongin. Sonrió para disimular el tono acerado que no podía reprimir.
—Cariño, algunos hombres a veces creen que desean aquello que no tienen para sentirse bien. Después se dan cuenta de que lo que de verdad necesitan es lo que siempre han tenido a su lado. Lo que ocurre es que, para llegar a esa conclusión, antes experimentan y no siempre de la forma más adecuada. No sé si me sigues —explicó con una risita tonta—. Y si a todo eso sumamos que el miedo al compromiso los vuelve locos al principio… —Acarició el brazo de Jeongin con ternura y le dio un ligero apretón—. San ya ha superado ambas etapas. Se ha dado cuenta de que ha estado a punto de perderte por una insignificancia. Ese chico… ¡ya sabes cómo son los de su clase!
“¡No puedo creer lo que estoy oyendo!”, pensó Jeongin. Catalogaba de insignificancia los cuernos de su hijo, y no solo eso: lo eximía de toda responsabilidad culpando solo a Félix.
—Perdóname, Jihyo, pero… —Exhaló con brusquedad y la miró a los ojos—, lo que San ha hecho está mal y ahora mismo no confío en él. Nadie le obligó a nada y, que yo sepa –y sabe Dios que no disculpo a Félix–, el único con un compromiso que debía respetar era él. Te aseguro que “humillado” no define bien cómo me siento.
—Lo sé, cariño, y si ese chico tuviera unos cuantos años menos, le habría dado unos buenos azotes —dijo la mujer con rabia. Suspiró y su expresión se relajó. Posó su mano sobre la de Jeongin—. Dale una oportunidad, se conocen desde pequeños. Te quiere muchísimo y… luego están tus padres, nosotros. ¡Ya somos una gran familia!
Jeongin sintió una presión en el pecho. Jihyo estaba jugando sucio, intentaba que se sintiera culpable, cuando Jeongin no había hecho nada. No era justo y las palabras se precipitaron fuera de su boca.
—Si hubiera sido yo el que engañó a San, ¿intentarías convencerle a él para que me perdonara?
—Cielo, tú nunca harías algo así.
Jeongin se detuvo y se plantó delante de ella. Frunció el ceño y sacudió la cabeza, sorprendido.
—¿Por qué no? Imagínalo por un momento. Con uno de esos chicos del barrio, por ejemplo. Con antecedentes y con una mala reputación. ¿Me aceptarías después de saberlo?
Jihyo se quedó muda de repente. —Bueno… No se trata… Quiero decir que… No es… —tartamudeó.
Jeongin hizo un ruidito exasperado con la garganta. —Ya has contestado a mi pregunta —dijo sin más, forzando una sonrisa. Se dirigió al comedor maldiciendo entre dientes.
Comenzaba a estar muy cansado de aquella situación. Sabía que su comportamiento con la señora Choi quizá no había sido el más apropiado, pero había sido incapaz de mantener los labios cerrados y asentir como un tonto solo por ser educado, después de la sarta de disparates que la mujer había soltado por su boca.