Jeongin se dijo que debería enfadarse con Hyunjin, pero no podía cuando el único pensamiento que le ocupaba la mente era que quería subirse a caballito sobre aquella espalda y rodearle el cuello con los brazos mientras hundía la nariz en su pelo revuelto. Le apretó la mano sin darse cuenta y Hyunjin le devolvió el apretón, dejándolo sin habla.
Hyunjin entrelazó sus dedos con los de él y lo miró de reojo. Jeongin no se había molestado con él por la treta con la que lo había llevado hasta allí. Al contrario, parecía bastante cómodo y continuaba aferrado a su mano. Era agradable sentirlo. Lo miró de arriba abajo. No podía dejar de mirarlo. Era precioso.
—¿Dónde vives? —preguntó Jeongin, intentando mantener una conversación que ahogara el silencio, y también porque se moría de curiosidad.
—En el barrio.
—No, me refiero a…
—Sé a qué te refieres —lo interrumpió Hyunjin. Se detuvo bajo unos árboles y soltó su mano. No solía hablar de su vida con nadie, salvo con sus amigos, y con ellos no es que hablara mucho. Alzó la vista hacia las copas—. Llevo un par de años viviendo en Santa Fe.
—¿Y qué haces allí?
Hyunjin se encogió de hombros. —Por las mañanas trabajo en el taller de mi tío, y por las tardes en un gimnasio. También es suyo. Mantengo ocupados a los chicos de la zona, así no se meten en problemas —respondió, un poco incómodo.
Tontear era sencillo, innato en él. Hablar de su vida era una tortura.
—¿Y qué más haces? ¿Estudias? ¿Sales con amigas… amigos?
Hyunjin giró la cabeza para observarlo. Jeongin se había recostado contra el tronco de un árbol y no le quitaba los ojos de encima. La brisa le agitaba el pelo y se lo acomodo el flequillo con un gesto que le resultó adorable. Se le aceleró el pulso.
—Me gradué a los pocos meses de salir del Centro. Fue una de las condiciones que me puso mi tío para quedarme con él. Y sí, salgo con amigas y… amigos — respondió, arqueando las cejas con un gesto arrogante.
“Centro”, repitió Jeongin para sí mismo. A veces olvidaba que Hyunjin había sido detenido y condenado durante dos años por darle una paliza casi mortal a su propio padre. Hizo un esfuerzo para no formular ninguna pregunta al respecto, a pesar de que tenía muchas sobre el tema. Sabía que no era apropiado, ni se conocían lo suficiente como para hablar de ello. Otra pregunta por cuya respuesta sentía la misma avidez, se deslizó por su boca. —¿algún amigo en especial? —preguntó.
—Define especial —pidió Hyunjin con los ojos entornados—. Porque ha habido muchos y, no sé, todos eran especiales. Cada uno a su modo, ¡claro! Los había que…
—Bien —lo interrumpió Jeongin. Se le encendieron las mejillas y una punzada de celos le recorrió el pecho—. Mejor lo dejamos aquí. Lo cierto es que no necesito información sobre tu vida personal.
—Sexual —matizó Hyunjin.
—¿Perdona? —No podía haber oído bien.
—Mi vida sexual. No hay amigos en mi vida personal en Santa Fe. —Sonrió con picardía.
Jeongin abrió la boca y volvió a cerrarla.
—Bueno, pues… no necesito información sobre tu vida sexual.
Hyunjin se pasó una mano por la cara para esconder una sonrisa.
—Pues hablemos de ti. Cuéntame algo —le pidió.
—No hay mucho que contar. Me acabo de graduar y pasaré el verano contando los días que faltan para largarme de aquí e ir a la universidad. ¡Adiós Busan, bienvenido futuro! —exclamó Jeongin, alzando los puños a modo de victoria.
Hyunjin sonrió. Sus miradas se encontraron y estuvo seguro de que hubo un chispazo de química entre ellos.
—¿Y qué hay de Choi? ¿Está en tu futuro? —preguntó como si nada. La sonrisa desapareció del rostro de Jeongin.
—No creo —respondió. Pestañeó y miró hacia otro lado para ocultar su malestar. No entendía por qué había tenido que nombrarlo.
—¿No crees? ¿Eso quiere decir que aún tiene posibilidades contigo? —insistió Hyunjin.
Lo miró fijamente para no perder detalle de su reacción. Si decía que sí, el paseo y todo lo que tuviera que ver con Jeongin se terminaba en ese mismo momento.
—¡No! —respondió Jeongin como si alguien lo hubiera golpeado—. Lo único que quiero decir es que con el tiempo podríamos volver a ser amigos, nada más. Nos conocemos desde pequeños y… eso es mucho tiempo.
—¿No eres de los que perdonan? —Sonó más a una afirmación.
—Solo ciertas cosas —contestó Jeongin.
Se enderezó y enfundó las manos en los bolsillos traseros de sus pantalones. Dio unos pasitos, notando cómo la hierba se hundía sobre sus pies—. Cuando alguien te quiere y te desea de verdad, no tiene la necesidad de engañarte.
—Fue un estúpido solo por pensarlo, y un imbécil por llevarlo a la práctica. Un hombre de verdad no se comporta así. Nunca te mereció —dijo Hyunjin con tono vehemente, mientras daba un salto y se colgaba con las manos de una de las ramas.
Jeongin sonrió. Sus palabras habían prendido una llama en su pecho, que cobraba fuerza por segundos. Lo miró de reojo. Hyunjin no dejaba de balancearse como un mono y la camiseta se le había subido por encima del ombligo. Se quedó mirando aquel estómago plano; decir que estaba bien formado era una manera suave de decir que tenía el cuerpo más deseable, hermoso y perfecto que jamás había visto. Un cuerpo con un tatuaje que le había pasado desapercibido. La mancha oscura sobresalía por la cinturilla de sus vaqueros, a la altura de la cadera, en el vientre. Lo reconoció a pesar de que solo se veía la parte superior.
—¿Qué significa ese lobo? Tae y Jisoo tienen uno idéntico. Y estoy seguro de que tus otros amigos también lo llevan.
Hyunjin se soltó de la rama y sus pies aterrizaron en el suelo. Lo miró antes de bajar sus gruesas pestañas y sonreír con aire travieso. Con una mano se subió un poco la camiseta y con el pulgar de la otra tiró hacia abajo de la cintura del pantalón. El tatuaje quedó a la vista y Jeongin se acercó un poco para verlo mejor.