Lo oyó gritar desde el salón.
—Hyunjin, levántate, tu tío Taeyang ha llamado —bramó su padre mientras avanzaba por el pasillo dando trompicones.
—No es mi tío —masculló Hyunjin para sí mismo.
Seungmin abrió los ojos y se puso tenso. —¿Qué pasa? —susurró sin poder disimular su miedo.
—Tranquilo, es conmigo, no te hará nada.
—Siempre es contigo, Hyunjin. Eso es lo que me da miedo, que siempre es contigo —musitó el chico, pegándose a la pared.
—¡Hyunjin! —resopló su padre, golpeando la puerta con el puño.
—Por Dios, Donghae —rogaba su madre—. Acabas de traerle de una de esas carreras. Déjale descansar.
—Cierra la boca si no quieres que te la cierre yo. No sirves para nada, solo lloriqueas. Hyunjin, te quiero en el coche ya o la paliza te la daré yo —dijo entre risas.
Hyunjin se levantó de la cama. Se puso una camiseta y sus zapatillas, y salió al pasillo, donde su padre le esperaba. Estaba apurando una cerveza y dejó caer la botella al suelo en cuanto le vio aparecer. —Vamos —le dijo.
—Donghae, por favor —rogó Jiwoo —. Un día le harán daño de verdad.
—¡Cállate! —le espetó al pasar junto a ella, y la apartó de un empujón. Hyunjin la cogió al vuelo y la aguantó contra la pared.
—No le provoques —susurró—. Yo me encargo.
—Lo siento mucho, hijo. Todo es culpa mía.
—No es culpa tuya, solo suya —masculló Hyunjin lanzando una mirada asesina a la puerta por la que su padre acababa de salir—. Pero un día…
Subió al coche, en silencio, y se dedicó a contemplar la oscuridad mientras su padre conducía.
—El chico es grande —empezó a decir el viejo—, pero también es lento. No te costará mucho tumbarlo. Las apuestas van fuertes esta noche. No la cagues. Deja que se acerque durante el primer asalto, se confiarán, y en el segundo lo destrozas. ¿Entendido? —le dijo con tono amenazador—. Ha venido mucha gente. Se pueden sacar dos mil y los necesito. Los chicos quieren ir a Las Vegas y con los mil quinientos de la carrera me perderan de vista una temporada.
Su risa hizo que a Hyunjin le entraran ganas de cerrarle la boca a puñetazos, pero su padre era demasiado grande y fuerte como para intentarlo. En las ocasiones que había tratado de defenderse, había acabado en el hospital hecho carne picada. “Algún día”, pensó. Ahora solo debía ganar la pelea, el dinero, y el bastardo se largaría a Las Vegas una temporada. Eso significaba paz durante un tiempo.
Esta vez iba a ser en un viejo granero a unos cuarenta kilómetros de Busan. Los gritos se oían desde fuera. Entró en el improvisado ring y se quitó la camiseta. Miró al chico al que tendría que enfrentarse. Joder, no era grande, sino un gigante.
Minutos más tarde el sabor de la sangre era lo único que sentía en la boca, y un doloroso zumbido en el oído. El resto del cuerpo lo tenía como si le hubiera pasado por encima una apisonadora. Iba a necesitar hielo para el ojo urgentemente o se le cerraría en cuestión de minutos.
—Bien hecho, hijo —le dijo un tipo mientras le ponía un fajo de billetes en la mano.
Salió a la calle a trompicones y encontró a su padre junto al coche con una mujer a la que no había visto nunca. Apretó los dientes para no vomitar y se acercó con el dinero en la mano.
De repente, su padre se giró hacia él y los ojos de Hyunjin se abrieron en demasía. El viejo tenía la cara destrozada, una brecha en la frente y le faltaban un par de dientes. Sostenía un bate ensangrentado con la mano.
El prado y el granero desaparecieron y la cocina de su casa tomó forma en su lugar.
—¿De verdad creías que no iba a volver a por ti después de lo que me hiciste? —preguntó su padre con una voz de ultratumba. Hyunjin cayó al suelo de culo y comenzó a arrastrarse para alejarse de él. —Voy a matarte, pequeño bastardo. Pero antes me cargaré a tu madre y a tu hermano, y tú vas a verlo —dijo entre risas, mientras levantaba a Seungmin del suelo con una sola mano.
La cocina se desvaneció entre una extraña niebla y se encontró de pie en medio de una carretera. Olía a gasolina y el sonido de un claxon taladraba el silencio de la noche. Se dio la vuelta y vio un coche empotrado contra un árbol. Se acercó con miedo, sabía lo que iba a encontrar cuando mirara dentro. —¡No, joder, no!
Hyunjin se despertó de golpe empapado en sudor. Todo el cuerpo le temblaba y sentía náuseas. Se levantó de un salto y corrió al baño. Cayó de rodillas y empezó a vomitar entre espasmos. Al cabo de unos minutos logró que su estómago se tranquilizara. Se acercó al lavabo y se enjuagó la boca, después se mojó la cara y se quedó mirando su reflejo en el espejo. Unos ojos inyectados en sangre le devolvían la mirada.
Las pesadillas y el miedo iban a acabar con su juicio.
Dormir era una tortura; y, cuando estaba despierto, lo que más deseaba era volver atrás y cambiar las cosas. Esa necesidad se estaba convirtiendo en una obsesión.
Tarde, ya era tarde, y regodearse en toda esa mierda no iba a devolverle esos años y mucho menos a su hermano.