Limits ❃ Hyunin

 ♡ : CAPÍTULO XXVI

 

Hyunjin terminó de atornillar el canalón a la pared, mientras Minho lo sujetaba desde arriba. Llevaban toda la tarde en silencio, trabajando en el tejado y en el nuevo cableado eléctrico. Así habían pasado los dos últimos días y la casa ya no parecía un edificio cochambroso, a punto de venirse abajo. Una mano de pintura y quedaría como nueva.

Bajó de la escalera y encajó la última parte del tubo metálico que descendía paralelo a la pared. Se quedó mirándolo y contempló todo el trabajo. No estaba mal. Adiós a las goteras y a las manchas de humedad en la pared. El suelo del porche era completamente nuevo y también la baranda.

—Parece que al final lo hemos conseguido —dijo Minho a su lado, contemplando la casa.

Hyunjin sonrió y le dio una palmada en la espalda. —Gracias, amigo.

—De nada, hermano —respondió, chocando su puño con el de él—. ¿Qué nos queda?

—Cambiar la caldera. Pero eso puedo hacerlo yo, y lo haré mañana. Estoy muerto.

Minho se apoyó en su camioneta, aparcada junto al Mustang en la entrada, y sacó una cerveza de la nevera que llevaba en la parte trasera. La abrió y le dio un trago, después se la pasó a su amigo.

—¿Por qué no salimos a cenar algo? Tengo hambre y llevamos dos días aquí encerrados.

—No sé, estoy cansado —respondió Hyunjin.

Su teléfono sonó y el corazón le dio un vuelco. Lo sacó del bolsillo esperando ver en la pantalla un mensaje de Jeongin, pero era de Chan, recordándole que habían quedado al día siguiente. Desde que casi había estrangulado a el chico, lo había estado evitando, poniendo como excusa la reforma de la casa.

No podía verlo. No tenía muy claro el motivo, si era porque se sentía avergonzado por lo ocurrido o por no darle explicaciones si se las pedía; y seguro que se las pediría. Los chicos siempre le pedían explicaciones por todo. Se empeñaban en hablar de los sentimientos, de los traumas, de todo lo que él quería mantener enterrado en una caja de acero bajo dos toneladas de hormigón.

Se convertían en psicólogos aficionados que esperaban poder salvarte con su carita de comprensión absoluta, como si un cerebro jodido pudiera arreglarse tras un par de horas desnudando tu alma y tus secretos. Hasta ahora, lo único que le funcionaba en ese sentido era desnudar a el chico en cuestión y hacerle de todo. Durante un rato se olvidaba de sus paranoias, pero después ellos querían hablar y todo se iba a la mierda. Él no servía para eso.

Había dado gracias al cielo cuando Jeongin regresó al barco y no trató de sacar el tema sobre lo ocurrido. Se comportó como si nada hubiera pasado, hablando con todo el mundo y sentándose a su lado como si nada. Pero Hyunjin empezaba a conocerlo y sabía que en realidad no estaba bien. Ninguno de los dos estaba bien. Apenas habían hablado y la despedida se limitó a un leve roce en los labios. Cuando Jeongin le llamó al día siguiente para quedar, él no tuvo valor y mintió; y en esas estaba.

El problema era que lo echaba de menos. Echaba de menos tenerlo cerca, oír su risa. Tocarlo y besarlo se había convertido en una necesidad. Se le había metido en la sangre como si fuera una droga, y quería más, necesitaba llegar hasta el final con él. Acabar lo que se habían propuesto. De eso se trataba, ¿no? Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que no era tan sencillo y que día a día todo se estaba enredando? No podía complicarse la vida. ¡Dios, estaba hecho un lío!

—¡Vamos, salgamos, divirtámonos y pillemos un buen rato! Nunca has dicho que no a una hamburguesa, una botella de tequila y un par de chicos. No me hagas suplicar —rezongó Minho.

Hyunjin sonrió.

Cuando Minho se ponía en ese plan era imposible decirle que no, y el plan en cuestión no sonaba nada mal. Pensó en Jeongin, en el acuerdo, en que no podía haber nadie más mientras lo mantuvieran, pero… ¿aún lo mantenían? Nunca se había comido tanto la cabeza por una historia y a ese paso iba a explotarle.

—Bien, pillemos ese rato —dijo al fin. Lo necesitaba.

Una hora después iban caminando por el centro. Minho se había empeñado en cenar en un local nuevo. Hacía días que le había echado el ojo a un camarero. Caminaban sin prisa, conversando de cosas sin importancia, cuando el teléfono de Hyunjin sonó. Le echó un vistazo y todo su cuerpo se tensó. Era Jeongin. Tras un momento de duda, descolgó.

—Hola.

—Hola, soy… soy Innie. ¿Qué tal estás? ¿Qué tal la reforma?

Escuchar su voz provocó un terremoto en el cuerpo de Hyunjin. De repente necesitaba verlo para poder respirar.

—Bien, casi hemos terminado —respondió sin aliento—. ¿Y tú cómo estás? ¿Qué haces?

—Estoy bien. En este momento saliendo de casa. Voy con Jisung a un local nuevo que han abierto en el centro. Una hamburguesería.

—¿En serio? —preguntó con una sonrisa boba.

¿Una señal del destino?

—Sí, ¿por qué iba a mentirte? —repuso un poco más serio.

—No lo digo por eso. Es que Minho y yo nos encontramos en la puerta, vamos a cenar.

Hubo un silencio y estuvo seguro de que Jeongin estaba mordiéndose el labio. Un gesto que hacía muy a menudo cuando se ponía nervioso o se quedaba pensando en algo; y que a Hyunjin le encantaba.

—¿Quieres compañía? —propuso Jeongin en tono coqueto. A Hyunjin se le aceleró el pulso. Bien, eso significaba que… ¿estaban bien? Dios, sí quería verlo.

—Me encantaría tener compañía. Pero este es un sitio público en el centro, lleno de gente…

—No me importa —respondió Jeongin de inmediato. Hyunjin apretó con fuerza el teléfono y se detuvo. Le dio la espalda a Minho y bajó la voz.

—Eso cambia tu parte del acuerdo.

—Lo cierto es que… lo he estado pensando y por mí puedes olvidar todas mis cláusulas. Quiero verte, te echo de menos —admitió Jeongin con voz ronca.

Hyunjin notaba su pecho subir y bajar muy deprisa.



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En el texto hay: hyunjin, jeongin, hyunin

Editado: 29.07.2023

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