Salió a la calle, buscándolo con la mirada, desesperado. Se encaminó al lugar donde había visto aparcada la camioneta de Minho, rezando para que aún estuvieran por allí.
No había recorrido ni media manzana, cuando vio pasar la camioneta a toda velocidad. Minho conducía y Jisung iba a su lado, pero no Hyunjin. Se le aceleró la respiración y echó a correr. ¿Iría andando?
Doscientos metros más adelante vio una figura que se alejaba rápido. Lo reconoció a pesar de la distancia y la penumbra. Lo habría hecho en cualquier parte. Apretó el paso mientras sus botas resonaban contra la acera. Hyunjin caminaba deprisa, con las manos en los bolsillos y la cabeza hundida, como si le colgara de los hombros.
—¡Hyunjin!
Hyunjin se detuvo un instante y miró hacia atrás. Al verlo sacudió la cabeza y continuó caminando sin inmutarse.
—¡Hyunjin! Por favor, habla conmigo —gritó.
Logró darle alcance y lo sujetó por la muñeca para que se detuviera. Él se zafó con un tirón de su brazo, y lo fulminó con la mirada. Una mirada que destilaba rabia. Lo contempló de arriba abajo como si no lo conociera. Sacudió la cabeza.
—Por favor, habla conmigo —insistió Jeongin. Le faltaba el aire e inspiró hondo tratando de calmar la respiración y los latidos de su corazón.
Hyunjin dijo que no con la cabeza. Resoplaba con los puños apretados.
—Por favor.
Hyunjin lo miró y permaneció en esa posición durante unos segundos dolorosamente largos.
Apretó la mandíbula y volvió a negar con la cabeza. El calor de sus ojos cuando lo miraba había dado paso a una frialdad tan gélida como una noche de lluvia en invierno. De repente avanzó un paso hacia Jeongin, furibundo.
—Bien —masculló, y lo apuntó con el dedo—. ¿Sabes qué? ¡Que te jodan, Jeongin! —le gritó—. ¡Que te jodan, cariño! ¡Tú empezaste todo esto, no yo!
Jeongin se mordió el labio inferior para no echarse a llorar. Estaba furioso.
—Hyunjin, por favor —suplicó. Alargó las manos y trató de acunarle el rostro.
Hyunjin se apartó como si su tacto quemara. No quería que lo tocara, ni siquiera tenerlo cerca. Un sinfín de emociones se sucedían a través de su cuerpo: odio, culpa, dolor…, incluso deseo. Ni en un momento como aquel era capaz de mantener a raya la necesidad que despertaba Jeongin en él.
—No me toques —replicó con ojos centelleantes. Jeongin se sentía fatal. Tragó saliva bajo su intensa mirada y comenzó a temblar.
—Por favor, escúchame. Lo siento mucho, lo siento —rogó con lágrimas en los ojos.
—Lárgate por donde has venido. No quiero verte —dijo Hyunjin articulando cada palabra con una furia desmesurada. Se sentía como una bomba a punto de explotar.
Jeongin negó con la cabeza. No pensaba marcharse, esta vez no iba a huir.
—Lo siento. Creí que podría… —insistió. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
La expresión de Hyunjin se ensombreció y su mandíbula se tensó.
—En el fondo no eres diferente a todos esos imbéciles. Lo único que te importa de verdad son las apariencias. Eres capaz de sacrificarte a ti mismo solo para parecerte a un muñeco perfecto y roto que todos esperan que seas. ¡Me das pena! —le espetó, y sus ojos centellearon al cruzarse con los de él.
En ese momento lo odiaba de verdad, porque su desprecio le había hecho darse cuenta de que sentía por Jeongin mucho más de lo que imaginaba y estaba dispuesto a admitir.
Apretó los puños y la mandíbula, tratando de contenerse.
—¿Y qué esperas que haga? —preguntó Jeongin con un escalofrío.
—Yo no voy a decírtelo. Si tú no lo sabes… —Sacudió la cabeza otra vez. Se pasó las manos por el pelo y las dejó allí entrelazadas con la mirada perdida en los edificios. Cerró los ojos y respiró hondo, pero era incapaz de recuperar la calma.
—No es tan fácil —respondió Jeongin.
No conseguía salir de ese bucle de miedo y parálisis en el que había entrado.
—Sí lo es —gritó Hyunjin con todas sus fuerzas. Golpeó el aire con el puño—. ¡Joder! ¡Maldita sea!
Jeongin retrocedió un paso, intimidado por su pérdida de control.
—Pero mis padres… mis amigos… Creía que podría, pero no ha sido así. Ellos jamás me lo permitirían.
Hyunjin se llevó las manos a las caderas sin dejar de moverse. Ni siquiera sabía por qué seguía allí, hablando con él.
Se detuvo y lo miró a los ojos.
Estaba llorando, pero no dejó que sus lágrimas le afectaran. Era a él a quien habían hecho daño, al que le habían pisoteado sus sentimientos.
—Por Dios, Jeongin. Sigues sin entenderlo. No se trata de ellos, sino de ti. Eres adulto, nadie puede decirte qué hacer. ¿Qué quieres tú? —gruñó furioso, avanzando un paso hacia él.
Jeongin retrocedió un poco y se abrazó los codos.
—Lo que quiero no está bien. No es lo correcto.
Hyunjin hizo una mueca de dolor, de rabia, de frustración. Parecía un caleidoscopio de emociones. Sus ojos lanzaban chispas y su irritación fue en aumento.
—¿Y quién decide qué es lo correcto? ¿Por qué es tan importante para ti hacer lo correcto cuando no es lo que quieres? ¿Por qué tienes tanto miedo? —exclamó con los músculos del cuello tensos como cables de acero. A Jeongin se le cortó el aliento.
—Porque yo no soy como tú, Hyunjin. Para mí no es tan fácil vivir sin que me importe nada —repuso con rabia, alzando la voz.
Hyunjin se quedó blanco.
Lo miró en silencio unos segundos, con el rostro contraído por la incredulidad. Retrocedió impulsado por sus palabras, apartándose de él.
—¿Crees que a mí no me importa nada? —dijo en voz baja.
Tictac, tictac. La bomba de su pecho estaba a punto de ponerse en marcha. Jeongin también retrocedió un paso, abrumado por la furia y el odio que reflejaban sus ojos en ese momento.
Tragó saliva y enfrentó su mirada.
—Respecto a mí, sí lo creo. Al fin y al cabo solo se trata de sexo, ¿no? Eso es lo que hay entre nosotros, un calentón. —Jeongin exhaló por la nariz. No era capaz de creerse sus propias palabras—. Entonces, ¿por qué te enfadas así conmigo? Eso lo ibas a tener igual, con o sin hamburguesa.