Jeongin se miró en el espejo del baño. Esa tarde había salido de compras, quería algo especial que ponerse para su cita con Hyunjin. Al final, tras probarse casi toda la tienda y volver loco a Jisung, había comprado solo una camisa. Era un poco formal y, aunque estaba seguro de que su aspecto desentonaría con el talante despreocupado que siempre lucía Hyunjin, le apetecía arreglarse un poquito.
Se atusó la camisa de nuevo, alisando unas arrugas inexistentes. Estaba nervioso, tanto que no lograba respirar con normalidad, y la falta de oxígeno amenazaba con dejarlo K.O. si resoplaba un poco más deprisa. Aquella iba a ser su primera cita oficial con Hyunjin, como amigos, novios o… lo que quiera que fuesen. Se quedó pensando. ¿Qué eran exactamente? En su discursito desesperado, él le había hablado de un futuro juntos más allá de aquellos días en Busan. Le había propuesto mantener una relación y ver adónde les llevaba. Hyunjin había aceptado, pero no habían especificado en ningún momento el grado de compromiso de esa relación. No esperaba un anillo y que le pidiera que se convirtiera en su prometido. Pero sí deseaba ser el primero y único del resto de su vida. No era pedir mucho cuando Hyunjin se estaba convirtiendo en el centro que hacía girar su mundo.
Miró el reloj, eran las siete y media. Echó un último vistazo al espejo y condujo hasta el taller de los Kizer, dispuesto a darle una sorpresa. Aparcó tras una vieja camioneta de grandes neumáticos y trató de caminar sin que se le hundieran los zapatos en la gravilla.
Un par de tipos abandonaban el taller.
—¿Te has perdido, cariño? —preguntó uno de ellos, cortándole el paso y mirándolo de arriba abajo. Era alto y le sobraban unos cuantos kilos; también necesitaba una buena ducha—. ¿Necesitas que te indique el camino? Tres pasitos más y lo habrás encontrado. Mi GPS nunca falla —añadió, haciendo un gesto obsceno con sus caderas.
El otro hombre se echó a reír con ganas. Jeongin suspiró exasperado y dio un paso atrás. Parecía que en las últimas horas se había convertido en un imán para los imbéciles. Por el rabillo del ojo vio a Hyunjin en el interior del edificio. Acababa de salir del foso y venía a su encuentro con expresión sorprendida.
—Si vuelves a faltarme al respeto, mi novio te dará una paliza —le espetó con cara de pocos amigos.
—¿Ah, sí, y eso cuándo va a ser, antes o después de que acabe su partida de golf? —se burló el tipo.
Su amigo reía como si alguien le hubiera contado un chiste muy gracioso. Jeongin esbozó una sonrisita burlona.
—Hyunjin, ¿tú juegas al golf?
Se le aceleró el pulso al oír la risa ahogada de Hyunjin, que se había apoyado contra la pared y no perdía detalle del encuentro.
—No, cariño —repuso él—. Ya sabes que lo mío son los deportes de contacto. —Su voz estaba cargada de chulería y de dobles intenciones. Jeongin se puso colorado, aun así le lanzó una mirada retadora al hombre.
—¿Has oído? La próxima vez le diré que te patee el culo.
El tipo se quedó mirándolo, después desvió la vista hacia su amigo y los dos se echaron a reír con ganas.
—¡Joder, Hwang! —gritó con una voz cascada por el tabaco—. Sabes elegirlos.
Hyunjin esbozó una sonrisa traviesa y se frotó los brazos.
—Él me eligió a mí. Soy un idiota con suerte —respondió.
Los dos hombres alzaron la mano a modo de despedida y subieron a un camión aparcado junto a la carretera. Jeongin no se movió hasta que el vehículo desapareció de su vista. Dio media vuelta y, sin mediar palabra, echó a correr hacia Hyunjin con un punto ardiendo en el pecho. Una sonrisa enorme se dibujó en los labios del chico, mientras abría los brazos para recibirlo. Jeongin saltó y le rodeó el cuerpo con los brazos.
—¿Estás loco? —preguntó Hyunjin entre risas, abrazándolo por las caderas—. ¿Estabas dispuesto a que me pegara con ellos? ¡Suerte que les conocía!
—Seguro que les habrías dado de lo lindo —replicó Jeongin con un mohín coqueto.
—¿Has visto el tamaño que tenían? Me habrían roto todos los huesos.
—No seas modesto. Te vi atizándoles a esos tipos anoche.
Hyunjin entornó los ojos. —Los chicos de anoche estaban colocados, Innie. Y yo muy cabreado —le hizo notar con un guiño. Jeongin frunció el ceño y puso cara de suficiencia—. Bien, no tenían nada que hacer, ni siquiera en su mejor momento —admitió con un tonito engreído.
Jeongin le plantó un beso en los labios. Hyunjin lo dejó en el suelo y dio un paso atrás. Lo miró de arriba abajo y una sonrisa le iluminó el rostro.
—¿Dónde es el baile? —preguntó. Jeongin giró sobre sí mismo como un muñequito. —¿Te gusta?
Los ojos de Hyunjin brillaron, empapándose.
—¡Estás precioso! ¡Qué digo precioso, estás para comerte! —ronroneó. Le puso una mano en el cuello y lo atrajo para darle un beso largo y profundo que los dejó a ambos sin aire en los pulmones—. ¿Qué haces aquí? ¿No quedamos en que yo pasaría a buscarte?
—Quería darte una sorpresa.
—Me encanta que me sorprendas —susurró Hyunjin con el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho. Era suyo, solo suyo.
Jeongin levantó la mano y pasó los dedos por su espesa y oscura cabellera.
—¿Listo para irnos?
—Solo necesito cambiarme.
Lo cogió de la mano y tiró de él hacia el interior del taller. Lo dejó esperando en la oficina y fue hasta la pequeña habitación con baño que hacía las veces de vestuario. Encontró a Minho terminando de vestirse.
—¿Tomamos una cerveza? —propuso el chico.
—Esta noche no. Innie ha venido a buscarme, vamos a cenar. En plan cita. Ya sabes.
—¿En plan cita? ¿Cena en un sitio romántico, vino y cursilerías? —soltó Minho sin poder disimular su asombro. Hyunjin asintió—. ¿Desde cuándo tú tienes citas?
Hyunjin se encogió de hombros. —A él le gustan ese tipo de cosas… supongo. ¿Crees que debería comprarle flores o algo? —preguntó pensativo.